Cecilia Chiaramello
Hablo sin S porque soy de Santa Fe. Escribo, leo, miro series y tomo tereré porque sino me aburro. No sé esperar los segundos entre capítulos de Netflix. Soy fan de la gente y me río con ruido.
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La primera definición de fecundidad del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es virtud y facultad de producir. Pero ¿qué sucede cuando una mujer no quiere ejercer esa virtud? Por lo general ocurre que la sociedad no las comprende y hasta les reprocha la decisión. En esta nota nos permitimos reflexionar, en una suerte de voz alta, sobre la maternidad como mandato social.
“Sentirme como mamá, no. No quiero vivir el embarazo, no quiero amamantar a nadie. No tengo ganas de tener un hijo. Si quedo embarazada lo amaría y seria excelente madre, pero porque tengo que asumir la responsabilidad. No tengo ganas de levantarme de madrugada, de estar todo el tiempo pendiente; del puré, de la papilla.”
La mamá de Ailén le pide por favor que se ahorre el comentario. No es necesario que en la mesa del domingo escandalice a la abuela. Le dice que tiene 22 años, que ya va a cambiar de opinión. Pero Ailén sabe lo que quiere. Y no quiere hijos.
“No me asusta el reloj biológico o el hecho de que la mayoría de mis amigas sean madres. De hecho: disfruto de ser tía, pero no quiero hijos” confiesa Soledad, que tiene 31 años y no le preocupa su reloj biológico, ni le interesa congelar óvulos, pese a que su madre no pierde oportunidad de decirle lo mucho que anhela ser abuela y lo mucho que la preocupa que, con los años, se arrepienta.
Si bien la posibilidad de engendrar es una característica en potencia propia de la mujer, llevarla a acto no completa, ni define, el ser mujer. El paradigma que insiste en naturalizar la maternidad como una obligación de género, es el mismo que valida la presunción: “todas las mujeres quieren ser mamás”. Sin embargo, la posibilidad anatómica no es sinónimo de obligatoriedad, de la misma manera que poder no es querer.
Hijos de la humanidad
Existe un hecho que nos hace parte de la humanidad: todos fuimos paridos al mundo y más allá de las particularidades, todos compartimos la cualidad de ser hijos. Tanto es así que si no tenemos madre, el mundo nos nombra desde esa ausencia. La orfandad, sinónimo de desamparo, desarraigo, desgracia y abandono, define por oposición todo lo que puede significar una madre. Pero del mismo modo en el que todos somos hijos, no todas las mujeres desean ser mamás.
El deseo de ser madre es festejado y absolutamente normalizado. No obstante, el deseo de no serlo es juzgado a priori por la mirada inquisidora del afuera y de la necesidad de categorizar, nombrar y pensar desde un encuadre. Sos mamá. No sos mamá.
Existen mujeres a las que no les importa el tic tac que alerta la bomba que nunca va a explotar. Jóvenes como Ailén, a las que la lógica social que premia el embarazo, la fecundidad y determinado prototipo de familia, no las interpela.
“No está dentro de mis proyectos por decisión personal, no es por estética, no me imagino con panza ni por casualidad, no es algo que sienta. Hay tanta gente procreando sin el sentido de la responsabilidad, me parece egoísta tener un hijo para no quedarte solo o tener un hijo por que hay que dejar un legado. Hoy no está dentro de mis planes.
Te cambia la forma de vida, porque ya no sos vos para vos, sos vos para alguien más. No tengo ganas de ser para alguien más, menos para alguien que realmente es mi responsabilidad total.”
Soledad tiene un par de años más pero la une con Ailén la decisión: “No está dentro de mis planes. Sé que las mujeres tenemos una suerte de vida útil en ese sentido pero, básicamente, no quiero ser madre y, por ende, intento no mambearme con lo que la sociedad espera de mí por el mero hecho de ser mujer”.
El instinto materno vs el poder de la decisión
El instinto materno no existe. Así lo explica la psicóloga Julia Nemichenitzer (Matrícula 5673)
“Pensar a la maternidad como algo instintivo, implica que los seres humanos nos movemos con las reglas de la naturaleza. El sujeto, inserto en la cultura, en el lenguaje, se distancia de la naturaleza. Es otra la ley que lo rige, no la del instinto. La maternidad se inscribe, como todo lo que alguien hace, dentro de la lógica del deseo. Hay quiénes lo desean y quiénes no, dependiendo ello de las vicisitudes que intervienen en la singularidad del uno por uno.”
Entonces ser madre, ser ese maravilloso vehículo para traer vida, prestar el cuerpo para formar otro, se inscribe en el orden del deseo, del querer. Deseo ser mamá. No deseo ser mamá.
La necesidad de tener un hijo para experimentar el sentimiento de pertenencia, del otro como alguien tuyo, sangre de tu sangre y huesos de tus huesos, definitivamente es respetado. En la misma medida en que no se problematiza esa decisión, sucede lo contrario cuando una mujer declara que no quiere tener hijos.
“Pensar que la mujer se realiza al ser madre, es un reduccionismo. Una de las posibles funciones que puede cumplir una mujer, es la de ser madre. Dado que le es exclusiva (cosa que hoy es problematizable) parece que si no la elige no llega a cumplir con su “mandato”. Hoy la realización personal puede lograrse de diversos modos, que tal vez en otras épocas les eran inaccesibles a las mujeres” concluye Nemichenitzer.
El mandato, ese hilo invisible y rector, es uno de los factores ineludibles para pensar, no sólo el valor de la figura materna en las sociedades actuales, sino también la mirada crítica frente a la ausencia de esta. Tal vez pensar la maternidad como un mandato social, es iluminar el lado más oscuro y aceptado del patriarcado.
El patriarcado necesita madres para aceptarse y reproducirse como la única concepción posible. Las necesita todo el tiempo. Para putear, para identificar, para sorprenderse. La puta madre, la madre patria y la madre mía.
Así, protestar porque a las nenas se les regala muñecas y se les enseña el arroz con leche (la canción más machista del universo), si bien es parte de la reproducción de esa lógica, no es la semilla ni el germen de la problemática. Es una práctica más de la visión que asocia a la mujer con la maternidad como función social. Finalmente, para entender que ciertas mujeres desean amamantar y criar otras elecciones, es preciso que la decisión de no engendrar no sea juzgada, pues la decisión de hacerlo tampoco lo es. Ni más, ni menos.