Maira Romero Santucho
Colaboradora en Lado Nerd.
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Una de las películas más recordadas por intervenir la realidad con dibujos animados, sin tratarse de una película infantil, fue ¿Quién engañó a Roger Rabbit?. El 22 de junio de 1988, el film ingresaba a las salas de cine -de la mano del director Robert Zemeckis– y era erróneamente calificada con el género infantil. ¿Por qué no estamos de acuerdo con esta clasificación?
Zemeckis -quién sabe cómo lo haya logrado- contó con el trabajo en conjunto de los gigantes Warner Brothers y Disney. Con el mayor presupuesto para la época y muchísima expectativa, esta comedia sobre un mundo en el que dibujos animados y humanos convivían de manera no muy agradable, era calificada con el género… ¡INFANTIL! Un error digno de mencionar porque realmente se trata de una comedia negra.
La historia está basada en los libros de Gary K. Wolf en Who censored Roger Rabbit?. Ambientada en 1947, época dorada del cine clásico, esta pieza logra homenajear a la era dorada de la animación americana y Hollywoodense de la época.
Este clásico se centra en Eddie Valiant (Bob Hoskins), un triste y alcohólico detective venido a menos luego de la muerte de su socio y hermano, en manos de un dibujo. Valiant es llamado por el dueño de una industria análoga a Disney, Maroon Cartoons, para sacar fotos a Jessica Rabbit (Kathleen Turner), esposa del conejo actor estrella de series animadas Roger Rabbit (Charles Fleischer). El detective acepta, pero termina involucrándose en el medio de una mafia dibujada dirigida por Doom (Christopher Lloyd). Este villano lleva adelante un plan macabro para destruir Toontown (el Hollywood de los dibujos) que incluye: asesinar a Marvin Acme -dueño de la empresa análoga a Warner Brothers y creador de Toontown- y culpar a Roger. Todo para construir una autopista, símbolo irrevocable del “progreso” capitalista.
Durante los primeros minutos de la película se sucede un cortometraje de animación americana clásica, dirigido por Raoul J. Raoul, en el que podemos inferir que Roger es una especie de Tom, de Tom y Jerry en una versión roedora, en la que él debe cuidar a Bebé Herman (quien realmente es un hombre de 53 años en el cuerpo de un bebé) y, como es de esperar, todo le sale estrepitosamente mal siempre. En el momento en que escuchamos “Corte” ingresamos al backstage de la producción, donde descubrimos el mundo de los directores con sus humores extravagantes y órdenes eufóricas, y que Roger Rabbit es absolutamente explotado, como la gran mayoría de los dibujos animados.
Es imposible no hacer analogías de este mundo mitad humano/mitad cartoon, con el mundo que habitamos. En principio, los dibujos funcionan como una especie de fuerza de trabajo muy barata que sostiene a la millonaria industria Hollywoodense de la animación. Literalmente viven trabajando y golpeándose, son maltratados y menospreciados por la población en general, y particularmente por los humanos de los estudios. Son discriminados y explotados por ser dibujos animados.
Ni siquiera son dueños de sus propias tierras y, dicho sea de paso, es por ello que toda su existencia pende de un hilo. Su capacidad de ser un pueblo libre y soberano está en el testamento de Marvin Acme, un señor irresponsable que le deja el documento a Jessica Rabbit, luego de obligarla a “jugar tortitas”. Sin mencionar que el testamento estaba escrito con tinta invisible que reaparece luego de un tiempo determinado. Un simple chiste para toda una comunidad que casi desaparece por su culpa.
Por suerte, podemos decir que no se trata de una situación real: las animaciones no han copado nuestra realidad regalando su fuerza de trabajo y siendo estafados por la industria del cine. Lo malo es que el hecho de querer “desaparecer” una cultura entera para dar lugar al tan preciado progreso recuerda a hechos históricos como “La campaña del desierto” de Roca en Argentina, donde se limpió el terreno de indios y se repobló con culturas “civilizadas”.
El patriarcado animado
El rol de las feminidades es crucial en la película y, además, logró romper con varios estereotipos presentes en las películas policiales a las que homenajeaban, donde las mujeres solían ocupar los lugares de mártires o de malas, cómplices en asesinatos o villanas ocultas. Aunque ciertamente, al tratarse de una película dirigida y llevada adelante en su mayoría por hombres, no escapa a muchos símbolos y estereotipos de género.
Es imposible no recordar a Jessica Rabbit como una femme fatale, un “minón” que remite a estrellas femeninas de Hollywood en sus épocas doradas. Lo cierto es que, vista a la distancia, Jessica es un personaje que sufre una opresión enorme por su género, sus curvas y su sexualidad. La frase más destacada de ella, “No soy mala, sólo me dibujaron así”, engloba en una simple línea todo lo que pesa sobre sus hombros por haber nacido tal y como es.
