Blas Martin
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El próximo 8 de marzo, día en que se llevará a cabo el segundo Paro Internacional de Mujeres, Netflix lanzará la segunda temporada de Jessica Jones, un capítulo diferente de su saga de series de superhéroes coproducida con Marvel. ¿Casualidad? ¿Qué hay de feminismo en Netflix?
Contextualicemos. Netflix es la plataforma de streaming de mayor éxito y extensión a nivel mundial: 117 millones de suscriptores en 130 países le dan un alcance prácticamente global. Se trata de una empresa que tuvo su boom algunos años atrás, pero que aún así mantiene un crecimiento constante. En nuestro país, su uso se extendió fundamentalmente en los hogares de la clase media. Aunque no es posible afirmar que todos tienen Netflix, sí podemos asegurar que todos y todas conocemos a alguien con Netflix. Eso por un lado.
Por otra parte, Hollywood y la rebelión de las mujeres. Las denuncias por abuso sexual al productor Harvey Weinstein destaparon una olla que salpicó a unos cuantos más, y generó un movimiento que se cristalizó en la consigna Time’s up (se acabó el tiempo), el hashtag #MeToo (yo también) y en los atuendos negros en la entrega de los Golden Globes a comienzos de este año. Netflix tuvo su parte: corrió a Kevin Spacey de la exitosísima House of Cards luego de que se conocieran denuncias por abuso de menores perpetrado por el intérprete de Frank Underwood. Todo esto en medio del rodaje de su sexta y última temporada, que tendrá a Robin Wright (Claire Underwood) como protagonista.
Ya situados en contexto, podemos pensar que algo está pasando hace tiempo en la industria audiovisual. Es que el feminismo, en sus variadas formas y colores, está en las calles y también en los estudios, las oficinas, los guiones y las pantallas. Particularmente, el formato de las series por streaming han dado lugar a una dependencia menor de la pauta televisiva y ciertas libertades para innovar, por lo menos, en tópicos que se alejan del prime time televisivo. Así nos hemos encontrado con joyas como The Handmaid’s Tale, distopía con perspectiva feminista (mal que le pese a Margaret Atwood, autora del libro original); The Fall, con una Gillian Anderson encarnando una investigadora filo-hembrista (“la naturaleza humana es femenina; la masculinidad es como un defecto de nacimiento”, tira al pasar la Scully del Scotland Yard); y más recientemente algunas pinceladas en La Casa de Papel (el fugaz matriarcado de Nairobi) o en Vis-a-vis (una especie de Orange is the new black española). Nos detendremos en particular en Jessica Jones, puesto que en medio de una tira de superhéroes despliega temas que podrían ser propios de un drama de género.
La anti-heroína
Jessica Jones fue la segunda de cuatro series que Marvel coprodujo con Netflix: antes llegó Daredevil, luego Luke Cage y Iron Fist. Más tarde, los cuatro se encontraron en el tibio crossover The Defenders (sólo para demostrar que podíamos detestar más a Iron Fist). Sin embargo, Jessica Jones se sale del libreto de las otras tres, lo que incluso hace más dificultosa su adaptación al grupete de Defenders: Jessica (Krystenn Ritter) se nos presenta en las primeras imágenes como una mujer alcohólica, desalineada, mentirosa y antisocial que tiene el poder de –hasta donde sabemos- superfuerza y trabaja por cuenta propia como investigadora privada. ¿Su disfraz de superheroína? Un jean rotoso, borcegos, remera negra y una campera de cuero, que parece ser toda la ropa que tiene. Primer mérito de Netflix: a diferencia de Daredevil, dejó de lado los disfraces coloridos con abdominales marcados, o la vestimenta blanca ajustada al cuerpo de Alias, el personaje original del comic de Jessica Jones. Nuestra anti-heroína se nos presenta mucho más terrenal: olvidó comprar papel higiénico, nunca arregló la desvencijada puerta de su casa-oficina-aguantadero y sale por las noches a comprar whisky malo para paliar la mala. No es algo demasiado novedoso para un personaje de ficción, aunque lo es para un protagónico femenino. Ni hablar si pensamos que se trata de una super-heroína.
