Gabriela Krause
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En el día de ayer, a un mes de la desaparición de Santiago Maldonado, más de 200 mil personas llenaron la Plaza De Mayo y sus alrededores, para pedir su aparición con vida. Las fuerzas de seguridad, no contentas con desaparecer al joven, hicieron su jugada para desaparecer también las voces del pueblo armando un show y haciendo lo que más disfrutan hacer: reprimir.
El rol policial y el rol de los grandes medios, en estos casos, es el mismo: el de desviar el foco de la cuestión, culminando por dejar el reclamo en veremos, invisibilizado y cuestionado en extremo por las supuestas formas violentas. Cuando una plaza se llena, cuando doscientas mil personas salen de su comodidad cotidiana para salir a copar las calles y cuestionar al gobierno de turno, el poder opta por borrarse de la faz de la tierra y enviar a sus aliados para volver a desaparecer a los desaparecidos.
La convocatoria fue a las 17:00. La concentración, masiva y organizada, incluyó el show de bandas que adhirieron al reclamo, performances e intervenciones artísticas de grupos independientes, y el discurso de varios referentes en materia de lucha por los derechos humanos. Tanto la marcha como la estancia en la plaza fueron pacíficas. Una jornada para pedir por la aparición de un compañero y reflexionar sobre los roles de poder que nos traen a esta situación, tristemente recordada por muchos de los que hoy están reclamando, de épocas más oscuras que se creían cajoneadas.
Cuando la mayoría de los manifestantes había desconcentrado de la plaza, comenzó la cacería. Con disturbios de unos pocos, que se dieron de forma repentina, cuesta establecer de qué lado comenzó la agresión – algunos hablan de anarquistas; otros lo atribuyen a las mismas fuerzas policiales camufladas-, pero lo que sí se puede aseverar, es que lo que siguió fue inconstitucional y repudiable. Policías de civil, encapuchados, sin identificación y con chalecos, comenzaron a detener arbitrariamente a personas en los alrededores de la plaza, una metodología que se viene viendo desde manifestaciones anteriores, no hay que hacer más que remitirse al último paro nacional de mujeres para trazar una simple comparación.
Camiones hidrantes; palos; gas pimienta; balas de goma. La ecuación de una historia que no aprende de sí misma y se repite constantemente, como espiralada. Ya son treinta los detenidos confirmados, que se encuentran en las comisarías 15, 12 y 30 e incomunicados. También hay heridos, pero no se cuenta con datos oficiales. Y seguimos sin saber dónde está Santiago Maldonado.
De los treinta detenidos, nueve son colegas trabajadores de prensa. Si bien suponemos vivir en democracia porque cada cierta cantidad de tiempo ingresamos a un cuarto oscuro para elegir una boleta que luego metemos en un sobre para depositar en una urna, un contexto donde desaparecen manifestantes y luego detienen a periodistas por cubrir una manifestación al respecto, no es un ejemplo de democracia en absoluto.
Las negligencias en juego son varias. Por un lado, la policía, que debería estar buscando incansablemente a Santiago Maldonado, llena la plaza, camuflada, para desbaratar todo intento de lucha. Los medios, que deberían estar preguntando dónde está Santiago Maldonado y cubriendo todo lo que fue la marcha, reproducen imágenes de los disturbios, cuestionando el papel de los manifestantes, volviendo a poner sobre la mesa la importancia de las paredes pintadas y hablando de todo menos de lo importante. Es un complot para desviar el foco que roza lo tragicómico. Un grupo enorme de manifestantes sale a preguntar por un desaparecido y el equipo perpetrador de las acciones del Estado se empecina en mantener el discurso armado, ese en el que quienes se manifiestan son subversivos y destructivos y quienes nos cuidan son los uniformados, aquellos que vienen para salvar a la ciudad de los crueles escraches.
