Te quiero dietética

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Periodista | Editora de Géneros y Breve Eternidad | Poeta | Feminista | En mis ratos libres sueño con armar una banda disidente.
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Alrededor de una mujer reivindicando la gordura como cualquiera de los otros elementos indispensables que conforman su identidad, hay un centenar de empresas buitres, agazapadas, esperando para decirle que para tener una silueta perfecta sólo debe comer Ser.

La publicidad convencional, las redes sociales, los estándares de belleza que no se inmutan ante esta nueva ola de reivindicaciones, comparten algo siniestro en común: reivindican como herramienta comunicacional la supuesta belleza de la mujer hermosa por su naturalidad.

Para vender, todo vale. El fin justifica los medios. Entonces, en la pantalla a las cinco de la tarde nos encontramos de frente con un mensaje contradictorio pero socialmente aceptado: el de un producto que asegura que la mujer perfecta es la que se hace amiga de sus imperfecciones, pero le ofrece un yogur descremado sin gusto que promete poder acercarla un poquito más a ese ideal de perfección.

No nos quieren naturales. Nos quieren dietéticas.

Es muy común ver en la tele las publicidades de bandas depilatorias que ejercen su necesarísima función sobre una piel ya perfectamente depilada. Cómo si pudiéramos establecer alguna efectividad en la demostración del producto, un producto que asegura arrancar pelos pero se posa sobre una piel inmaculada. De la misma manera, vemos mujeres flacas, o en el más progresista de los casos mujeres con un poco de sobrepeso, jamás obesas, consumiendo productos dietéticos para llegar a la perfección.

Disfrutar es de mujer natural, ¿no? Disfrutar un par de calorías, no más de 99, no vaya a ser que se nos marquen los rollos. Mujer perfecta sigue haciendo dieta. Mujer perfecta debe demostrar que todavía hace todo por mantener esa perfección. Mujer perfecta no se habitúa a la perfección como si nada: se aferra a ella con uñas y dientes, la cuida, se muestra las 24 horas como mujer digna de merecerla, estoica, llena de restricciones.

¿Qué es la perfección?

La perfección es una mujer maquillada, de piel suave y sin pelos en ningún milímetro de piel, con un peinado complejo aunque de apariencia natural, kilos de crema en toda la extensión del cuerpo, y flaca. La perfección es flaquísima y su portón de acceso es dietético. Hay un guardia esperando y es Alberto Corlmillot. Cuestión de peso, dicen. Para ser socialmente aceptada, hay que aceptar las condiciones que establece un contrato invisible que fue escrito por vaya a saber quién: mujer perfecta no siente placer. Mujer perfecta no come, no bebe, no coge por placer, no llega tarde a ningún lado por darse un gusto. Mujer perfecta no sabe qué es la grasa. Mujer perfecta come por necesidad y no por hambre. Si se emborracha, mujer perfecta vomita. Pero no se emborracha. Mujer perfecta no es gorda.

Mujer perfecta debe haber nacido perfecta.

Es habitual que no sólo se nos exija la perfección, sino que también se nos machaque con exigirnos haber nacido así. Si no es el caso, se nos recuerda todo el tiempo, como si debiéramos pedir disculpas por alcanzar ciertos estándares contra todo pronóstico o sin merecimiento, digamos, sin ser buenas candidatas a recibir el Gran Premio.

Qué flaca estás. Qué linda estás. Qué lindos dientes. Qué piel perfecta. No se te nota la edad. Mirá casi sin estrías. Y la cara de sorpresa, casi de ofensa. Y una, ya perfecta, que siente la autoestima marchitarse de un sólo rayo, sin dejar que se marchite la piel, ya demasiado embadurnada de crema antiage, anti edad, como si pudiera frenarse el curso del tiempo con un producto cosmético de cuarta, la lógica se desprende de cualquiera de los análisis posible. Anti-edad, no puede ser ese concepto demasiado cercano a aquel discurso que, según dice, somos lindas naturales. Anti-edad. Ser vieja es un insulto.

Y al final de cuentas, perfectas, ¿para quién?

La perfección no nos vuelve perfectas por arte de magia. Perfectas, es decir, seguras de nosotras mismas. Se nos exige vivir en una imposición, y en esa imposición es que nos mostramos naturales y tranquilas después de horas, meses o años de hiperproducción.

La perfección es un bicho demasiado sobrevalorado. Arruina las cosas reales con estándares demasiado difíciles de cumplir, sobre todo si tenemos en cuenta que no necesitamos hacerlo.

Ni la dieta, ni los brackets ni la cera han hecho vez alguna sentirse plenas a las personas.

Mujer perfecta es feliz, pero no más allá de las cámaras.

Si una mujer se ve perfecta en Instagram pero real en la vida real, es necesario escracharla: mostrarlo en todos lados, mentirosa, es un engaño. Y el personaje de los demás, tan agudos, ¿qué es?

Mujer perfecta no sucumbe ante ese escrache. Se muestra espléndida. Pero su alter ego, aferrado a la realidad, deja morir un poco más todo lo otro, lo natural que todavía reivindican las mismas marcas que no desean, no buscan, no gustan de las mujeres gordas.

Para el acné, crema y esponja, para las arrugas, crema antiage, para los pelos, depilación, para la baja estatura, tacos, para las imperfecciones, maquillaje, para las faltas, cirugía, para los dientes torcidos, brackets, para la poca autoestima, publicidad, para la gorda, una dieta estricta.

Vos no nos querés naturales.

Vos nos querés dietéticas.

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