Ser linda es nacer en la década indicada

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Periodista | Escritora | Editora de Géneros y Breve Eternidad | Poeta | Feminista | En mis ratos libres sueño con armar una banda disidente.
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Con el feminismo copando la escena de la discusión política, hay un montón de cuestiones posándose hoy bajo la lupa, que no habían sido discutidas con anterioridad. Los estereotipos de belleza y el cuerpo como territorio son tópicos que no exceden a esta cuestión. La belleza, las medidas corporales, todo son imposiciones sociales. Lo afirmamos a diario, lo mostramos con selfies disidentes. Pero podemos basarnos en algo muy simple, que está a la vista de todos y todas y que bien puede valernos para esgrimir un argumento contundente: las curvas del cuerpo exigidas varían a través de las décadas. Lo que hoy es sensual, algún día fue de mujer fea, y probablemente lo volverá a ser.

No hay que agudizar demasiado la vista: de Marilyn Monroe a los cánones de hoy, hay diferencias. Y no son las únicas. A lo largo de los años, asistimos nosotras mismas a ver cómo cambian las modas de indumentaria. Un año, el chupín; un año, las remeras con batik; otro año, los vestidos acampanados. Un año escote, otro año no. Un año ajustado, un año no. Un año remera corta, un año no. Esto no es sólo caprichoso: entretanto cambian las modas de indumentaria, va cambiando el tipo de cuerpo adecuado para llevarla y lucirla bien. El año de la remera corta, probablemente la cintura sea muchísimo más fina que algún otro año, y las tetas más pequeñas. Lo natural de nuestro cuerpo también va cambiando de exigencias. Las mujeres que un año se operan las tetas, al siguiente son “grasas” porque “pasaron de moda”.

No hay nada saludable en imponerle al cuerpo una forma establecida, en pretender que la humanidad sea una horda de gemelas y gemelos, en divorciar a la belleza de su carácter individual. Si fuéramos libres, sería maravilloso poder apreciar la belleza más pura, la que como no viene heredada, puede ir variando, transformarse, buscar nuevas fuentes. Pero no: queramos o no, tenemos un millón de preconceptos heredados e instalados por fuerza de la educación formal. No somos libres de percibir la belleza como la percibiríamos si no nos hubieran enseñado qué es. Tal vez ni siquiera existiría, pero hoy la apreciamos y no sólo eso: la pedimos a gritos, la anhelamos. En nosotra/os y en el otro/a. Aspiramos a la belleza en todo. Hay estética en todo lo que nos mueve. Pero no nos paramos a reflexionar qué es lo bello y por qué. Nos privamos de un millón de otros mundos porque alguien, un Gran Hermano que desconocemos, instauró alguna vez el mito de que la belleza es lo igual a todo, lo menos osado.

Como mujeres, muchas veces nuestra lucha está en pedir que por favor dejen de mirarnos y esperar de nosotras lo hegemónico. Pero hay un camino paralelo que hacer, y es dejar de esperar del otro también lo hegemónico. No estamos exentas y no por entendernos como cuerpos distintos nos abrimos a otros cuerpos distintos también. Es un camino sinuoso, extenso, inexplorado. Pero hay que hacerlo si se quiere abolir la opresión latente sobre los cuerpos, si se quiere que las próximas generaciones se animen a simplemente ser.

Un recorrido temporal

De 1900 a 1910, la moda era La chica Gibson. Surgió a raíz de la creación del ilustrador Charles Dana Gibson, y es conocido como el primer estereotipo de belleza femenina estadounidense. Básicamente, era una mujer alta y esbelta, pero voluptuosa y con caderas, que usa corsé, y con retratos aristocráticos. Elegante, representaba a la muchacha bien educada que igualmente buscaba de a poco su independencia. Como podemos ver, desde que nacen los estereotipos modernos, se excluye a la mayor parte de la sociedad. La exigencia del estereotipo ya resulta compleja por si sola: pero a ella, se le agrega la imposibilidad o mayor dificultad de ciertos sectores para alcanzarlo.

En 1920, sin embargo, surgió el estilo Flapper, con un estilo más casual y relajado que el anterior. Con cortes bob, sin corsé, mujeres rebeldes que conducían, fumaban, bebían, usaban maquillaje y desafiaban el orden de lo establecido. Surgieron en el final de la Segunda Guerra Mundial, época de mucho intercambio cultural, con fuertes inclinaciones feministas, con las mujeres intentando liberarse de la opresión machista de la época. Se dice que tenían “conductas típicas de hombre” porque no se entiende que lo que tenían era conductas típicas nacidas de manejarse con libertad. Supuestamente, como había pocos hombres relegaron el papel de esposa y madre para empezar a querer imitar actrices y bailarinas o llegar a serlo, conducta que sigue vigente al día de hoy, donde las figuras mediáticas nos determinan cómo deberíamos vernos.

