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En el mundo normativo-hetero-patriarcal que habitamos, es una dura tarea ser disidente. Muchas veces, ocultamos qué y cómo somos para poder pertenecer y encajar en un sistema que no nos hace felices, sólo para no ser el centro de crítica o burla ajena. Pero mantener y aceptar los estándares de belleza impuestos, en estos tiempos donde el empoderamiento femenino florece a pasos agigantados, ya no es tan fácil.
Cada vez es más común ver mujeres sin depilarse. ¿Más común? ¿En qué momento dejó de serlo? En esta nota analizamos el fenómeno de la depilación y el por qué nos vemos obligadas a mantener, casi religiosamente, esta práctica tan tortuosa.
Aunque no era utilizada con fines estéticos, la depilación existe desde hace más tiempo del que creemos. En la prehistoria lo hacían como mecanismo de supervivencia: sin pelo en la cabeza, era muchísimo más complicado para su adversario poder dominarlo en una batalla. Más adelante, en el Antiguo Egipto, hombres y mujeres rasuraban todo su cuerpo como símbolo de pureza.
Diferentes tipos de culturas mantenían o quitaban sus vellos, pero fue a comienzos del siglo XX que todo comenzó a cambiar.
En 1915, un diario estadounidense publicó una nota horrorizante la cual contaba que una mujer se cortó su pierna mientras se afeitaba porque se le había roto una media.
Este fue, lamentablemente, el comienzo del fin. Pasada la sangrienta I Guerra Mundial, el mundo manifestó un cambio rotundo y, como era de esperarse, la moda no se quedó atrás. Comenzaron a aparecer los primeros vestidos que dejaban entrever pedazos de piel y, obviamente, los vellos de quienes los vestían. Las actrices y modelos de la época fueron las primeras en manifestar su odio hacia los vellos que sus cuerpos naturalmente tenían. Mirando atentamente bajo su lupa, y con sus garras preparadas para despedazar, estaban nuestros enemigos más temibles y silenciosos: los publicistas.
La mujer de hoy, debe tener sus axilas inmaculadas’ rezaba en la publicidad de la revista Harper’s Bazaar de la década del ‘20, informando a las mujeres su nueva preocupación y apartando de este odiado hábito a los hombres, a quienes el vello en su cuerpo representa su ‘hombría’.
El problema de las nuevas tendencias de la moda se acrecentó aún más cuando un nuevo producto salió al mercado: las medias finas translucidas. Estas incrementaron el odio al vello, ya que al no ser opacas como las de antes, dejaban ver la naturaleza humana. Las mujeres, lamentablemente, quedamos atrapadas casi sin salida dentro de los estándares que las publicidades nos impusieron. Para los años ‘50, la depilación y el deseo de ser lampiña ya estaba sumamente implantado, deseo que trascendió por generaciones.
Sabemos miles de cosas sobre la depilación, conocemos todos los métodos, sabemos cuál nos hace crecer los pelos más rápido, cuál duele más y cuál es el más costoso. Sabemos que dejarnos los pelos largos ahí abajo no conviene, porque duele más arrancarlos. Sabemos que cuando hace calor, el vello crece más rápido y la cera se pega más. Aprendimos a tener la delicadeza de quien esculpe una figura de exhibición a la hora de giletearnos para evitar llenarnos de sangre la piel. Aprendimos que tenemos que ponernos crema más seguido, porque si tenemos la piel reseca, la cera se parte y sufrimos el triple. Aprendimos que si no lo hacemos, la depiladora se enoja y nos los echa en cara. Aprendimos a no ir tan peludas a depilarnos, para que la mujer que nos incinere la piel, no crea que somos tan dejadas. Aprendimos a disimular lo más posible la existencia de los pelos. Aprendimos que la depilación y la piel lisa es algo impuesto, irreal e inalcanzable. Aprendimos que no debemos dejar que este hábito nos condene a vivir sometidas al dolor para tan solo tener unos 15 ó 20 días de ‘placer’. Aprendimos tanto, que nos olvidamos de no tener vergüenza de nuestra naturaleza.
El vello en la mujer se considera antiestético, antihigiénico y hasta antinatural. ¿Cómo puede algo que crece naturalmente no serlo? ¿Por qué no podemos aceptarnos como tal cual somos, en vez de luchar por un cuerpo irreal invadido por estándares? Gran parte de la culpa, si no toda, la tienen las agencias de publicidad. Desde tiempos inmemorables, los publicistas manejan los deseos humanos, creando imágenes y vidas fantasiosas, imposibles de alcanzar, vidas que la gente desespera por tener. Las publicidades de ‘belleza’ muestran mujeres irreales, flacas, sin celulitis, que se depilan sus piernas sin pelos. El mundo publicitario puede ser tan hostil como fantasioso, pero la marca Billie optó, como muchísimas mujeres, por no pertenecer al montón:
La reconocida marca de productos de cosmética lanzó una publicidad donde un grupo de mujeres muestra orgullosamente cómo lucen realmente sus cuerpos: con pelos, celulitis y hermosas curvas. La marca, sin dejar de promocionar el producto, dejó un claro mensaje: las mujeres pueden optar por aceptarse, ser libres de todo estándar impuesto y dejar sus pelos, nadie las juzgará por eso; pero en el caso de decidir quitarlos, la afeitadora Billie siempre estará para apoyarlas. Si bien no es la primera vez que se ve en la pantalla a mujeres que optan por no depilarse (Madonna, Julia Roberts, Miley Cyrus, entre otras, acudieron a eventos con sus axilas al natural), es la primera marca que muestra a mujeres reales, llevando a cabo una práctica completamente normal, dentro de una publicidad que nos incita al amor por todos los cuerpos y al empoderamiento femenino, dejando lejos y enterradas a todas las hetero-normas de belleza.
El odio hacia el vello es, como todo, una construcción social. Nadie es más linda, más limpia ni más empoderada por tener o no pelos en su cuerpo. Depende de nosotras aceptarnos y amarnos como queramos y elijamos ser, y aceptar, también, las decisiones ajenas. Debemos dejar de lado todo lo aprendido para empezar a deconstruirnos, sólo de esta forma, lograremos nuestra revolución.