Game Of thrones; Game of women

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Periodista | Escritora | Editora de Géneros y Breve Eternidad | Poeta | Feminista | En mis ratos libres sueño con armar una banda disidente.
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El invierno ha llegado hace ya cuatro semanas a Poniente y, del otro lado de la pantalla las dudas, las teorías y los análisis se acumulan uno sobre otro, formando una torre gigante y tan sólida como Casterly Rock. La pregunta de siempre, la espera por ver quién ocupará al fin el trono de hierro, lleva inevitablemente a los espectadores a plantearse complejos análisis respecto a los lugares en que se encuentra, tácticamente, cada personaje. En ese contexto, no es posible dejar de lado, con o sin análisis minucioso, el rol que cumplen las mujeres en la ficción, detalle sobradamente remarcable, considerando que en Poniente, continente doblegado a Desembarco del rey, la forma de gobierno predominante es monárquica y absoluta.

Desde la conquista de Aegon, el Trono de Hierro en Desembarco del Rey ha sido asentamiento y símbolo de poder predominante sobre todo el territorio de los Siete Reinos. Desde la primera hasta la actual temporada, los reyes que se han erigido y caído han pasado con más pena que gloria y sin demostrar, realmente, grandes destrezas o hazañas. Sin embargo, hay personajes que permanecen en pie frente a todo tipo de adversidades y, a esta altura del partido, realmente resulta fundamental declarar lo que se muestra evidente: las mayores fuentes de peligro, de poder y de estrategia en Game Of Thrones están personificadas en cuerpos de mujer.

Antes de arrancar con un análisis minucioso, vamos a establecer la cuestión fundamental: luego de años de preguntarse una y otra vez quién será el rey que se sentará en el gran trono, esta séptima temporada nos encuentra preguntándonos quién será la reina que lo hará. Si bien hace años que la mano que realmente gobierna el reino es la de Cersei y Daenerys, hace mucho que se está preparando para atacar. Por primera vez, vemos a la reina Cersei ya no como regente sino como monarca absoluta y a la reina Daenerys cruzando el mar con un ejército sinceramente embanderado por su causa y nuevos aliados en Poniente.

Olenna Tyrell; Asha Greyjoy; Ellaria Sand y sus serpientes de arena; Missandei de Naath; Melisandre de Ashai; Brienne de Tarth: todas mujeres. Todas mujeres y fuertes. Todas, sin excepciones, demostradoras de una gran fuente de poder. Pero vamos a centrarnos en cuatro personajes que a todos nos encanta analizar y sobre-analizar: Arya y Sansa Stark, Cersei Lannister y Daenerys Targaryen.

La dupla Stark 

Desde los remotos inicios de la serie, vemos a estas dos niñas, ahora casi mujeres, como némesis absolutas. Dos hermanas que, criadas bajo el mismo yugo, eligen aspiraciones muy diferentes.

Sansa Stark se nos presenta como una niña dulce, más similar a lo que podrían llamarse genes Tully (refinada, estilizada, de buen pelo, agradable de ver) y más dispuesta a seguir los consejos de su Septa en lo que a digno comportamiento femenino respecta. Es la futura dama ideal. Una mujer que no cuestiona, que sólo aspira a un buen compromiso, que constantemente busca agradar. Así la conocemos y así la vemos durante mucho tiempo, tanto que llega a cansarnos. Pero, dejando de lado los juicios personales respecto al agrado o no que nos genera cada personaje, ¿se puede dejar de lado todo el maltrato que sufre esta niña que pasa de muñequita a mujer en un abrir y cerrar de ojos y sin elegirlo?

Sí,vamos a ser honestos, Sansa, a veces, aburre de ingenua y “Susanita”. Es sumisa. A veces, da la sensación de que lo único que quiere en la vida es ser la esposa de un rey. Elijo las palabras porque, pareciera que lo que busca Sansa, más que reinar, es encontrarse del lado del candidato ideal. Es una cuestión que difiere del poder en tanto ella está dispuesta a ser gobernada por otro. Lo que quiere esta chica es la aceptación de su gran señor, especie de graduación en la gran escuela que fue su vida y que la preparó para esto. Pero ¿la estamos juzgando con nuestra lupa, la de un universo totalmente distinto? ¿La estamos juzgando con la lupa de los espejos que se proyectan a su alrededor, los de mujeres más sólidas, más emancipadas? Enarbolamos cotidianamente una bandera que se pregunta hasta dónde hay elección, si la educación encamina nuestras capacidades y nuestras aspiraciones. Sabemos que es difícil marcar la ruptura de la sumisión frente al universo machista incluso en nuestros días. ¿Cuánto se puede juzgar a una niña que aún ni siquiera menstruó por soñar con ese futuro de sedas y joyas que le fue prometido desde que tuvo noción? Pero la Sansa que vemos ahora es otra. Y ya no podemos evitar verla con otros ojos.