Fueron, en gran parte, responsables de los cimientos de nuestra forma de vivir actualmente la sexualidad. Popularizaron las relaciones sexuales sin coito cuando la norma era tener sexo con la penetración como único fin. Donde se dice que las flappers buscaban tener un aspecto de hombre, debe leerse que las flappers no necesitaban esgrimir el recurso de mostrar las curvas, por ende, no eran complacientes con lo que el hombre esperaba ver. Al menos, en los surgimientos, si tenemos en cuenta que después, con la moda, se convirtieron en exigencia estética.

En definitiva, esta moda continuaba exigiendo curvas, pero no incitaba a mostrarlas, y pretendía de las mujeres pechos pequeños, a diferencia de los diez años anteriores y siguientes.

De 1940 a 1950, el mundo asistió a una moda en tiempos de guerra. Una moda más precaria por las dificultades de accesibilidad que acarrean los conflictos bélicos. La Gran Depresión afectó a todo, y las faldas cortas fueron nuevamente desplazadas por las largas. Se ensancharon los hombros, desaparecieron los sombreros, y creció el pelo. El maquillaje siguió vigente. Los vestidos de noche eran largos y de día la falda y la blusa salvaban a las oficinistas. De todas formas, la moda habitual era resaltar las curvas, utilizando ropa ajustada para acentuarlas junto a los pechos. En esta década, la aspiración era lograr un aspecto juvenil, siguiendo siempre a las actrices hollywoodenses de la época, como norte de los cánones de belleza ideales, por ejemplo, Jean Harlow o Marlene Dietrich. El ideal exigía pelo rubio platinado, con ondas, labios carnosos, cejas altas y uñas pintadas.

Como podemos ver, no todos los cánones son alcanzables de forma natural. Pechos que cambian de tamaño, labios carnosos, pelos de un color específico, son cuestiones que no se pueden alcanzar sin alterar lo propio del cuerpo, y cambia tan rápido como elegir qué remera se usará en la temporada que llegó.

Con los 50’s, llegó el período post-guerra, época en la que volvió la exigencia de ser voluptuosa, con íconos como Marilyn Monroe o Grace Kelly que continúan hoy mismo vigentes como mujeres perfectas. El estereotipo señalaba a una mujer altamente femenina y curvilínea, apareciendo nuevamente el corsé para marcar las curvas. El maquillaje, el peinado y los vestidos se figuraban clave para deslumbrar. Los trajes de baño, si bien aparecieron en la década del 30, tomaron su esplendor en figuras como la misma Marilyn, autora de la frase “El cuerpo está destinado para ser visto, no a estar todo cubierto”, que da cuenta muy bien respecto de un recrudecimiento de la sexualización del cuerpo de la mujer, y las exigencias del ser sensual. En este punto, deja de ser necesario ser hiper flaca, de hecho, las mujeres deben aumentar un poco de peso para poder verse más curvas, más con carne. Cabe destacar que esta época coincide con el surgimiento de la revista Playboy y la muñeca Barbie, que pronto se impondrían como otros frentes desde donde instaurar el estándar desde sus productos.

En la década del 60 se impone la moda Twiggy que, dejando de lado la anterior, exige de la mujer una figura delgada y con piernas largas que ignora todo lo voluptuoso de la figura femenina y pretende un estándar esperable en un cuerpo que atraviesa la pre-pubertad. El ícono fue Twiggy, llamada Leslie Dawson, una joven modelo que, con tan sólo 16 años y con características andróginas, revolucionó el estereotipo de la década anterior.

El cuerpo ideal era como solemos llamarlo hoy, un “palo” vestido. Sin curvas, sin ropa que acentúe las caderas, lo que se pretendía de la mujer era una figura cuadrada. ¿Deberían hacer dieta las chicas del período post-guerras, o deberían resignarse y dar lugar a las nuevas mujeres hermosas?

No es casual, debido al tipo de cuerpo que debían tener las mujeres, que las bikinis se adaptaran y pasaran al tiro bajo, que queda bien en figuras cuadradas, de pocas caderas.

Es interesante ver cómo la moda se adapta a los cuerpos, o los cuerpos a la moda. Si hacemos un recuento, tranquilamente podremos notarlo en nuestra propia experiencia: del tiro bajo al tiro medio, del tiro medio al tiro alto, y todo intentando hacer malabares para lograr que el cuerpo resista a las nuevas maneras de gustar.

En 1970, se profundiza la herencia de Twiggy y se pone de moda la delgadez extrema. Tan importante fue el legado de los 60, que comenzaron a volverse virales las apariciones de desórdenes alimenticios, como la anorexia nerviosa. La actriz Farrah Fawcett tuvo los honores de ser un estereotipo de la década: mujer delgada, con pelo ondulado, poco maquillaje, con un estilo natural.

Con cierto auge del feminismo, el cuerpo ideal seguía siendo una exigencia, siendo también ligeramente atlético y largo, como si se pudiera inferir en esas cuestiones. Además de Farrah Fawcett, Beverly Johnson fue otra it girl del momento.

