La vida de una mujer se juega en una ruleta rusa

Compartir en Facebook
Compartir en Twitter
Gabriela Krause
Redes:

Gabriela Krause

Periodista | Escritora | Poeta, feminista y militante de causas que se presumen perdidas. ¿Dónde está Santiago Maldonado?Contacto: [email protected] / [email protected]
Gabriela Krause
Redes:

Latest posts by Gabriela Krause (see all)

Aparece el cuerpo de una joven muerta, en un parque a plena luz del día. Me pregunto qué pensarán las señoras de que sus amados niños tengan que ver semejante espectáculo del horror.
Cinco familias en un radio coherentemente cercano al escenario están buscando a sus hijas. Todas son jóvenes, todas faltan de sus casas hace días, todas sus fotos están difundidas en Facebook pero sólo una llegó a los medios.
El resto, son villeras. Negras que dejaron el colegio.

Los medios se hacen eco de la noticia: apareció un cuerpo sin vida, aunque es evidente que se trata de un asesinato, no usan la palabra (deliberadamente, todo se hace deliberadamente) que lo confirma. Cuentan frente a la cámara que la chica muerta sería, presuntamente, la chica esta de la que los medios sí hablan. 
La del barrio residencial, la chica bien. La que estudia en la universidad y tiene amigos con autos caros.

La familia de la chica bien se entera por televisión, pero son cinco las madres a las que se le atraganta el mate por la ansiedad y la desesperación.

Lo que sigue es similar a ese momento en que los jurados comunican, en un reality show de la canción, que uno de los participantes se irá del juego definitivamente, y entonces todos cruzan los dedos y suspiran aliviados cuando se enteran que esta vez no.

Hay cinco familias cruzando los dedos frente a una pantalla, justo al lado del teléfono.
Hay cinco familias que esperan ese esta vez no, y sienten algo muy oscuro, parecido a la culpa, por estar deseando que la asesinada sea la hija de alguien más.

Esto ya parece una lotería.

Los medios siguen hablando de la chica bien, la chica de élite way school. No hablan de las cinco negritas porque no las conocen.

Porque no les importan.

Aunque tal vez ni siquiera sean negritas.

Tal vez hasta lean mejor que los presentadores de tevé. Pero son villeras. Cuanto menos, mejor.

Sigue la lotería. Hay cinco familias desesperadas, pero los medios no se inmutan: alargan la noticia como un chicle, levantan información hasta de donde no existe, se olvidan de que detrás hay gente que sufre, que siente. Tratan al cadáver como un elemento de decoración más, como parte de una escenografía. El cadáver es el protagonista que traerá rating, pues lo exprimen hasta el hartazgo. Y cuanto más le duela a una familia, mejor funcionará.

La lotería ha arrojado un resultado.

No es la chica bien. Es una de las otras, que ahora pasa a tener nombre, apellido y hasta algún que otro rasgo de interés.

La sociedad, que no compartió su foto en el muro cuando debía compartirse, la llora apenada.

La sociedad, que cuestionó que pudiera haberse ido por ahí a revolear la pollera, la llora horrorizada y grita con furia ni una menos.

La lotería continúa: aún quedan cuatro chicas por aparecer. Según el periodismo, queda una.

La chica bien aparece, pero no tiene tanta suerte como la negrita, la pobre chica asesinada.

La chica bien aparece bien, aparece viva.

Entonces, de chica bien pasa a chica puta, a chica mala, a chica con leche en la boca, sedienta de pija, las piernas chorreando, vaga, desalmada que juega con los sentimientos, que qué hacemos nosotros compartiendo las fotos, ensuciando nuestros muros, pagando los impuestos para que la policía los héroes anden buscando a una fanática de los boliches y la noche llena de excesos.

Hay tres chicas que todavía no aparecen. La gente está tan enojada que no se arriesga a compartir. El periodismo, calladito, porque un rockero famoso, medio boludo, dio unas declaraciones polémicas que son más fáciles de explotar, y da más rating.

Pobres negritas.
Pobre chica bien.
Pobre negrita, la muerta.

Pobres nosotros, que estamos corriendo sin pausa hacia la desintegración. Nos vamos a morir, cual si fuera vómito, ahogados boca arriba por nuestra propia moral adquirida.

Comenta