Llegada a Desembarco del Rey como futura reina prometida de un niño-rey que demostró ser un monstruo y tener poco cerebro y escrúpulos, hizo todo lo que tenía que hacer para agradar. Bien vestida, bien hablada, siempre decente y cordial, halagó a quienes debía y renegó de quienes debía renegar, incluso de su familia, llevada al límite de permitir el castigo de ver morir a su loba, Dama, haciéndonos creer a todos que todavía soñaba con ser la reina cuando, en realidad, lo que buscaba era sobrevivir y soñaba en secreto con volver a su hogar, un hogar devastado por las guerras y las traiciones. El casamiento fallido la llevó a la obligación de casarse con un enano que, aunque todos amemos, podría considerarse un insulto, una forma de volverla a rebajar. Luego de escaparse y creerse a salvo, volvieron a casarla con un tipo (que no tuvo tantos reparos como ese enano vergonzoso que la respetó hasta el final) que la violó y ultrajó de formas que uno creería que son más de lo que una virgen puede soportar. Pero escapó. Y sobrevivió. Y llegó a su hogar, después de un camino tortuoso, para hoy pararse y gobernar mientras su hermano bastardo no está. Y no sólo vemos que está cambiada estéticamente (hermosa, más grande, ya toda una mujer) sino que vemos detalles que son casi inesperados en un personaje de su perfil: Sansa no se calla frente a Jon, el Rey en el Norte, cuando cree que debe cuestionarlo y demuestra que, si bien Cersei la humilló hasta el final y la hizo sufrir, supo aprender de todo lo vivido hasta acá, incluso de sus enemigos, para plantarse hoy como estratega y como nombre que pisa fuerte.

Arya Stark es otra cosa. Desde el vamos, cuenta con mucha más audiencia deseando verla y amándola. Más parecida a su padre Stark que a su madre Tully (hosca, poco femenina, supuestamente más fea, más masculina), demuestra desde el principio que será un personaje con gran llegada y no nos decepciona en absoluto.

Llevada hacia Desembarco del Rey junto a su hermana y su padre, demuestra desde el camino que no será una niñita fácil de doblegar. Con aguja, su flamante espada a los hombros y un amigo, el hijo del carnicero, se aleja por un rato del camino para comenzar con los primeros atisbos de prácticas de caballería, expedición que termina mal cuando se entromete Joffrey, el joven príncipe acompañado de Sansa, quien se horroriza por la escena. El final de este primer cruce es triste: terminan matando al amigo de Arya, quien debe espantar a su loba para que no la castiguen por haber mordido al rey y terminan matando a la loba de Sansa, como para sentar un precedente.

Los nombres de los lobos Stark no son aleatorios. La loba de la joven Arya no se llama Nymeria porque sí.  Nymeria fue una princesa guerrera. Arya que, de guerrera tiene mucho más que de princesa, eligió ese nombre por tener consciencia de lo que es: sabe que es mujer y también, parece, reconoce que esta condición no tiene por qué suponer un límite.

También sufrida desde su llegada a Desembarco del Rey, Arya pasa por mucho antes de conformarse en el personaje que vemos y nos emociona hoy. Habiendo visto morir a su maestro de armas, Syrio Forel, y habiendo estado a punto de ver cómo decapitaban a su padre, imagen visual que le fue impedida a último momento, escapa de la Capital de los Siete Reinos haciéndose pasar por Arry, un joven que busca pasar desapercibido entre otros reclutas que marchan hacia el muro para unirse a la Guardia de la Noche. En el camino, se cruza con muchos personajes fuertes y peligrosos, la mayoría de esos, nombres de su lista. Porque Arya tiene una lista: este personaje combativo no se cansa de repetir, mentalmente y en voz alta, los nombres de la gente a la que quiere asesinar. Y lo que en primera instancia parece un capricho de nena inocente, de a poco nos empieza a parecer cada vez más real.

De su largo camino podríamos destacar muchas cosas. Su paso por Harrenhal, su viaje junto al Perro, sus entrañables compañeros, Gendry y Pastel Caliente… pero todos sabemos que la clave está en Braavos.

