Florencia Martinez
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El 27 de junio de 2008, la película de Disney que enamoró a las audiencias con su adorable protagonista llegó a las salas de Estados Unidos y Canadá. La historia, que se enmarca en un futuro no muy lejano, presentó un importante mensaje ecologista que continúa vigente al día de hoy.
Cautivante, tierno y fundamental. De esta manera podríamos definir a Wall·E, el film dirigido por Andrew Stanton -quien ya había sido responsable de Buscando a Nemo– que hechizó al público con un personaje con grandes ojos tristones y enorme corazón. El robot con mirada que recuerda a la de E.T., el extraterrestre de Steven Spielberg, les transmitió a los espectadores una gran cantidad de emociones prácticamente sin soltar palabra, en un hito de la expresividad fílmica animada.
Producido por Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studios, el poema ambientalista fue aclamado por la crítica y resultó nominado en varias categorías de premios, pasando por los Óscar, los BAFTA y los Globos de Oro. Su definición como mejor película animada en las tres ocasiones mencionadas hablan de la relevancia y contundencia de este largometraje trabajado, al igual que en Buscando a Nemo, desde el CGI en 3D.
Con una recaudación que alcanzó los 533 millones de dólares a nivel mundial, la película que rindió tributo al cine mudo se consagró como un éxito absoluto. Hoy por hoy, recuperamos el mensaje verde y crítico al consumismo y sedentarismo capitalistas para festejar el aniversario de la adorable máquina creada por Pixar.
El punto de partida
En el año 2815, la última unidad Wall·E (Ben Burtt) lleva a cabo la tarea de compactar la basura generada setecientos años atrás por la megacorporación Buy-n-Large, la cual causó una producción excesiva de desechos que cubrieron la superficie terrestre. Este robot, concebido por la misma empresa en un intento por resolver la situación, desarrolla emociones y una personalidad propia con el paso del tiempo, y se mantiene activo con el pasar de las décadas sin cesar en su labor.
Pero la Tierra, para la humanidad, ya se considera perdida. La evacuación de la población en lujosas naves espaciales y su supervivencia en el espacio exterior han hecho que las generaciones sucesoras olvidaran su antiguo hogar. Es así como la única máquina superviviente, después de tanto tiempo en aislamiento, ni siquiera es registrada por sus propios creadores. Sus simples compañías son una cucaracha, Hal, y el montón de basura que los rodea a ambos.
La realidad de Wall·E es tan desoladora como sus enormes ojos entristecidos lo demuestran… y entonces llega EVA (Elissa Knight), una robot tipo sonda y combate es enviada al planeta a investigar si existen indicios de vida que permitan hacer del lugar uno viable para el asentamiento humano. Entre ellos se desarrolla, en primer lugar, una relación de amistad, pero ésta no tardará en convertirse en algo más profundo cuando nuestro adorable protagonista empiece a tener sentimientos románticos hacia ella.
Sin embargo, cuando su compañera encuentra una planta viva, se ve obligada rápidamente a dirigirse a su nave, Axioma, y abandonar la Tierra. En un intento desesperado por reunirse con EVA, Wall·E se embarca en un viaje por el Espacio con el propósito de reencontrarse y salvar a la humanidad.
Las fuentes de inspiración, dignas de destacar
La idea de Wall·E, surgida en 1994 durante una comida a la que asistieron Stanton y otros pioneros de Pixar, estuvo cargada de referencias a películas clásicas de ciencia ficción. Estos huevos de Pascua, que no pasaron por desapercibido en aquella porción de la audiencia con un par de décadas encima, fueron recibidos con mucha calidez, hasta aplaudidos por el público. De hecho, los creadores ajustaron al máximo su software 3D para que las cámaras remitieran a las Panavision de 70mm que se utilizaban en gran parte de los films de los años sesenta y setenta.