Las imágenes son impactantes porque parecen salidas de otro tiempo. Los hechos en si mismos son impactantes por la misma cuestión. Hace mucho tiempo no se veía un despliegue policial tan grande. Si bien sabemos que las fuerzas están preparadas para responder rápido ante estas cuestiones y es una metodología que se viene aplicando marcha tras marcha, esta vez el operativo fue más grande. La pregunta es, ¿qué hizo que los números crezcan? ¿es por la masividad de la convocatoria, o es por la desesperación de tapar el reclamo en cuestión? ¿Y dónde está Santiago?
Santiago Maldonado, en boca de todos y todas
Desde la desaparición de Santiago, por todos lados se puede ver todo tipo de consignas reclamando respuestas. Desde preguntar todos los días dónde está, hasta salir con su foto o escribir lo que cada uno está haciendo para después bajar línea al respecto, no pasa un día sin que se hable de él y se sigan pidiendo las respuestas correspondientes.
Así, parece que Santiago está en boca de todas y de todos. Parece que somos un país unido en defender la misma causa. Pero las apariencias…
La famosa grieta. Hay una facción del país, por suerte, muy grande, que está exigiendo que Santiago aparezca con vida. Hay otra facción, lamentablemente también convocante, que pretende montar un circo alrededor de todo esto argumentando, justamente, que esto es un circo. Quieren atribuirle la culpa a Cristina, a los mismos mapuches, a los puesteros, a Santiago mismo. Quieren hacernos creer que Santiago se fue de vacaciones. Se figuran, parece, que estará, por esta altura, en una playa tomando daikiri. Y escupen su bronca para todo aquel que lo quiera escuchar. Que “no hay nada comprobado”; que “deberían desaparecerlos a todos por subversivos”; que “ese montonero” o ese “hippie roñoso”. Hay padres pidiendo que no se politice la educación de sus hijos, que no se les hable de Santiago Maldonado, pero nada descontentos con Esteban Bullrich o Mauricio Macri haciendo campaña en las aulas. Hay una línea directa para denunciar estas cuestiones. Y siguen sin respondernos dónde está Santiago Maldonado.
Ni un atisbo de humanidad, de consciencia de clase, de consciencia de ser humano y reconocerse en el otro. Pero ¿de dónde viene todo esto?
Cambiemos, una fuerza que tambalea y amenaza con caer sobre nosotros
El equipo de Cambiemos ha demostrado reiteradas veces que la opinión pública y el rol de los medios, en consecuencia, son fundamentales para establecerse en el poder y mantenerlo. Con un trabajo fino, la famosa oposición del gobierno anterior ha instaurado el odio, la grieta y la sed de justicia, o más bien de venganza. Se posicionaron no con propuestas constructivas, sino con la promesa de destruir todo aquello que la gente mencionó no querer más. Y lo lograron.
Así, todo lo negativo de esta gestión se le ha atribuido a la década (¿ganada? ¿saqueada? ¿nefasta?) kirchnerista, lavando la cara del gobierno una y otra vez como cualquier chico en una clase que señala mirando a la profe y gritando “fue él”. Así, un montón de cuestiones pasaron desapercibidas, logrando que un pueblo con hambre baje la cabeza y diga que sí, que son necesarios los despidos; los tarifazos; las represiones; las políticas antisociales, y todo porque nos dejaron, según nos dicen, un país devastado.
Con sus pros y sus contras, el gobierno kirchnerista ya quedó atrás. En dos años de gestión, Cambiemos no ha construido gran cosa, más bien se ha empecinado en destruir las políticas necesarias para las clases más bajas y los grupos minoritarios, pero incluso con Cristina fuera de escena, las culpas siguieron recayendo en las mismas caras.
De a poco, esas imágenes comienzan a tambalear. El hambre se vuelve palpable en las clases donde antes no faltaba el pan; las políticas prometidas no llegan y la fracción dormida comienza a engendrar serias dudas. Económicamente, entramos en una caída cuesta abajo de la que no parecemos estar saliendo, y con las imágenes, comienza a tambalear la imagen pública y, en consecuencia, el poder de este gobierno.
Esto no es nuevo. Los gobiernos neoliberales parecen seguir un patrón en el que, al comenzar una caída fuerte, despiertan a la clase media, la parte que no suele salir a la calle, y todo empieza a cuestionarse más fuertemente.