La pequeña pero curtida Arya se va a la ciudad libre de Braavos sabiendo que en Poniente su vida corre constante peligro, aunque ya ha demostrado lo bien que sabe camuflarse. Y elige Braavos porque allí está Jaqen H’agar, el misterioso hombre sin rostro que le ha pagado con tres muertes el precio de la vida, y le ha dejado una moneda con la que, dijo, podría encontrarlo si pronunciaba las palabras necesarias. Valar Morghulis. Una vez llegada, Arya se interioriza en ese misterio que es el templo del Dios de los muchos rostros y busca desesperadamente ser nadie. Pero, ¿realmente busca ser nadie, o sólo sabe que es una obligación que debe cumplir? Queda claro en todo momento que para ser nadie, una chica no debe tener pasado. Si hay sed de venganza, hay un pasado demasiado latente y la sed de venganza de Arya casi viaja a través de la pantalla, casi se puede palpar. Una y otra vez responde la misma palabra, “nadie” a la pregunta: ¿quién sos? Pero nunca es verdad. Cuando la envían a trabajar en las afueras del templo y ejecuta su primera venganza disfrazada de otro, queda claro. Esa chica que quiere convencernos de otra cosa es, definitivamente, Arya de la casa Stark. Y es letal.

Pero vamos al presente. Vimos a Arya de nuevo pisando los ladrillos de Invernalia y no se puede evitar la mención de una escena que ya posiciona para quedar grabada en el recuerdo de los espectadores: Arya luchando de igual a igual con Brienne, otra mujer fuerte, casi un hombre a los ojos de todos, que busca la aceptación que no tuvo como mujer usando sus dotes de caballero. Las espadas entrechocan lo justo y necesario. La batalla es una danza, un espectáculo digno de ver. Arya es elegante, es precavida, tiene instinto. Todos miran sorprendidos, incluso desde lugares remotos, frente a la pantalla de HBO. Pero ¿qué nos sorprende? ¿Qué esperábamos, realmente, de una chica que entrenó luchando en la penumbra total, ciega e inexperta y lejos de su hogar y sobrevivió? Arya tiene los genes de Ned, pero no deja de ser en ningún momento Arya. Toma un poco de su padre, un poco de su hermano bastardo, un poco de su maestro de espadas y un poco de los hombres sin rostro pero, en esencia, la construcción que la vuelve lo que es es esa que la lleva a, sin dejar de ser mujer, atreverse a soñar con ser la guerrera que es en un mundo de hombres. ¿Podíamos esperar menos de la única Stark que logró lo que todos deseaban, vengar la boda roja y de un tirón, arrasando con toda la casa Frey? Una cosa queda clara: con el puñal de acero valyrio y la capacidad de la danzarina del agua para camuflarse y sobrevivir, la más chica de las mujeres Stark es un personaje digno de temer y nadie que esté en su lista puede considerarse, por lo pronto, a salvo.

Choque de reinas

Podemos empezar a hablar de las dos reinas vigentes y en disputa con una frase de Cersei Lannister a Ned Stark: “En el juego de tronos, o ganas o mueres”. Esta frase, lejos de sólo describir muy bien a quien la dice, también nos adentra desde temprano en lo que es Game Of Thrones, esta serie en la que ninguna vida es indispensable y en la cual, luchando por el poder y la supervivencia, cualquiera puede morir. Pero vamos a centrarnos en Cersei.

Al igual que Sansa, Cersei, creció sabiendo que algún día se casaría con un gran señor. Hija del hombre más poderoso de Poniente y hermana melliza de un hombre que, descriptivamente, es como ella pero con un miembro viril y, por ende, tratado y tomado de otra forma, aprende a comportarse como una dama para satisfacer a la corte del rey. Con su padre, en un comienzo, como Mano del rey y su hermano como Guardia real, se le promete un casamiento con el príncipe Rhaegar que no llega a concretarse por la negativa del Rey Loco, lo que supone para ella una fuerte decepción, pero no el final: nosotros la conocemos ya adulta, llegando a Invernalia con Robert Baratheon, primero de su nombre, su rey y marido.

Es muy difícil no odiar a Cersei Lannister: una mujer despiadada que, aparentemente, no tiene límites ni moral. Olenna Tyrell bien menciona a su hermano Jaime que, mientras ella hizo cosas imperdonables por mantener a su familia y su casa segura – lo que poco le valió -, Cersei hizo cosas que ella ni siquiera se habría imaginado posibles. Y nosotros tampoco.

Si de fortaleza hablamos, estamos parados frente a un personaje fundamental: una mujer que vio morir a sus tres hijos – y no podemos evitar, en este punto, recordar la profecía, esa que predijo su reinado, sus pérdidas y su futura muerte en manos del ¿misterioso? valonqar -, que vio morir a su padre, que ha llegado a ver tambalear la lealtad de Jaime, su hermano y amante, que perdió todo y en consecuencia, ganó el derecho al trono que tanto deseó conquistar.

