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Por Alan Jason Brandt
Breve Eternidad
Marcos, como todos los domingos al mediodía, se hizo una escapada al almacén del barrio (de esos que no cierran ni por duelo) para comprar las últimas cositas para las pastas en familia (hoy, después de varios meses, se volvían a juntar todos). Fue con Lucía, de 7 añitos recién cumplidos, porque era de esas que tienen fascinación por su hermano mayor y lo quieren seguir a todos lados. Marcos y Lucía vivían en la 1-11-14. Marcos, un poco por necesidad, un poco por gusto y un poco más por la omnipotencia que sentía cuando lo hacía, a veces salía a robar. Mirta, su mamá, ya no sabía cómo pedirle que pare, que iba a terminar mal, que había otras formas de llevar comida para su hermana, que no quería que termine encerrado como su hermano. Marcos no la escuchaba. No sólo lo veía fácil, sino que lo ayudaba a verla feliz a Lucía. Y nada lo hacía más feliz que ver feliz a su hermanita. Ese domingo, mientras iban en la bici a comprar el queso rallado y el pan con Lucía, lo llamó un amigo, Luisito (otro que andaba en la misma que él). A 10 cuadras, afuera de la villa, acababa de bajarse un tipo de un Audi para sacar plata de un cajero. Un domingo al mediodía, no había nadie en la calle. Era fácil. Un tipo de traje en un auto de la concha de la lora, no se iba a cagar de hambre por tener un par de billetes menos. Le dijo a Lucía que lo espere 15 minutos ahí paradita en la esquina, que no se mueva (no hacía falta, en el barrio todos la conocían. No pasaba nada). Agarró la bici y se mandó. “Con esa guita morfamos toda la semana y salgo a escabiar algo hoy con los pibes”. Cuando llegó, el tipo del Audi estaba saliendo del cajero.
Lucía, ese día, todavía no sabe bien por qué, no se quiso quedar sola y, cuando él ya no la veía, decidió seguirlo para ver a dónde iba su hermano.
El asunto fue rápido. El tipo salía del banco, lo encimaron, lo apuraron y agarraron la guita. Mirta se lo había dicho… “pará, que vas a terminar mal”.
Cuando llegaban a la esquina con Luisito, cada uno en su bici, los cruzó un remisero que había visto todo. Lo quisieron esquivar, pero agarraron un charco de verdín y se fueron los dos al piso. El tipo del Audi llegó justo cuando Luisito se levantaba y salía cagando para la villa. Él no llegó a levantarse. Lo agarraron entre el remisero y el del Audi. En un par de minutos ya eran cerca de 10 vecinos alrededor de Marcos, cagándolo a patadas. “Chorro hijo de puta”, le gritaban. “No vas a afanar más en tu puta vida”. Una de esas patadas le dio justo al lado del ojo izquierdo, que ya bastante sangrado estaba. Lo último que vio Marcos fue la cara de Lucía, agitada después de correrlo tantas cuadras, que miraba la escena con los ojos llenos de lágrimas, sin entender qué le estaban haciendo a su hermano.
Foto por Colectivo Manifiesto (MFTO)
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