#RitualesEnElRock Nunca es suficiente cuando se trata de pasión

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Rocio Magali Rodriguez

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Entre la gente, en el pogo y en las marchas. Las palabras como medio de expresión, me van a escuchar gritando.
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La remera más vieja y descolorida (que no deja de ser la preferida); las zapatillas que reúnen pisotones, asfalto y un poco de barro, con sus suelas ya gastadas y que comenzaron a acumular algún que otro agujerito; los amigos de siempre; las rondas en las veredas y los encuentros en las esquinas; la botella de plástico cortada a la mitad que se convirtió en el vaso comunitario; la cerveza bien fría; la guitarra infaltable que aprovecha su oportunidad de ser la protagonista en un show acústico callejero; los abrazos, las sonrisas, alguna que otra lágrima silenciosa, los hombros de algún compañero, el pogo… Todo ello se convirtió en costumbre, un hábito que adoptamos en el ambiente del rock pero, sobre todo, en puro disfrute. Y vos, ¿cómo vivis el show de la banda que más te gusta? A continuación, te comparto en estas líneas cómo vivo cada recital, mi ritual habitual y todas las sensaciones que me genera la música cuando nos topamos frente a frente, cuando la puedo abrazar en vivo.    

Esa mañana me levanté repasando en mi cabeza cada estadío emocional que me había atravesado el último mes desde aquella noche en que la banda anunció la fecha tan esperada. Venían a mi ciudad, jugaba de local por primera vez. A pesar de haber ido a esas presentaciones del Luna, no era lo mismo saber que iban a tocar en un lugar conocido, donde aquellas personas que antes no pudieron acompañarme esta vez estarían a mi lado. El saber que vas a formar parte de algo mucho más grande que vos, te hace contar los días hasta el instante que traspasas las puertas del teatro.

Paradójicamente, me desperté tarde aquel día, después de haber estado hablando hasta altas horas de la madrugada con los chicos que viajaban hacia acá. No estaban seguros a qué hora llegaban, pero las ansias de compartir la previa empezaban a hacerse notar. Las fotos en Twitter del jote en el bondi no podían faltar, mientras uno de los chicos tocaba la guitarra.

El viaje es algo único, forma parte también de mi ritual rockero, en el que paso más de un día entero con personas que comparten mi misma pasión. De esto quedan recuerdos que no se van más y, aunque el tiempo pase, cuando te reencontrás en otro recital, la risa es inevitable porque recordás cómo se perdieron tratando de llegar al Estadio Malvinas o las inmediaciones del Obras Sanitarias. Cómo olvidarse de la vaquita que hicieron en un show anterior para pagarle la entrada a alguien que quedaba afuera. Siempre se hacen malabares para que el grupo, ese con el que te sacas fotos en todos los recitales, tanto afuera como adentro, esté completo.

Entre todas las remeras que tengo, agarré la más vieja. No porque no me haya comprado la de la última fecha, sino por las historias que atesora. Fue la que llevé a mi primer concierto y, para ciertos recitales, me gusta volver a usarla, por más que ya no le quede espacio para otra mancha de vino. Tiene lágrimas mías, de mis amigos, una mancha de alguna bebida alcohólica, otra de alguna comida en el bondi. Y, aunque fisicamente estos pequeños momentos no estén realmente marcados en la remera (sólo el desgaste de los años), son experiencias y risas sumadas a lo que es mi vida en el ambiente del rock.

Ph: Belén González

Estuve a las corridas toda esa tarde, tanto que terminé almorzando a las 18 en el carrito circundante al teatro con los chicos que recién habían llegado. Los fuimos a buscar. Recuerdo que la combi se demoró y nos atrasó lo que teníamos pactado, siempre nos reinventamos en el camino y tratamos de tener el celular con batería para cuestiones como estas (aunque no siempre se puede). Cuando llegaron, los abrazos y los gritos fueron protagonistas durante un rato, mientras que los celulares no paraban de mandar mensajes de “ya estamos todos, vengan los que faltan”, además de ultimar detalles para la previa. Y la tardecita transcurre así, yendo y viniendo de a grupos, entrando a los mercados más cercanos porque compramos más vino que gaseosa, o nos quedamos cortos con las bebidas, o las latas de cerveza no alcanzan para todos… “Mejor que sobre y no que falte”, pensamos la mayoría, porque siempre algún vino queda intacto, sin abrir, al lado de la puerta.

La previa la arrancamos ahí mismo, colapsando las veredas que rodeaban el recinto al que más tarde entraríamos. No importó que faltaran horas para que las puertas abrieran. Se pasaron rápido entre anécdotas de recitales y el vaso de vino. Mientras tanto, pasaron a saludar los amigos que no ingresaron al recital y, de paso, conocieron a aquellos que viajaron desde lejos.

Las mochilas hicieron la ronda en la vereda junto a sus dueños; en el piso, los vinos y gaseosas se fueron mezclando, así también como menguando de los jotes que pasaron de mano en mano. La guitarra, que se hizo desear toda la tarde, fue desenfundada por uno de los chicos para arrancar la zapada en la que todos nos prendimos a corear. Y como si eso no fuera suficiente, lo que arrancó como un canto tímido terminó en un coro bailable que se ocupó toda la vereda.