También se caracterizaban por estar bronceadas, con largas melenas, y contemporáneas a la reducción del tamaño de las bikinis, junto con la aparición de las primeras tangas. En contexto, una época de delgadez extrema pero también de liberación sexual y corporal por parte de las mujeres y el hippismo en general.

En los 80, aparece la figura de Jane Fonda, trayendo a escena un cuerpo firme, tonoficado, con todo duro. Podemos también vislumbrar el nacimiento de la chica fit, con un emblema como Jane que acercaba a la gente videos aeróbicos que fueron furor. Las cinturas eran finas, los hombros largos.

Las prendas de ropa eran elásticas y estrechas, exigiendo para encajar esa figura lograble a base de esfuerzo, buena alimentación y también un poco de suerte. Los músculos se convierten en deseables, y las super-modelos llegan a su auge: ellas son todo lo que cualquier mujer debería aspirar a ser.

Una vez más, no se tienen en cuenta las dificultades de ciertos sectores sociales, como si toda mujer contara con la economía para comer dietético o todas tuvieran el tiempo necesario para dedicarse a entrenar.

En esta época, empezaban a verse bikinis cada vez más pequeñas, extravagantes y destinadas a marcar las curvas. La moda la imponían los concursos de Hawaian Tropic.

En los 90, se vuelve a acentuar la delgadez y, con ella, la figura de mujeres como Kate Moss. Las mujeres comienzan a tomar la moda como un terreno de identidad, por lo que buscan resaltar sus individualidades. Más allá de ésto, el requisito de ser flaca no se mueve de lugar. La exigencia es ser esquelética, otra vez toman terreno los desórdenes alimenticios, pero el look heroin chic, como el de Moss, no dura demasiado: en esta década comienza a verse la liquidez de las modas; ya nada dura diez años, la globalización y la comunicación fluida, junto con la publicidad y otros tantos factores empiezan a afectar en todo. Los primeros años de la década, la onda era ser super flaquísima. Después, llegando al final, la canción Baby got back de Sir Mix A Lot, que celebra las big booties de la mujer, cambia las reglas del juego y se vuelve a establecer como objeto de deseo el cuerpo voluptuoso.

El 2000 vuelve a acercarnos la sensualidad de las curvas: desaparecen las pieles pálidas, vuelven los abdominales marcados, Victoria’s Secret lleva la punta en la bajada de línea respecto a belleza femenina, y los Rolling Stones coronan a Giselle Bundchen como mujer más hermosa del mundo. Hermosa, alta, flaca y atlética. Pero esta época estuvo más acelerada aún que la anterior, y pasó por varios estados. También trajo la imposición de jeans de tiro bajo, ojotas y tops, prendas que exigen, sin lugar a dudas, un cuerpo demasiado flaco, sin carne que se pueda marcar sobre la línea de las caderas.

También, resurgieron los pantalones oxford, los pantalones gastados y rotos, las minifaldas, entre otras prendas vintage. 

Empiezan a usarse colores distintos en el pelo, como rojos y caobas o mechas gruesas de colores claros, y colores fantasía comienzan a ser populares, porque las compañías de tinturas sacan productos para poder personalizar mejor la moda. También aparece el botox. El pelo se usa largo, aunque algunas osadas decidan llevarlo corto. La sensualidad es una larga melena. El look empieza a ser más cuidado: vuelve la figura de la feminidad. Las mujeres se delinean de negro los ojos, a lo Abril Lavigne. 

En cierto sentido, esta década permite mucho más una elección a la hora de mostrar el cuerpo o elegir el peinado, aunque siempre esperando de la mujer una linda figura: con curvas, o no, pero flaca.

A partir del 2010, y con nuevas maneras de hacer ejercicios, dietas, cirugías y muchas redes sociales, empiezan a aparecer las influenzers, que permiten mayor variedad de cuerpos “inspiradores”. La década predomina por acentuar los glúteos, sin embargo, se vuelve a exaltar la figura de la mujer empoderada y se aspira a un proceso de transición donde se celebre cualquier tipo de cuerpo: desde la chica fit a la modelo plus size. 

Muchas mujeres nos hemos jactado a lo largo de nuestras vidas a ser naturales y no dejarnos llevar por las modas, pero esto no deja de ser muy pretencioso. Tener una noción de lo que “nos queda bien” también es una imposición social y cultural que va variando a través de los años. No sólo el paso del tiempo va cambiando nuestro cuerpo y sus necesidades a la hora de vestirlo, sino que la publicidad, los íconos de belleza y la viralización de contenidos también nos determinan qué es eso que le queda bien a nuestro cuerpo, aunque no sea lo mismo que el de todos.

Debemos aspirar, como cuerpos cuyo norte es la libertad, a desandar todo este siglo de modas esporádicas para instalar una que no se vuelva a quedar fuera de tiempo: la de elegir ser como se es, y tener con qué sostener esa elección.

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