#LadoNerd GIRLS y un debate necesario sobre el acoso sexual

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Belén Lescano

Belén Lescano

Redactora at Corriendo La Voz
Licenciada en Comunicación Social. Ariana. Fan de los soundtracks. Nolite te bastardes carborundorum.
Belén Lescano

Como una olla que venía en ebullición hace rato y finalmente se destapó, en los últimos meses salieron a la luz cataratas de denuncias de mujeres acosadas, abusadas e incluso violadas por las personas poderosas de la industria de cine más importante del mundo. Hoy cada refresh de Twitter nos acerca un nuevo caso y esos hombres que teníamos de ídolos o admirábamos, dejaron de ser intocables gracias a la condena social y de las mismas productoras a las que representaban con su imagen.

Antes de todas estas situaciones, la ficción ya nos estaba dando alertas. La discusión sobre el consentimiento ya estaba instalada, y es por eso que el 20 de febrero de este año, la serie Girls (HBO), creada y protagonizada por Lena Dunham, estrenó ‘American Bitch’, el tercer episodio de la última temporada, que planteó un debate interesantísimo sobre el abuso de poder. Este episodio bisagra se emitió una semana antes de que, curiosamente, Casey Affleck recibiera el Oscar a mejor actor, sin que las denuncias por acoso que había recibido afectaran demasiado a la Academia.

La serie en general, se centra en el día a día de cuatro amigas que viven en Nueva York. Es una especie de Sex and the City juvenil y más actual, ya que atraviesa temas como el primer empleo, el sexo, el aborto, entre otros, a partir de una mirada feminista basada en la historia personal de Lena. El capítulo ‘American Bitch’ en particular, puede verse como un bottle episode, es decir que toda la información que necesitamos está allí y funciona como un relato aislado al resto de la serie.

American Bitch, el episodio de las “zonas grises”       

Lena Dunham bautizó con ese nombre al capítulo en cuestión, en homenaje a todas esas chicas que se culparon por no hablar ante el manoseo de su jefe o de su cantante, actor, escritor, profesor favorito; por aquellas que al encontrarse en inferioridad de condiciones, por miedo o por vergüenza, simplemente callaron.

Está protagonizado por Lena Dunham (Hannah Horvath) y Matthew Rhys, en la piel de Chuck Palmer, un prestigioso escritor al que ella admira. El episodio comienza cuando Hannah llega al departamento lujoso de Palmer. Él la había citado para hablar sobre el posteo que había hecho en su blog. Cuatro universitarias habían acusado a Palmer de acoso sexual durante la gira de promoción de su último libro y Hannah se hizo eco de la denuncia. Muchos otros habían escrito sobre el hecho, de medios más importantes incluso, y sin embargo la “eligió” a ella.

Apenas se sientan en el sofá, comienza una charla atrapante sobre qué es lo público, lo privado y sobre los límites de las relaciones, en la que podemos diferenciar dos posiciones totalmente opuestas.

– ¿Por qué una mujer lista como tú escribiría un artículo tan largo sobre un rumor?

– No creo que cuatro testimonios sean un rumor.

– ¿Recuerdas lo que pasó en Salem?

– Sí, estas cuatro mujeres son las brujas.

– Yo soy la bruja.

– Yo no lo veo así. Estas mujeres no tienen el mismo acceso que tienes tú al New York Times.

Hannah Horvath y Chuck Palmer en American Bitch, el bottle episode de Girls.

Hasta acá, todo esto hoy nos resulta bastante familiar. Hace casi un año, el terreno parecía no estar preparado.

Po otro lado, Palmer le da a Hannah argumentos que pretenden liberarlo de la culpa. Sostiene que lo que sucedió fue consensuado, responsabiliza al supuesto resentimiento de las mujeres porque él no quiso “algo más” y concluye que su único error fue no haber tenido la oportunidad de conocer sus vidas, sus sueños. Por eso invitó a Hannah a su casa, para saber de ella. Le dice que es inteligente, le remarca que no es una simple periodista, sino una escritora. Y ahí da en la tecla, porque, ¿a quién no le gustaría que un referente elogie nuestro trabajo?

El capítulo está tan bien escrito que hasta su explicación nos parece acertada. Le creemos. Pasamos, como lo hace Hannah, del enojo a sentir pena por él, a suponer como ella que quizás sí son todas mentiras que arruinaron su trabajo y su familia. Porque eso es lo que muchas veces hicimos, “separar al artista de su obra”, perdonarle todo.

Palmer le regala When she was good de Philip Roth de su biblioteca personal (libro que según Hannah tiene como título alternativo American Bitch) y de ahí en más todo sucede precipitadamente, sin tiempo a que podamos reaccionar: ya en su habitación, él le pide a Hannah que se recueste con él, porque hace mucho no sentía a alguien cerca. Ella lo hace, de espaldas, hasta que en un momento Palmer se da vuelta y apoya su pene sobre la pierna de Hannah, como si ella hubiera insinuado que podía hacerlo. Ella toca su miembro y apenas lo hace se sobresalta y se siente derrotada. ¿Por qué? Porque Palmer ganó, y ya sea que lo tenía planeado desde un principio o no, lo cierto es que la envolvió y ella cayó en su trampa.

Y es acá donde se centra la genialidad del relato, porque Lena no elige narrar un caso de violación donde los límites de lo que es y no consentido están claros para todos, sino que apunta a una “zona gris”, a una situación que es mucho más difícil de definir para el afuera, e incluso un lugar donde el acosador, desde su posición de poder, puede refugiarse.

