Fernando Paludi
Latest posts by Fernando Paludi (see all)
- #Trelew A 45 años de “La masacre iniciática” - Agosto 22, 2017
- #PASO2017 El valor de festejar en el Prime Time - Agosto 15, 2017
- La represión como política de estado - Agosto 10, 2017
Podemos marcar esta masacre como el comienzo del genocidio que vino después. Fue el inicio de la ferocidad, la brutalidad y la vocación por el crimen. El asesinato de 16 presidiaros, el 22 de agosto de 1972, en venganza por una fuga del penal de Rawson, se convertiría más tarde en práctica sistemática de la represión.
Eran las 3:30 de la madrugada del martes 22 de agosto, sacaron a los 19 presos de la celda, los formaron en el pasillo y los fusilaron con ráfagas de ametralladora. Una imagen terrible solo imaginable en un relato de Dostoievski. Los muertos fueron once miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), tres de Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y dos de montoneros, otros tres sobrevivieron porque los verdugos no llegaron a rematarlos de un balazo, como sucedió con otras víctimas y pudieron aguantar por horas hasta que recibieron cuidados médicos. María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo Haidar son los nombres de los que no murieron en el fusilamiento y luego dieron el relato que quedará sentado para la prosperidad.
El punto inicial de la tragedia que hoy se recuerda, fue una semana antes. El 15 de agosto más de cien guerrilleros presos en la cárcel de máxima seguridad de Rawson habían sorprendido al país propinando un duro golpe a la dictadura militar del General Alejandro Agustín Lanusse al copar el penal y el aeropuerto, en tanto otros tres comandos debían arrebatar un avión de Austral que venía de Comodoro Rivadavia. La operación era compleja: debían tomar el penal pocos minutos antes de que llegara el avión. Al mismo tiempo trasladar a los presos fugados en varios transportes casi en el mismo momento que aterrizaba el avión. Solo fallaron los camiones y solo seis de los principales dirigentes de las organizaciones guerrilleras lograron fugar.
Estaban tomados el penal y el avión en el aeropuerto, pero a la cárcel solo llego un Ford Falcon. Subieron Mario Roberto Santucho, Domingo Mena y Enrique Gorriarán Merlo, jefes del ERP; Roberto Quieto y Marcos Osatinsky, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros. Los que se quedaron, empezaron a buscar remises y taxis y fueron subiendo a medida que iban llegando. Los primeros seis alcanzaron al avión de Austral, esperaron infructuosamente a sus compañeros y levantaron vuelo hacia Chile.
Al llegar al aeropuerto en taxis y remises, otros 19 guerrilleros pudieron ver cuando el avión despegaba. Tomaron las instalaciones y comenzaron, resignadamente, las negociaciones para entregarse, no tenían ninguna posibilidad de sostener la fuga. Atrincherados en el aeropuerto pidieron la presencia del juez y de los periodistas. Era la primera vez que dirigentes guerrilleros aparecían en televisión dando sus opiniones sobre la situación política. Ninguno de los guerrilleros buscó la muerte con vocación suicida, ni en la toma del penal ni en el copamiento del aeropuerto de Trelew o en la rendición incondicional.
La situación fue humillante para las Fuerzas Armadas y el gobierno de facto encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse por lo que se lo cobraron de la peor manera, con premeditación y alevosía, con tiempo suficiente para elaborar la decisión y cumplirla a sangre fría. Aunque los carceleros de aquella madrugada del 22 de agosto alegaron defensa propia, el inverosímil relato careció de consistencia y no pudo resistir el testimonio de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo Haidar, los sobrevivientes.
Aquella noche quedó instalada la opción de la muerte como “solución final”. Para el desafío de la insurgencia, había que romper la voluntad popular de tomar en sus manos el destino propio. La conducta criminal utilizada no pudo ser justificada de ningún modo. Tampoco surgió efecto dominar a la sociedad a través del terror, por lo que pudo haber influido en la decisión posterior de clandestinizar el plan represivo del terrorismo de Estado a partir de marzo de 1976. El fracaso se materializó apenas seis meses después cuando la mayoría popular impuso en las urnas el hasta entonces proscrito, peronismo, representado por la candidatura de Héctor J. Campora, quien asumiría en mayo de 1973 escoltado por los presidentes de Cuba, Osvaldo Dorticós , y de Chile, Salvador Allende.
