Belén Lescano
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Después de Game of Thrones y The Walking Dead, Black Mirror probablemente sea una de las series más esperadas cada año, en especial desde que Netflix se hizo cargo de su producción. Con la misma cantidad de episodios que la tercera entrega (seis en total), la serie antológica creada por el británico Charlie Brooker que refleja el cambio drástico de las relaciones humanas a partir del abuso de la tecnología, parece repetir algunas de las fórmulas que ya vimos, mezclando recursos de otras temporadas. En pocos casos esa reiteración funcionó, pero en la mayoría se quedó por la mitad.
Las dos primeras temporadas nos habían acostumbrado a un nivel altísimo de calidad con propuestas originales y desenlaces perturbadores. Con pocos episodios por temporada, un presupuesto menor e historias más pequeñas y cotidianas, esta serie distópica supo introducirnos en la psicología de personajes que progresivamente llegaban a un extremo de locura impensado, por el efecto que en ellos generaban diferentes tipo de tecnología futurista.
La tercera, con más episodios, tenía un desafío mayor: más historias, más personajes, más tecnología. Brooker mantuvo esa atmósfera de oscuridad propia de la serie a partir de relatos todavía más cercanos a nuestra vida cotidiana, usando sobre todo a las redes sociales como punto de partida. No sólo eso, sino que esa temporada nos ofreció una historia de amor que, por primera vez, no terminaba trágicamente: San Junípero se convirtió en el capítulo más aclamado y comentado de Black Mirror e incluso en 2017 obtuvo el Emmy a “mejor película para televisión” y el de “mejor guion de miniseries, film o drama” para su creador.
¿Se acabaron las ideas?
En una entrevista a Radio Times antes del estreno de la cuarta temporada, Brooker había anticipado que lo que se vendría sería “más de lo mismo, pero diferente”: mismas tecnologías, usadas en historias diferentes. Por eso el factor “sorpresa” no fue una de las cosas que jugó a favor esta vez.
USS Callister fue el encargado de abrir la antología, un episodio que gira en torno a los ambientes de trabajo en los que uno de los jefes (el más talentoso) no es tenido en cuenta por sus compañeros y hasta es dejado de lado por ser tímido y abstraído. Black Mirror convierte la frustración y el resentimiento de Robert Daly (Jesse Plemons) en un juego virtual macabro, que peligra cuando entra en escena Nanette Cole (Cristin Milioti), una nueva empleada que admira su trabajo.

Si bien ya conocemos el desastre que puede causar la experiencia de juegos de realidad virtual a partir de Playtest (el segundo episodio de la temporada 3), en este caso y gracias a un aparato de última tecnología, Daly utiliza el ADN de sus compañeros que fueron desconsiderados con él, para crear sus versiones en computadora. Con estos elementos, le da vida a una versión propia de Space Fleet, un juego virtual de los ’90 centrado en el combate galáctico, en donde él es el capitán, quien da las órdenes, es respetado y temido como quisiera serlo en el mundo real.
Aunque el recurso se repite, es interesante la combinación que se da entre vida cotidiana de oficina y mundo sci-fi al mejor estilo Star Trek, género en el que nunca se había desarrollado la serie. La diferencia principal con Playtest es su tono. USS Callister es mucho más amable, hasta cómico, paródico y utiliza muchos efectos especiales propios de la ciencia ficción, por lo que no termina siendo tan oscuro como esperamos, sino más bien predecible.
Sin embargo, los episodios que realmente se encontraron por debajo del nivel de la serie en general por su exageración y sin sentido, fueron Crocodile, el tercero, y Metalhead, el quinto. En el primer caso, la idea inicial es buena: una pareja alcoholizada atropella a un ciclista y encubre el accidente tirando el cuerpo al río. Muchos años después, Mía (Andrea Riseborough) se convierte en una arquitecta famosa y en uno de sus estadías en hotel, presencia otro accidente de tránsito. Por otro lado, Shazia (Kiran Sonia Sawar) investiga ese último accidente a través de un dispositivo que es capaz de recuperar recuerdos en imágenes. Cuando ambas se encuentran, los secretos más oscuros saldrán a la luz y Mía hará todo lo posible para no arruinar su familia y su carrera, lo que la lleva a cometer una seguidilla de asesinatos desesperados. Acá, el punto más débil es que la relación individuo-tecnología pasa a un segundo plano, la historia principal se vuelve absurda y pierde el rumbo.