Los medios, que han militado el ajuste de forma incansable, empiezan a remarcar ciertas cosas que antes callaban. El gobierno está mudo. En un contexto tan grave donde un hombre de 28 años ha desaparecido y ha sido visto por última vez en un enfrentamiento con la gendarmería, comandada por la ministra Patricia Bullrich, el presidente de la Nación, Mauricio Macri, nos cuenta que está probando helados en Tucumán y Patricia sigue sin ser removida de su cargo para dar lugar a una investigación seria, que nos arroje una luz sobre lo que pasó con Santiago.
Entendemos así que Cambiemos no pueda darse el lujo de cargar con un desaparecido y con una manifestación de esta magnitud. No pueden tolerar que se visibilice este pedido, entonces, se escudan en la orden de reprimir, igual que en cada marcha hasta la fecha, pero con más ferocidad.
La historia, ese ciclo que se repite una y otra vez
Quienes no hemos vivido las épocas más oscuras de nuestra historia, la conocemos y le tememos desde que tenemos noción y pensamiento crítico. Pero también pecamos de ingenuos, muchas veces, creyendo que hoy en día no nos podría pasar. El experimento de La Ola nos arroja una luz interesante al respecto. Podemos entender, entonces, que aunque los tiempos, la cultura y la comunicación avance, hay ciertos mecanismos que pueden volver a suceder y operar sobre nosotros con la misma oscuridad que en los 70’, en los 80’, en los 90’, en el 2000. Y muchos no estamos preparados, por desconocimiento o por ingenuidad, para responder efectiva y rápidamente en los casos donde es importante no dormirse.
Hay que aprender de la historia. Hay que aprenderla, hay que indagarla, hay que mamarla y arraigarse a ella para entender cómo accionar. No sólo está claro que no podemos confiar en las fuerzas policiales para protegernos: a esta altura, lo que sabemos, es que debemos desconfiar de ellas porque nos des-protegen y nos persiguen. Y quieren callarnos, cuando deberían estar respondiendo la misma pregunta que se formula una y otra vez. Dónde está Santiago.
Los medios hegemónicos no están interesados en informarnos sobre la realidad. La policía no está interesada en cuidarnos ni en respetar nuestros derechos más básicos. Nos queda escudarnos en el periodismo alternativo, buscar otras fuentes, informarnos por nuestra cuenta y cuidarnos entre nosotros. Pero ¿cómo cuidarnos, si ni estar ejerciendo el periodismo es escudo cuando la policía comienza a jugar ese juego del gato y el ratón?
Hilo sobre cómo detectar services en las marchas.
— Berserker (@asberserker) September 2, 2017
Debajo de este tweet, sigue una seguidilla sobre métodos para cuidarnos en las marchas. Muy recomendable su lectura.
Toda la vida, las mismas calles
Está claro que no debemos permitir que nos amedrenten con este tipo de accionar. Pero también está claro que debemos cuidarnos.
Si Santiago sigue sin aparecer; si siguen deteniendo a los compañeros por expresarse y por indagar; si Patricia Bullrich sigue sin ser removida de su cargo; si Mauricio Macri sigue sin accionar contundentemente; si la libertad de prensa está siendo ultrajada; si cada vez somos menos y cada vez nos persiguen más, hay que tomar las calles.
La misma plaza de siempre debe ser llenada una y otra vez, hasta que las cosas cambien, hasta que el poder caiga, hasta que la situación deje de recrudecerse cada vez más.
De todo esto que pasa hay que aprender. Deconstruir los hechos para comprenderlos mejor y así poder hacerles frente.
Exigimos la inmediata aparición con vida de Santiago Maldonado, la inmediata liberación de nuestros colegas periodistas. Exigimos que respeten nuestra libertad de prensa y nuestros derechos humanos.
¡Libertad a lxs presxs por luchar!
A continuación parte de la cobertura fotográfica de las movilizaciones a cargo de Gonzalo Comito y Bri Toracchio.