Luego del bárbaro asesinato vino la mentira. Se inventa una subversión, se aplica la ley de fuga. Se fantasearon relatos que fueron negados por las narraciones de los tres sobrevivientes. Con la vuelta de la democracia, se protegió a los dos asesinos máximos del hecho: El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y el teniente de fragata Roberto Guillermo Bravo, quienes fueron enviados a la embajada argentina en Washington a “hacer cursos”.
La justicia tardó pero llegó. En 2010, hubo juzgamiento y posterior condena del ex capitán Luis Emilio Sosa y hacia otros autores de la Masacre por crímenes de lesa humanidad. Pero lo de Guillermo Bravo es un caso particular: el único acusado de la Masacre que no pudo ser juzgado, llegó al país del Norte en 1973 y es ciudadano estadounidense desde 1987. Fue arrestado en febrero del 2010 en el sur de la Florida y liberado bajo una fianza de 1,2 millón de dólares. La condena por crímenes de lesa humanidad muestra que las denuncias contra Bravo no prescribieron. En febrero de 2016, los organismos de Derechos Humanos se reunieron con el presidente Mauricio Macri y le pidieron al jefe de Estado que aproveche la visita de su par norteamericano, Barack Obama, para solicitar la extradición de Bravo, porque el gobierno de Estados Unidos no ha respondido el pedido de extradición que hizo en 2011 el juez federal de Rawson, Hugo Sastre. El líder del ejecutivo no hizo caso al pedido y Bravo continua libre caminando por los Estados Unidos.
Recordar no es un quehacer pueril. Forma parte fundamental de una misma y única batalla entre los que quieren ponerle fin a la historia y los que atesoramos la premonición cierta de lo que vendrá, soñadores del futuro.
Dos libros fundamentales se publicaron sobre el tema: La Pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, y La Patria Fusilada, texto en el que Francisco Urondo recopila los recuerdos de aquellos tres sobrevivientes sobre la tragedia de Trelew. Obra que tiene un plus, abre y cierra con dos poemas de Juan Gelman –“Condiciones” y “Glorias”- absolutamente perturbadores, tanto como los hechos de aquella madrugada del 22 de agosto de 1972.
¿Era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿Tenía los ojos celeste?
¿Y cantaba como una calandria la pulpera?
¿Reflejaban los ojos la gloria del día?
¿Era la gloria del día inmensa luz?
Son preguntas inútiles para este invierno
no se las puede echar al fuego para que ardan
no sirven para calentar en el país
no sirven para calentar al país helado de sangre.
Por una sábana de luz iría la pulpera santa voz
graciosamente moviendo sus alrededores sus invitaciones
y el olor de sus pechos y la penumbra de sus pechos
hacían bajar el sol sobre la pampa bajaban a la noche como un telón.
¿Quién no se iba a perder en esa noche? ¿Quién no se iba
a encontrar allí mesmo pasando
su furia por la suavidad que la pulpera fundó?
Horas se podría estar contando esta historia y otras aparejadamente tristes
sin calentar un solo gramo del país sin calentarle ningún pie
¿Acaso no está corriendo la sangre de los 16 fusilados en Trelew?
Por las calles de Trelew y demás calles del país ¿No está corriendo ésta?
¿Hay algún sitio del país donde esa sangre no está corriendo ahora?
¿No están las sábanas pegajosas de sangre amantes?
¿Y llena de sangre la pulpera y sus ojos celeste ahogados en sangre?
¿Y la calandria hundida en sangre y la gloria del día
con alas empapadas de sangre sin poder volar?
¿No hay sangre en la penumbra de tus pechos amada?
¿Y dónde no la hay esa sangre caída de los 16 fusilados en Trelew?
¿Y no habría que ir a buscarla?
¿Y no se la habría de oír en lo que está diciendo o cantando?
¿No está esa sangre acaso diciendo o cantando?
¿Y quién la va a velar? ¿Quién hará el duelo de esa sangre?
¿Quién le retira amor? ¿Quién le da olvido?
¿No está ella como astro brillando amurada a la noche?
¿No suelta acaso resplandores de ejército mudo bajo la noche del país?
Con sangre verdaderamente están regando el país ahora
oh amores 16 que todavía volarán aromando
la justicia por fin conseguida el trabajo furioso de la felicidad
oh sangre así caída condúcenos al triunfo
Como calandria de sus pechos caía y
como sangre para apagar la muerte y
como sangre para apagar la noche y
como sol como día.
JUAN GELMAN (Argentina, 1930) . El poema “Glorias” es de 1972, año de la Masacre de Trelew.