Reina por matrimonio, reina regente por sus hijos, reina legítima por la muerte de su linaje, consciente de su atractivo como mujer, de su belleza y del poder de su cuerpo y del sometimiento sexual al que se puede doblegar a un hombre, con más sutileza y efectividad que la de las espadas, Cersei fue la mano que nunca ha perdido su poder en la corte, más allá de que en los primeros capítulos de esta temporada se la haya vido casi más débil, casi desprotegida. Pero ¿qué queda, ahora, de esos atisbos de debilidad? Casi sin anunció, la despiadada Lannister logró dejar a la reina Targaryen sin los aliados que su hermano menor y la araña le consiguieron en Poniente. Casi sin anuncio, cuenta con armas que pueden destruir dragones, tomó Altojardín y se amigó con el banco braavosi, aunque no sepamos por cuánto tiempo. Casi sin anuncio, hoy vuelve a parecer más infranqueable, un obstáculo más complicado de sortear, y con lo poco que cuesta olvidar que estamos frente a una ficción y no frente a un mundo real, Cersei sigue consiguiendo que se nos hiele la sangre cada vez que una sonrisa se asoma entre esos ojos cargados de frialdad. Pero hay una sangre que pareciera imposible de helar…

Daenerys Targaryen de la tormenta, la primera de su nombre, la khaleesi de los Dothrakis, la que no arde, rompedora de cadenas, madre de dragones. La niña que fue vendida al khal Dothraki en casamiento como forma de pago para comprar un ejército y no sólo logró cautivar a su marido, su sol y estrellas, sino que logró mantener la lealtad de – unos pocos – de sus hombres al verlo morir y demostró su valía saliendo del fuego con sus bebés, los que nacieron de la muerte de su amado y su hijo, pero sólo para anunciarnos todo lo que vendría después.

Con la intención de comprar un ejército de mercenarios, khaleesi se encontró con un panorama de injusticia que no pudo dejar pasar. En vez de comprar un ejército, lo liberó. En vez de doblegar al ejército liberado, les dio a elegir. Y así se convirtió en la mhysa, la madre de los esclavos libres, la rompedora de cadenas de la bahía de esclavos: una reina a la que temer y por la que definitivamente vale la pena luchar.

Lejos de sólo aspirar al trono por derecho de linaje, Daenerys comprende que un pueblo no se levantará por una mujer que desconoce y de la que sólo recuerda un apellido ligado a la sangre y la destrucción. Si bien es un personaje que se perfila como interesante desde un principio, traza todo un camino recorrido que la vuelve cada vez más poderosa y no sólo porque sea fuerte, sino porque en todo momento parece tener conciencia plena de sus fortalezas y debilidades y jugar en consecuencia.

Ya en Poniente y acompañada de sus hombres más leales y de Missandei, esa revelación de esclava políglota que se ha convertido inmediatamente en su mano derecha, Khaleesi se muestra más agresiva, más a la defensiva, cada vez más ansiosa por atacar. Y ¿quién no esperó desde los comienzos verla montada en un dragón al frente de la batalla, liderando un ejército dothraki que por primera vez ha cruzado el mar? Ese atractivo, el atractivo de la reina que no espera el reino entregado en bandeja y pone el cuerpo en batalla para lograr su cometido final. Ese atractivo, el de la reina que no piensa ya en alianzas ni matrimonios y no se deja amedrentar y con un claro fin dispone las fichas para jugar de una vez el gran juego final.

Parece tan fácil arriesgar por un nombre e imaginar cómo y cuándo morirán los personajes. Parece tan simple como analizar probabilidades y entender bien el juego, como plantar posiciones y responder , o adivinar simplemente lo que vendrá. Pero no es así con George Martin. No es así con la serie del momento, esta que demuestra que estará en la boca de todos por mucho tiempo más. Nadie está a salvo. Nadie está exento. Nadie es indispensable y nadie (¿nadie?) es inmortal. Al menos, hasta ahora no nos han decepcionado y, por cada jugada previsible se nos vienen encima otras diez que no supimos ver venir. Esta temporada, que empezó tarde y durará poco, parece ir de a ratos lento, de a ratos apurada, pero ningún detalle está demás y ninguna escena nos permite distendernos, aunque fuera un rato. Faltan sólo nueve capítulos para el final de la serie y todavía no podemos terminar de definir, aunque imaginemos el posible final, cómo llegará. Las mujeres siguen viéndose como los personajes más fuertes y atractivos y los hombres que se posicionan fuerte no parecen, de cualquier forma, un rival. Al menos, mientras hablamos del trono de hierro, que sigue ocupado por Cersei, pero… ¿por cuánto tiempo más?

 

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