Trata de personas: los culpables están en el espejo

¿Qué convierte a la Argentina en un país consumidor de la explotación sexual? ¿Cuál es el elemento, o la ausencia de elementos, que hace de nuestro país un hueco judicial y un páramo remoto donde el accionar policial está al servicio del hampa y no de su pueblo, de sus víctimas?

Por Angela Gravano
para @CorriendoLaVoz_ 

Dentro de un negocio que mueve 32 millones de dólares anuales a nivel mundial, Argentina es hoy punto de origen, tránsito y destino de la trata de personas, principalmente para la explotación sexual y siendo las principales víctimas mujeres y niñas de pocos recursos, con un bajo nivel de escolarización y provenientes de núcleos familiares numerosos y socialmente marginados.

En los últimos años, la trata de personas ha encontrado el inicio de un marco legal más contemplativo para las víctimas, gracias a la sanción de la ley 26.364 que previene y sanciona la trata de personas en el territorio, principalmente fomentada por la lucha de Susana Trimarco, en la búsqueda de su hija Marita Verón, secuestrada el 3 de abril del 2002.

Pero más allá del terreno judicial ganado, resuena con una impotencia inconmensurable el lema: ‘SIN CLIENTES, NO HAY TRATA’.

Dentro de Latinoamérica, Argentina es culturalmente uno de los países menos machistas y que ha estado a la vanguardia y evolución en asuntos de igualdad de género, a la par de algunos de los países más progresistas y avanzados.

Pero al mismo tiempo, el pueblo argentino continúa avalando el ‘llevar a debutar a los pibes’, ‘nos vamos de putas’ y sostiene violentos estereotipos de que las mujeres que se visten de tal o cual forma, merecen o buscan ser sometidas. Y no estoy hablando sólo de hombres. No. Todos somos parte de esto, y todos reproducimos en alguna instancia, de mayor o menor consecuencia, en este sistema infecto donde un cuerpo tiene precio.

Porque todo es legal y todo es un chiste hasta que nos pasa. Las mujeres son todas putas hasta que le tocaron el culo a tu hermana… o a tu novia. Y los hombres deben responder al rol de ‘macho argento’ por mandato divino, si no quieren ser golpeados en alguna fiesta de barrio norte. Porque víctimas de la trata hay muchas, pero víctimas de este sistema, somos todos. Y también, somos victimarios.

¿Cómo dejamos que esto ocurriera? Claro que esperanza escuchar proyectos de democratización del Poder Judicial, para que los jueces sean elegidos de la misma manera que los funcionarios políticos, de la manera más transparente posible y que se termine con los feudos judiciales como el actuante en el caso Verón, que absolvió a los 13 imputados de la causa, en diciembre de 2012.

Da esperanza, pero no es suficiente. Vivimos en un país de extremos y mientras las clases medias y altas siguen luchando con sus propias contradicciones, en los rincones – y no tan rincones- de nuestro país, la red de trata de personas siguen secuestrando, sometiendo y desapareciendo a nuestras mujeres y niños.

Sí, el factor determinante para la sanción de penas es el sistema judicial. Sí, el factor determinante para la persecución de la mafia operante en la trata de personas, son las fuerzas de choque de cada jurisdicción correspondiente. Pero si no reparamos en que nosotros también somos un factor determinante, que nosotros ponemos el billete o que nosotros sometemos con estereotipos y mandatos sociales, todo va a ser en vano.

Pareciéramos un país de muertos que sólo revive cuando tocan lo que es suyo. Todas estas problemáticas tienen una relación. Un nexo que no radica en el accionar policial o judicial, sino en la actitud desinteresada y miserable del individualismo, la comodidad y las generalizaciones

Y puede parecer trillado, puede parecer que quién escribe se perdió en el más extremo delirio feminista, pero después recuerdo que nuestra representación como sociedad está estrechamente ligada a un espectador que disfruta de la naturalización del cuerpo femenino como objeto, y veo como la lucha por la igualdad y la justicia están representados por la pollera, esa inexistente tela, que intenta salvar la poca dignidad que queda (si es que queda…) mientras un carismático conductor la recorta impunemente y le llama entretenimiento.

Si no podemos empezar a conectar que el acoso en la calle no es un piropo y que el baile del caño no debería representar como sociedad a ningún pueblo del mundo, realmente estamos MUY MAL.

 

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