Florencia Martinez
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La religión como arma de represión patriarcal. Un mundo en la que los derechos han sido abolidos y las mujeres son tratadas como simples objetos de reproducción. Una ficción que refleja muchos de los problemas sociales de la actualidad. Una crítica en forma de producto de entretenimiento. Así podríamos definir a The Handmaid’s Tale.
La serie, basada en la novela homónima de la canadiense Margaret Atwood, con tan sólo una temporada, logró marcar un paso firme al tratar temáticas como el machismo, el patriarcado y el fanatismo religioso desde una sociedad distópica y puritana situada en un futuro no muy lejano.
El universo creado por Atwood plantea una realidad fracturada. Gilead, que constituye lo que anteriormente representaba Estados Unidos, se encuentra liderada por un régimen totalitario y teocrático compuesto por fanáticos militares en donde las mujeres sufren de un constante sometimiento, y han perdido cualquier tipo de derecho, desde trabajar hasta leer.
La instauración de esta forma de gobierno se da a partir del momento en el que la humanidad parece haber sido castigada por una de las famosas plagas de Dios: la de la infertilidad. El rápido descenso en la natalidad y en la capacidad de concepción resulta tan preocupante que quienes se hacen del poder luego de un golpe de Estado imponen la extrema medida de que las mujeres fértiles sean forzadas a tener hijos, siempre respaldados por una interpretación tan extremista como conveniente de la Biblia.

Esta es la situación en la que se encuentra June, la protagonista de la historia encarnada por Elisabeth Moss, a quien muchos conocemos por su icónico rol en Mad Men. Despojada de su trabajo, su nombre, su familia y de su vida tal y como la conocía, se ve obligada a residir en la casa de uno de los comandantes que se encuentran a la cabeza del Estado y soportar una violación ritualizada cuyo único objetivo aparente es el de continuar poblando la Tierra.
Y por supuesto que, tal y como sabe June –o Defred, como la llaman luego de llegar a su hogar provisional, en tanto “Fred” es el nombre del patriarca, que se refuerza constantemente este sentido de posesión-, en caso de quedar embarazada, no podrá conservar al bebé: el mismo será entregado al Comandante Waterford y a su esposa Serena Joy. La protagonista, en su rol de criada, será trasladada a una nueva residencia para repetir el procedimiento.
Si leer, estudiar, trabajar y ejercer las decisiones sobre el propio cuerpo son imposibilidades en esta serie que se emite por el sitio web Hulu, enamorarse claramente no es una opción. Es por eso que la relación íntima que se desarrolla entre June y Nick, el chofer del Comandante, representa un peligro de vida o muerte para ella. Todo esto con el eterno recuerdo de su hija –quien fue separada de la protagonista cuando frustraron su intento de escapar del país- y los maltratos que sufre de la mano de la fría y conservadora Serena.

A lo largo de diez capítulos, The Handmaid’s Tale nos guía por un relato que resulta aterrador no sólo por la situación que propone sino principalmente por los detalles de realidad que vemos reflejados en ella. Justamente lo que hace a esta ficción una historia tan terrorífica es que lo que en ella sucede es plausible.
La anulación de los derechos de las mujeres, su obligación de tener hijos en caso de ser fértiles y el hecho de que haya sólo hombres en las posiciones de poder representan extremos en sí. Pero, ¿no percibimos en el retrato pintado por Atwood ciertos elementos latentes, que son los que hacen que nos relacionemos con la trama y la misma nos resulte tan impactante?
Historia y presente, codo a codo
Con el recurso del flashback, la serie construye tres líneas narrativas. Por un lado podemos contemplar la realidad que June debe vivir en su día a día, por el otro reconocemos los momentos determinados que llevaron al establecimiento del régimen totalitario en Gilead y, en tercer lugar, experimentamos la internación de la protagonista en un centro destinado a educarla en su rol de criada.