Jessica es constantemente puesta en duda durante toda la película, siempre parece ser la promiscua infiel sospechosa de complotar con los antagonistas para destruir a Roger, cuando es realmente la única que lo quiere ayudar desde el principio. Nadie cree que R.K. Maroon la obligó a ser infiel al conejo con la excusa de que de lo contrario la echaría. Ella lo ama sinceramente, y podemos decir que más allá de que sea el único que la hace reír, es el único que la comprende enteramente.
Cuando Roger recibe las fotos de Jessica con Marvin Acme, destrozado le escribe una carta de amor diciendo que entendía que todo lo sucedido se debía a las circunstancias. Nadie se cuestiona el hecho de que un macho (así se trate de un animal) mate al hombre con el que su esposa le fue infiel. Y en este sentido, pudo haber sido positiva la confusión con el género infantil, porque miles de niños y niñas vieron que un tipo de relación amorosa alternativa a la romántica y afectiva es posible.
Otro personaje clave es el de Dolores (Joanna Cassidy), la esposa de Eddie, quien no puede evitar amar a su marido a pesar de que esté hecho un desastre consigo mismo. Ella esconde a Roger de las Hienas dibujadas del Juez Doom en su bar. Es ella quien ayuda a escapar y esconderse a Eddie y a Roger, y quien hace las averiguaciones sobre el testamento de Marvin Acme. Sin embargo, recibe poco protagonismo en la película y es bastante invisibilizada a pesar de poner en riesgo su propia seguridad en más de una ocasión.
También aparece la icónica Betty Boop -que trabaja de mesera en un bar atendido por dibujos pero solo para humanos- y menciona que, con la aparición del color, ella quedó relegada al olvido. A su vez, se presenta en Toontown un personaje femenino que es la típica caricatura de mujer desesperada en busca de un hombre, demostrando que ni en el mundo de la animación escapa al patriarcado.
Un mundo 2D, en un mundo 3D
Sobre la realización de esta película podemos decir que está exquisitamente llevada a cabo. En principio, se tuvo que dividir la dirección casi en dos. Por un lado, Robert Zemeckis se dedicó a dirigir las secuencias de acción reales en estudios de Londres, y por otro lado, las animadas fueron dirigidas por Richard Williams, canadiense conocido por darles vida a títulos de grandes películas.
El libro fue adaptado por los guionistas Jeffrey Prize y Peter S. Seaman a partir de la novela de 1981 de Gary Wolf. Es destacable la creatividad de la obra, con detalles interesantes sobre la caracterización de los personajes animados, como la necesidad de hacer reír a las personas, aspecto casi inevitable porque básicamente fueron creados para ello. Hasta los asesinatos son coherentes con el mundo dibujado: cuando una animación mata a un humano, lo hace tirándole un piano o una caja fuerte en la cabeza. Todo muy normal.
El Juez Doom, con la excelentísima actuación de Christopher Lloyd, es uno de los villanos más oscuros que el mundo animado haya tenido que enfrentar. En todo el tiempo que está en escena, este perturbador personaje no pestañea una sola vez, sin mencionar que fue el creador de “la salsa” que elimina a los dibujos. Literalmente podríamos decir que se trataba del Hitler de Hollywood.
Mezclar el mundo 2D con el 3D no fue nada fácil tampoco. Un ejemplo que resume todo el trabajo y nivel de detalle que requería cada situación de la película es la escena cuando Eddie esconde a Roger detrás del bar de Dolores. Al entrar al pequeño cuarto, Eddie se golpea varias veces la cabeza con una lámpara que cuelga muy baja, moviendo de un lado a otro la iluminación durante por lo menos treinta segundos. Para este gag, los creadores tuvieron que dibujar varias veces a Roger y conseguir que las sombras sean coherentes con la escena. De ahí en más, se acuñó el término estilístico “Bumping de Lamp” (Golpear la lámpara) para el complejo proceso de tirar sombras para todos lados.
Por todo lo dicho, es indispensable revivir este clásico que ha confundido tanto a niños y niñas como adultos. Realmente sigue siendo inevitable la manija, por lo menos para los y las amantes de las aventuras animadas, el momento en que Eddie va llegando a Toontown, ese pueblo alejado y fuera de toda ley que te recibe con bombos, platillos y árboles cantantes. Aunque también continúa siendo extremadamente perturbador ver a Doom meter a un inocente zapatito dibujado en “la salsa” que derrite a cualquier ser hecho de tinta.
Todo un sube y baja de emociones dignas de una película que mezcla a los seres más entrañables de las infancias y el género policial negro, dando como resultado una excelente comedia negra.