Ph: Tomas Llorente

Nunca entendí muy bien en qué momento pasó tan rápido la tarde hasta que llegó la hora de entrar. Los grupos de amigos se veían por todo el lugar: algunos se juntaron y los cantitos típicos como “pan y vino, pan y vino…” coparon el lugar. Antes de que la banda acapare la mirada de todos los presentes, apostamos algo por la canción de apertura del show, la cual rara vez se acierta, pero siempre es bienvenida.

Cada melodía, cada letra, tiene un significado. Cada vez que veo a alguien con el celular, me emociono pensando que quiere compartirlo con alguien que no pudo asistir, porque no todos están filmando o sacando fotos. Si prestás atención a la pantalla, te vas a sorprender al ver que son audios de WhatsApp. A kilómetros de distancia, del otro lado del teléfono, esa otra persona, recibe el audio o llamada donde se escucha cómo cientos de voces se superponen cantando la misma canción.

Ph: Belen Lorente

Desde arriba, en el momento que sonó mi canción, vi cómo los fotógrafos dieron la espalda a la banda: los verdaderos protagonistas de la noche éramos nosotros, nuestras caras, nuestras emociones que reflejaron lo que produce la banda. La marea de gente sobre los hombros, cada vez más cerca del escenario, compartieron miradas y risas, todas al borde del llanto. Mientras tanto, hacia los costados del pogo y la concentración del público, se pudo observar otros cientos de  jóvenes sintiendo lo mismo (o más) que los seguidores pasionales.

Para remontar la melancolía que ese momento nos oscasionó, a los pocos minutos sonó algo más movido, más potente. Nos miramos entre todos, sabíamos qué tema se venía y empezamos a empujar hacia atrás con los brazos abiertos: nos encontramos en cuestión de segundos armando las rondas de pogo, que se abren y se cierran constantemente llevándote con ellas, quieras ser partícipe o no, y sucede que “ya fue”, te dejas mover por la masa de gente que lo está haciendo. No nos quedó más aire, sin embargo, seguimos cantando y saltando. Debe ser el furor que sentimos de compartir la misma pasión con tanta otra gente.

En medio del vaivén constante de espectadores, me comí un codazo, no me pude quejar,  no suelen suceder a propósito. Los tirones de pelo y las pisadas son moneda corriente dentro del pogo, prácticamente no ves nada. Así como choqué con alguien, a mi derecha ayudaron a otra persona a levantarse y, a la izquierda de mis amigos, sucedió lo contrario: la gente rodeó a un chico para que pueda atarse las zapatillas. La solidaridad del rock puede verse en cada recital.

Ph: Nicolás Avelluto

Así fue como en una misma canción me perdí y de la nada me volví a encontrar en el medio, bailando en los brazos de un amigo y al siguiente instante volví a desaparecer. Al finalizar el pogo, vi a la distancia a mi grupo, siempre rodeando las grandes olas que suelen formar los más enérgicos y fanáticos. Entonces, me invadió una mezcla de sentimientos que nos llevó a abrazarnos y a derramar un par de lágrimas. Yo soy de las que suele llorar en los abrazos.

Hay muchísimos públicos distintos en un mismo recital. Podría decir que yo soy la enamoradiza que se la pasa abrazada en algunos temas, llorando otros, siempre cantando a todo pulmón. Pero alrededor, no hay persona que no esté moviendo el brazo al compás de cada melodía. También están los que se quedan bien atrás, cosa que a veces hago para respirar. Ellos se quedan ahí disfrutando de ver lo que la música produce. Observan desde su lugar la fiesta y el clima de la noche, se cargan de las emociones de cada persona porque ellos ven todo, desde los pogos hasta las personas llorando, como yo.

Ph: Tomas Llorente

Se anunciaron los últimos temas y no lo podía creer, ¿tan rápido pasó? En el medio del pogo parece que el tiempo no existe y hasta dos horas es poco rato para todos los sentimientos que cargo conmigo. Las luces, de repente, se prenden y me miro los pies, como de costumbre: me duelen. Y acá hay un fenómeno extraño, sin importar si el recital sea en exterior o no, las zapatillas siempre terminan sucias. Por eso, al igual que la remera y por cábala, llevamos las más viejas, las que más recitales aguantaron y esta noche puedo sumar uno más a la lista.

Cada recuerdo de esta velada también quedó grabado. Aunque no haya agarrado la lista de temas ni la púa, la entrada va colgada en algún lado especial, junto con las demás. Con una sonrisa en la cara y con el mismo grupo que entré, salimos todos juntos, cantando esa canción que no sonó porque nunca es suficiente cuando se trata de pasión. De todas maneras, sigo sonriendo y pensando en mi interior que fue una noche para el recuerdo y que hasta el próximo, es el mejor recital que viví.

Ph: Florencia Del Valle
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