¿Cómo pasar por alto que la voz del software de abordo de Axioma, la nave espacial en la que se alojan los humanos, es ni más ni menos que Sigourney Weaver, la protagonista de Alien? En esta clara remisión a MADRE, el ordenador de la franquicia iniciada en 1979, Stanton buscaba mimar el alma de los espectadores más adultos… y de él mismo, claramente, ya que se manifestó como un seguidor de la actriz tras haber visto la saga de los monstruos espaciales.
A su vez, cabe resaltar que el diseñador de Wall·E, Ralph Eggleston, se inspiró en los dibujos de la NASA de las décadas cincuenta y sesenta, y en conceptos originales para el parque Tomorrowland en Disneyland. El cuidado de los detalles, las referencias constantes y el sutil tratamiento de estos huevos de Pascuas son aspectos dignos de subrayar, y en definitiva constituyen uno de los motivos por los que la película merece su reconocimiento.
Más allá de lo cotidiano
Si existe una cuestión a resaltar de Wall·E, la misma se encuentra en que no se trata de un cuento de hadas precisamente. Por el contrario, la historia del robot encargado de limpiar el planeta Tierra presenta un futuro donde el ser humano ha abandonado su lugar de origen, dejándolo al olvido bajo toneladas de basura y contaminación. Es así, solo y con una tarea pendiente que es prácticamente imposible de llevar a cabo, como el protagonista nos desespera, genera tristeza y desolación.
Porque Wall·E no tiene a nadie. A pesar de tratarse de una máquina, conocemos casi de inmediato que no carece de sentimientos. Y, ¿cómo sobrellevar la carga emocional de estar aislado del mundo entero? La situación en sí no es para nada fácil, pero ésto no le impide cargarse esa realidad a los hombros para continuar con su labor de limpieza y cuidado.
Existe un aspecto del film que quizás ha quedado relegado a un segundo plano en cuanto a su melancólica trama, y es el que refiere a un futuro distópico producto del desarrollo del capitalismo. Es irónico, claro está, cómo una película creada por Disney plantea la cuestión del consumismo y la falta de preocupación por la problemática ambiental. Pero no por ello debemos eliminar la importancia que caracteriza a esta película animada desde un punto de vista crítico.
Después de todo, Wall·E es mucho más que una producción para el público infantil. Rompe con barreras etarias para reflejar el modo de vida sedentario y adquisitivo sin límites, en tanto nos muestra a personas moviéndose con máquinas en lugar de caminar, o utilizando la tecnología para resolver demandas simples. La idea de obtener cualquier cosa de manera instantánea y sin esfuerzo no puede parecernos muy lejanas en la actualidad, y la ficción escrita por Jim Reardon, Andrew Staton y Pete Docter retoma esta realidad para advertirnos sobre un futuro tan peligroso como posible.
No es impensado. Con una cuota de humor y romance, Wall·E nos muestra aquello a lo que podemos llegar, lo que nos espera en el horizonte si no nos replanteamos ciertas costumbres. Lo molesto es que esta crítica se origine precisamente hacia el interior del aparato de producción masiva que es Hollywood, y que por eso la misma lógica del sistema lo adopte y reformule según sus intereses. Fue Jameson, de hecho, quien escribió sobre la función ideológica de la sobre-exposición en la cultura comercial, en donde nombrar algo es domesticarlo y la cooptación por parte de los medios constituye una reproducción de las ideologías estructurales y formas de vida burguesas.
Pero no debemos perder de vista que, al final del día, la película de Pixar significa ni más ni menos que un llamado de atención sobre una alternativa factible. En ese sentido, podemos resaltar el trabajo de Stanton como uno meritorio, pues además logró que los públicos más jóvenes comenzaran a acercarse a esta problemática.
Con todo, Wall·E representa un cálido y a la vez significativo retrato de una realidad posible. A diez años de su estreno, resaltamos la relevancia del mensaje traído por este carismático robot y su compañera. Su cuota de dulzura, compromiso y camaradería llama a la reflexión. De ahí la importancia de la producción de Disney.