En Metalhead, el thriller de supervivencia y persecución post-apocalíptico filmado en blanco y negro, todo indica que el foco de atención estuvo más puesto en los efectos visuales, los movimientos de cámara y la construcción de los planos que en la historia: en lo que parece ser el fin del mundo, tres personas (Bella – Maxine Peake – al frente) se adentran en un desierto para buscar una caja que le aliviaría el dolor a un niño, pero unos perros robóticos infalibles que los persiguen, los alejan de su objetivo. Lo chato de la premisa general, así como la tecnología austera que se utiliza, decepcionan aún más cuando se descubre qué contiene la caja, lo que lo convierten en el capítulo que más defraudó de la temporada.

No todo es tan malo
No sólo el protagonismo total que han tenido las mujeres en esta temporada es algo a celebrar, sino que además, en varios capítulos (sobre todo en los primeros tres) los dos extremos del conflicto fueron personificados por mujeres: en USS Callister, la salvadora y quien debe ser salvada es la misma persona, la Nanette de la vida real y la de la vida virtual. En Crocodile, tenemos por un lado a quien no quiere ser descubierta, la arquitecta Mía, y por el otro a Shazia, quien recorre un camino involuntario que confronta con sus intereses.
La mayor presencia de mujeres tanto delante como detrás de cámara ocurrió en Arkangel, el episodio dirigido por Jodie Foster que se centra en la relación madre e hija y en la sobreprotección parental mediada por la tecnología. Utiliza un recurso similar al de The entire history of you, el capítulo en el que los individuos poseen cámaras en sus ojos que les permiten grabar todo lo que ven y reproducirlo cuando deseen. Arkangel es el nombre de la empresa que le coloca un chip con GPS a Sarah (Brenna Harding) y le da a su madre, Marie (Rosemarie DeWitt), una tablet para controlar lo que su hija ve y blurearle contenido sensible relacionado con violencia y sexo. Todo marcha bien mientras Sarah es pequeña, pero las cosas cambian en su adolescencia. Aunque el capítulo no va hasta el fondo con el mensaje final como esperamos, sí es uno de los más logrados.
Curiosamente, los dos mejores episodios de la temporada son ideas que ya se llevaron a la práctica, pero que resurgieron con una vuelta de tuerca. Por un lado, Black Museum está realizado en base a tres historias unidas en una que le da sentido, tal como sucedió en el especial de navidad (White Christmas). No sólo cada mini historia contribuye a aumentar el clima de tensión que tiene su punto más alto en el odio y la venganza que se desatan al final, sino que también nos confirman algo que ya intuíamos: cada relato sucede en el mismo universo y parten de los trabajos realizados en la clínica San Junípero, de ahí la importancia de ese capítulo emblemático.
Por último, no es casual que Hang the DJ, el cuarto episodio, esté en el mismo lugar que San Junípero en la temporada tres. Ambas son historias de amor que se desarrollan en la vida virtual con giros inesperados e interesantísimos. A pesar de no contar con dramatismo y emotividad, Hang the DJ funciona porque al construirse como una comedia romántica, se permite reflexionar sobre el amor en la modernidad, atravesado por las redes sociales y aplicaciones como Tinder y Happn, de una manera más relajada. En especial, pone el foco en cuánto reflejan estas nuevas formas de encontrar pareja, lo que somos y nuestra compatibilidad con el otro.

Sin duda, es el episodio que más cerca está de la gran calidad de la tercera entrega, siendo el broche de oro definitivo terminarlo con Panic de The Smiths de fondo y su frase ‘Burn down the disco, hang the blessed DJ, because the music that they constantly play It says nothing to me about my life’ (“La música que siempre pasan los DJs no me dicen nada de mi vida”), en referencia a lo poco que dicen nuestros perfiles online de cómo somos en realidad.
El mayor logro de la temporada anterior había sido contar historias que estuvieran cerca de nuestra realidad cotidiana: redes sociales, juegos online, realidad virtual, chantaje vía internet, cosa que a esta última entrega se le escapó. De todas formas, aunque esta vez no haya funcionado del todo, siempre esperamos más temporadas para seguir sorprendiéndonos con lo que puede hacer la tecnología con nosotros, y nosotros con ella.