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Por Chiara Elena Barile * | Hoy voy a hablar de mi profesora de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, Claudia Bang. Te pido que lo leas. Una, dos, tres veces. Que no juzgues, sino que preguntes, y agotes tus dudas.
Tuve la suerte de cruzarla y, en el transitar por su materia, aprender con ella, en el sentido más genuino del aprendizaje. Aprendí conceptos que no pasaron por la razón, sino que de punta a punta, me atravesaron hasta el corazón. Aprendí que la teoría no es más que la sistematización de prácticas, imposible de extrapolar, universalizar, y mucho menos, de fijar, inmutable, como una verdad. Aprendí el ejercicio más sano y humano que existe para cualquier profesional: el repensar sus propias prácticas, sus propias acciones y miradas. Aprendí a mirar críticamente el mundo, a cuestionar, decidir, escuchar. Y principalmente, a no juzgar.
Cursé con ella esa materia y en un abrir de nuevas puertas, me metí en un Voluntariado llamado “Arte, Juego y Salud Mental”, el cual ella también coordina, junto con referentes de la Red Rioba. Como si los aprendizajes de la materia no me hubieran llenado ya de preguntas, entrar en el voluntariado supuso un nuevo salto. De la facu al territorio. De las aulas, a las calles. De los libros, a la vida. Por fin, al encuentro real con la propia salida.
En ese encuentro nos sumamos a la construcción colectiva de un mundo, que a medida que tomaba forma, transformaba mi propio mundo. Es que tal vez la realidad no sea transformable hasta que no nos animemos a transformarnos nosotros mismos primero. Casi como un punto de partida, que encuentra en tus (y mis) nuevas miradas la explosión de percibir el cúmulo de realidades que existen tras cualquier muro.
Pasaron las experiencias y formamos un grupo de sistematización del voluntariado con el objeto de aportar nuevas miradas sobre la salud, desde una perspectiva integral. Nos juntamos, escribimos, pensamos, repensamos. Fuimos a un congreso en Santa Fe, y nos esperan otros, en donde llevamos la responsabilidad social de anunciar que otras realidades no sólo existen, sino que nos atraviesan. Algunas nos manipulan, nos delimitan, nos normalizan, otras nos traen el aire, el respiro, de ser quien somos: personas primero, etiquetas luego (hasta que sean eliminables).
Ahora bien, me urge detenerme en un punto inmediatamente previo, el punto en el que cuento cómo llegó mi profesora hasta allí, antes de encontrarla y aprender todo lo que aprendí.
Ella estudió Psicología en la Universidad de la Plata; hizo una Maestría en España, en el área de Salud Pública; fue becaria del CONICET en lo que se llama Beca tipo I, que implica el inicio en la investigación, con una duración de 3 años, seguida de la Beca tipo II, para la finalización del Doctorado, con una duración de dos años. Por último, finalizó la Beca Postdoctoral que duró dos años más. Para cada una de estas becas tuvo que presentar un plan de trabajo, junto con sus antecedentes y competir con otros profesionales de esa área. En cada instancia fue el comité de evaluación el que le adjudicó la beca. En resumen, al momento de presentarse a la carrera de investigadora en el Conicet llevaba unos 7 años de investigación previa.
Se postuló entonces para la carrera de investigadora. Afrontó complejas instancias de evaluación, organizadas a partir de comisiones que se clasifican en función de grandes temas. Se postuló en el área de Psicología y Ciencias de la Educación. En cada área son expertos los que evalúan, al mismo tiempo que un comité evaluador recomienda al directorio del CONICET, quien otorga los ingresos según esas recomendaciones. Siendo doblemente recomendada, ella, junto con otros 499 investigadores, obtuvieron la aprobación, adjudicada por el directorio.
Pero un día se desayunó que, si bien estaba aprobado, por falta de presupuesto, no recibiría el ingreso. Ella y esos otros 499 investigadores quedaron en la misma situación. Habiendo sido evaluados positivamente y ganando el concurso de manera legítima, quedaron afuera. Tomaron en diciembre el CONICET, y el ministerio resolvió extender las becas Posdoctorales que cada uno tenía, por un año más, comprometiéndose a efectuar negociaciones a lo largo del corriente año para otorgarles un cargo similar al obtenido por concurso, con una estabilidad laboral y un salario similar al que tenían. Esas negociaciones son las que hoy no se están cumpliendo, por lo que hoy se encuentran reclamando y tomando el Conicet.
Si bien este motivo tiene una perspectiva de 500 personas, a su vez posee un sentido social que nos atraviesa a todos y todas. La construcción de facultades que nos enseñen a pensar, antes que a repetir, comienza en personas como ellos y ellas que dedican su vida, profesión y trabajo para que eso suceda. Que enseñan con el cuerpo, el alma, y la vida, en cada paso que transitamos en la universidad. Mientras mires para afuera, y hagas caso omiso de sus reclamos estarás influyendo en la reproducción de una educación que nos pide a gritos que paremos. Que paremos, que miremos, que repensemos.
Y hoy soy yo quien te lo pido, te lo ruego. No mires para arriba, ni para abajo, que mires a los costados. Que tengas el coraje suficiente para empatizar con esta situación que te parece ajena, pero que también es tuya, porque sos y somos parte de una sociedad, de un mundo, que es indisoluble. Y su trabajo, es también el tuyo, el nuestro. Sostenernos es responsabilidad de todas y todos, si es que queremos construir – algún día- teoría que esté al servicio los avatares sociales cuya transformación depende de nosotros y nosotras. Pero como dije antes, si transformar el mundo empieza por transformarse uno, te pido que te dejes transformar por mis palabras y que empatices. La empatía es, tal vez, lo único que pueda salvarnos hoy.
*Estudiante de Psicología, de la UBA.