Según Richard Shepard, el director de American Bitch, así iba a terminar inicialmente el episodio. Sin embargo, la serie nos ofrece algunos minutos más para digerir lo que vimos. La hija de Palmer llega a la casa y les ofrece un concierto de flauta al que Hannah no puede negarse. Ella lo mira comportarse como un “padre de familia” y sentimos su bronca, como si nosotras hubiéramos sido engañadas también. Cuando todo termina y sale a la calle, el plano se abre para que veamos a otras tantas mujeres entrar y salir del edificio, mostrándonos que ella no será la primera ni la última a la que le suceda. 

La doble moral en la industria audiovisual

Si bien las conductas sexuales inapropiadas de los hombres de Hollywood no son nuevas y muchas de ellas ya se conocían a través de rumores, una de las primeras que se hizo oficial e impactó en los medios fue la de Kevin Spacey, que había acosado sexualmente al actor Anthony Rapp cuando tenía 14 años. Curiosamente, se empezó a hablar del tema no a partir de la denuncia de una mujer, sino de un hombre.

Las disculpas de Spacey no hicieron más que embarrar la cancha: “confesó” ser homosexual, queriendo tapar el hecho. Posiblemente, sobre él se tomaron las medidas más drásticas hasta el momento: desvinculación de House of Cards (serie con la que prácticamente nació Netflix), y eliminación de sus escenas de All the Money in the world, la nueva película de Ridley Scott que lo tenía como protagonista. Ya sea porque en un principio parecía ser “peor” abusar de un hombre que de una mujer, o por la relevancia de su nombre, lo cierto es que finalmente se dejó de separar al artista de su arte.

Ahora que el terreno estaba fértil, muchísima gente del ambiente artístico comenzó a escrachar públicamente a directores, actores y productores que rápidamente quedaron en el ojo de la tormenta. Hoy conocemos cientos de casos, pero los que más trascendieron fueron aquellos que se jactaban de realizar productos audiovisuales de corte feminista, (que ahora podemos ver) como un escudo frente a lo macabro de sus conductas puertas para adentro.

Jeffrey Tambor es uno de ellos. El protagonista de Transparent, la serie ícono sobre la identidad de género, se había convertido en uno de los portavoces de la agenda trans, avalado por el colectivo como pocos actores hombres lo habían estado. Pero todo eso se derrumbó cuando su asistente Van Barnes y la actriz Trace Lysette, su compañera en la serie (ambas chicas trans), lo denunciaron por acoso. Acá cabe preguntarnos si Jill Soloway, la creadora de Transparent y una de las referentes del feminismo en la industria audiovisual actual, estaba al tanto de todo o no, y si podrá salvar a la serie que, a pesar del comportamiento del actor, intenta transmitir un mensaje alentador hacia la comunidad LGBTI.

Otro caso es el del comediante Louis C.K., quien fue denunciado por cinco mujeres de haberse masturbado frente a ellas. En un comunicado admitió que todo era verdad y reconoció que efectivamente estaba ejerciendo un abuso de poder sobre esas chicas que lo admiraban. Sin embargo, además de su conocido show Louie, el actor es el creador, junto a su amiga Pamela Adlon, de Better Things, una de las series feministas del momento. También debemos preguntarnos si Pamela sabía de esto y no lo contó, y si la serie quedará manchada por el comportamiento de Louis C.K. aunque él no aparezca en pantalla.

Pero volvamos a Lena Dunham. En las últimas semanas, la actriz Aurora Perrineau había denunciado por violación a Murray Miller, uno de los guionistas de Girls. Increíblemente, la creadora sacó un comunicado en el que defendía al acusado argumentando que “esta acusación está dentro del 3% de acusaciones falsas que se reportan cada año“, y que “es una verdadera pena que ese número crezca, ya que las mujeres fuera de Hollywood todavía luchan para que les crean”.

Días más tarde, ya sea por la presión de los comentarios en las redes o porque lo repensó, en su cuenta de twitter escribió: “Como feministas, vivimos y morimos por nuestras políticas, y creer a una mujer es la primera opción que tomamos cada día al levantarnos (…) Nunca creí que apoyaría algo a favor de alguien acusado de abuso sexual, pero inocentemente creí que era importante compartir mi perspectiva sobre la situación de mi amigo”.

Que una voz tan escuchada como la suya tenga este tipo de declaraciones parece hacernos retroceder diez escalones, porque como ella bien sabe y expresó en el episodio sobre acoso, “las mujeres no hablan por diversión”. No podemos negar que Lena se puso al frente de una serie como Girls en un canal tan masivo como HBO, con un cuerpo que desafía los estándares de belleza y tocando temas tan controvertidos, pero su contradicción entre lo que propone en la ficción y lo que manifiesta en las redes echa por tierra su aparente compromiso con el feminismo, porque ¿cuántas han perdido amistades por creerles a las mujeres?  

En definitiva, lo positivo de todo esto es que exista una ficción que problematice el tema del acoso, el desequilibrio de poder y que haya más mujeres que se animen a expresarse porque dejaron de sentir miedo o vergüenza. Que de una vez por todas, los hombres poderosos sean los que estén pagando las consecuencias de sus actos, que se conviertan en una advertencia hacia otros, y que este antecedente se tome de referencia para la industria audiovisual de nuestro país. Que así como todos los casos de actrices del ambiente, esto funcione para todas las maquilladoras, vestuaristas, asistentes, y mujeres en general que no tienen llegada, fama y en definitiva, poder.

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