Luego descubriremos que mucho de lo que padece nuestra -a esta altura- querida Jessica, se debe a lo sufrido bajo la dominación de Killgrave (Purple Man, en el comic), un supervillano encarnado por David Tennant cuyo poder es manipular mentes humanas para que cumplan con sus deseos. Esto incluye, fundamentalmente, mujeres. Jessica fue esclavizada por los mandatos de Killgrave durante un año, atrapada como su “acompañante”. La misma protagonista habla lisa y llanamente: fue violada sistemáticamente, además de obligarla a cometer hechos con los que cargaría toda su vida.
Luego de escaparse de las manipulaciones de Killgrave, Jessica se encerró en su cueva, evitando todo tipo de contacto afectivo: se alejó de su amiga y hermana adoptiva Trish Walker (Rachel Taylor), escapando a sus llamados y evitando hablar del tema Killgrave, y buscando sexo ocasional con desconocidos. Este es otro de los tópicos que algunas ficciones de Netflix están subvirtiendo: en Jessica Jones vemos a la protagonista escabullirse la mañana después de su one-night-sex con Luke Cage (Mike Colter), un gigante de Harlem que, con el corazón ya despedazado (esa historia merece otro comentario), sufre al sentirse usado por una desconocida. Lo único que lleva a Jessica a salir de su encierro y enfrentar a su némesis es la aparición de una nueva víctima, y de las que podrían sufrirlo a futuro. Sororidad, que le dicen.
La serie, responsabilidad de otra mujer, Melissa Rosenberg, adaptó el cómic con una indiscutible perspectiva de género: Jessica reparte minutos en pantalla con Trish, una célebre conductora radial que comenzó a entrenar autodefensa luego de lo acontecido a su hermana. Por otro lado, tenemos a Jeri Hogarth (Carrie-Anne Moss), una abogada exitosa y de moral reprochable que engaña a su esposa con su secretaria años más joven. Vale mencionar que este personaje, en el cómic original, era Nicky Fury, un varón. Así como en Gipsy, la serie en la que Naomi Watts encarna a una psicóloga de actitudes éticamente dudosas, empezamos a ver a mujeres encarnar papeles protagónicos y de reparto que implican contradicciones, oscuridad, inmoralidad o abuso del poder, roles usualmente asignados a actores hombres.
Por otro lado, en el cómic, Jessica contrae matrimonio con Luke Cage y tienen una hija, algo de lo que no tenemos indicios en la serie, y al ver el desarrollo autónomo de Cage en su propia tira (en pareja con Claire Temple, el hilo conductor de los Defensores, interpretada por Rosario Dawson), podemos pensar que esa línea argumental fue descartada y tendremos un mandato social menos.
Digamos todo: Netflix te da por un lado y te quita por el otro. Así como rescatamos estos nuevos movimientos en las ficciones mencionadas, podemos encontrar tantísima cantidad de lo contrario. Sino, ¿por qué la necesidad de que Eleven termine cada temporada a los besos con Mike en Stranger Things? ¿Por qué sexualizar cada vínculo afectivo heteronormado? El resultado de explotación de Milly Bobby Brown como mujer sexy a sus ¡trece años! no es un dato que deba escapar a este análisis, pero vamos de a poco.
Por lo demás, Jessica Jones es una serie que funciona en muchos niveles: actuaciones de buen nivel, progresión narrativa atrapante y cámara y fotografía que cuajan sutilmente con el personaje de Krystenn Ritter: escasos colores, tirando al negro y a la oscuridad que despierta su desarrollo psicológico. La segunda temporada tendrá que demostrar mucho para igualar la factura de la primera, pero las imágenes que circulan son muy prometedoras. Conoceremos algo más del pasado de nuestra protagonista, tal vez con una presencia mayor de Trish Walker como su sidekick y con la intriga por el antagonista, que nuevamente parece que opondrá no sólo la fuerza a la fuerza, sino algo más. Netflix colgará los nuevos episodios el 8 de marzo, día en el que se realizará el segundo Paro internacional de Mujeres. Por todo lo dicho, podemos arriesgar: no es casualidad.