Los recuerdos cargan con un sabor agridulce, en el sentido en que no podemos apreciar completamente las relaciones íntimas de June al ser conscientes de lo que sucederá tan solo un tiempo después. Esto nos mantiene en vilo mientras intentamos, desde nuestro lugar de espectadores, advertirle silenciosamente a la protagonista acerca de su futuro – como si a través de la pantalla pudiéramos prevenirlas, a ella y a todas las demás- del peligro que acompaña su falta de resistencia.
“Antes estaba dormida. Así es como dejamos que sucediera”, se lamenta June, que debió comprender de la forma más cruel que el silencio otorga. Cuando buscamos entender cómo se permitió la llegada a esa situación, los guionistas se proponen explicar el cambio como uno tan gradual que significó la pérdida de los espacios ganados por las mujeres con el pasar de los años de una manera, al menos en un principio, imperceptible.
Es por eso que destacan, en un momento determinado, la sutileza de las decisiones que hacen al funcionamiento de un país y que, en realidad, son resueltas detrás del telón. “Todas las mujeres fértiles restantes deberán ser recolectadas e impregnadas por aquellos con estatus superior”, explica uno de los comandantes que impulsa el golpe de Estado como si fuera lo más evidente del mundo, y concluye resaltando que hay un precedente bíblico que les dará el sostén necesario para dar lugar al acto de violación que llamarán, con inocencia fingida, La Ceremonia.
A partir del momento en el que las transformaciones son más progresivas que violentas –aunque con el pasar del tiempo la agresión aumenta-, las grandes alteraciones se pierden en detalles y los derechos de las mujeres de este mundo ficticio terminan por ser anulados completamente con una perseverancia gradual y temeraria.
Decisiones bien tomadas
Podemos notar con claridad que ninguna de las cuestiones técnicas detrás de cámara fue tomada a la ligera. Desde la voz en off de June, que le aporta un matiz cínico e irónico al personaje, hasta una cámara que marca constantemente su punto de vista y no se despega de ella ayudan a construir un relato pausado y cargado de suspenso a la vez.
Como espectadores podemos percibir, desde el guion, que muchas veces el silencio comunica más que mil palabras. Sobre todo cuando está acompañado por las miradas de Elisabeth Moss, quien interpreta a la perfección su personaje al articular su necesidad de resistencia con la de silencio, y aún así nos permite entrar en la psiquis de June y distinguir exactamente lo que pasa por su cabeza.
En cuanto a la estética, el director Reed Morano y el cinematógrafo Colin Watkinson superaron el desafío, a pesar de la vestimenta característica de sus personajes, de no hacer parecer a The Handmaid’s Tale una ficción de época. June y sus compañeras deben llevar puestas cofias blancas y túnicas rojas, color que por un lado simboliza su fertilidad y por el otro atrae la atención visual sobre ellas, impidiéndoles cualquier alternativa de escape.
Por el contrario lograron, con la utilización de lentes y un resplandor atípico, una composición fácilmente diferenciable de la realidad mostrada por los flashbacks. De esta forma se proponen la creación de un nuevo y desconocido mundo al concederle a la serie un aspecto único. Una vez más, cada elección nos lleva a acercarnos al universo propuesto por Atwood.
De la realidad a la ficción
Algunas cuestiones resultan aterradoras a partir del momento en el que identificamos problemáticas que, si bien a lo largo del relato son explotadas y llevadas al extremo, se nos presentan como actuales. Y es que la autora nació en 1939, vivió la Segunda Guerra Mundial y se vio inspirada por la incertidumbre capaz de derribar órdenes preestablecidos y gobiernos.
Es por eso que, si bien The Handmaid’s Tale suele ser presentada como una novela de ciencia ficción, Atwood presenta sus argumentos para definirla como ficción especulativa. Según la escritora, mientras en el primer caso nos enfrentamos a libros que imaginan cosas que no conocemos o no podemos hacer actualmente, el segundo género refiere a cuestiones que ya se encuentran al alcance de la mano del hombre.
Y si bien puede presentarse como una distopía futurista, en una actualidad en la que en Chechenia están encarcelando y ejecutando a miembros de la comunidad LGTB+, los dichos vulgares de Donald Trump –el tan discutido y famoso Grab them by the p**y, “Si eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras”– no impidieron que ganara las elecciones y el grupo islamista Boko Haram mantiene en cautiverio a cientos de niñas y mujeres, la realidad parece superar a la ficción.
En este contexto, la serie resulta ser más un llamado de atención que una ficción. Así, en tanto es necesaria la unión para la lucha en esta ficción, las mujeres fértiles representan un núcleo de resistencia tan silencioso en un principio como necesario.
“No deberían habernos dado un uniforme si no querían que nos convirtiéramos en un ejército”, advierte la voz en off de June mientras marcha a la par del resto de las criadas luego de desobedecer de forma directa la orden de su superior. Y es que, como marca la historia, los oprimidos siempre terminan levantándose. Esclavitud y resistencia van de la mano.
Para quienes aún no vieron The Handmaid’s Tale, hacerlo puede resultar en un interesante análisis de una realidad alternativa extrema pero con elementos reconocibles. Y para quienes ya lo hicieron, sólo queda esperar la segunda temporada.