Gabriela Krause
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Desde que los medios supieron que Nahir Galarza, una joven de 19 años, había matado a su pareja, no paran de hablar de eso. Por lo que podemos entrever, los medios desayunan, almuerzan, meriendan, cenan y comen entre comidas a Nahir Galarza, la mujercita que da vuelta la figura del femicidio y plantea, según sus mentes, el interrogante de la violencia de género bilateral. Como sabemos y ya vimos en otra nota, esto es inexacto. Pero aparte de eso, pasan otras cosas.
Sabemos todo de Nahir Galarza: lo que come, lo que hace, sus ejercicios, su bikini en vacaciones, sus selfies, todo. El típico comportamiento del “caso del verano”. Como no hay nada que hablar, tacho, como no se quieren hablar ciertas cosas, se exprime todo el jugo de algún suceso particular para entretener a la audiencia ávida de sentirse en una novela de Ágatha Christie que pueden protagonizar a través del control remoto, y se dejan de lado otras cuestiones que no entretienen o podrían resultar demasiado informativas para la plebe.
Esta semana se estuvo buscando a Abril Sosa, una nena de cuatro años que había desaparecido en la provincia de Córdoba. El martes, se supo que la habían asesinado, violado y tirado como si fuera nada, una bolsa de carne. De su asesino, sabemos poco, no se lo nombra tanto como a Nahir. Pero eso no es todo, porque aparte de no conocerlo, le tapan la cara.
Sí: que los medios le cuiden la identidad a un asesino, es insólito. Pero se pierde esa sensación de que hay algo desubicado si vamos más allá y recordamos el lugar en que se plantan históricamente. De periodistas que se encargaron de plantar un sinfín de teorías falsas y tiradas de los pelos durante todo lo que duró la desaparición forzada de Santiago Maldonado, no podemos esperar una lección de humanidad. Ni siquiera cuando hablamos de una niña de cuatro años.
Ella sí; él no. ¿Por qué?
La cara pixelada; la vuelta del “presunto” para tocar a un involucrado; el nombramiento en iniciales; la sobreexposición de la víctima y la omisión del victimario. Todo ésto, que creíamos extinguido en el tratamiento de una noticia, por haber visto el enfoque del caso de Nahír, volvió a aparecer con la figura de Daniel Ludueña, el hombre que cargó con la vida de una niña como si su vida no valiera, como si no tuviera un futuro mejor.
¿Dónde estaban antes? Cuando apareció Nahir Galarza, apareció una nueva forma de titular el caso del verano, el caso en boca de todos: con el nombre de la ejecutora. Acostumbrados como estamos a nombrarlos por el nombre de la víctima, como en este “caso” de Abril, no podemos evitar esta sensación a lo que apunta el medio masivo: al sensacionalismo, al show mediático, a la viralización.
Garpa decir Nahir Galarza porque garpa instaurar la figura del nadie menos. Pero no garpa mostrar la cara de Daniel Ludueña porque eso sería recordarle a la doña en el sillón que los hombres nos siguen matando, aunque en la tele tengan más ganas de volver a Mujeres Asesinas, el unitario del Trece.
La mala noticia es esa. Sí. Nos siguen matando. Nos matan todos los días. Invisibilizan nuestras muertes según color, raza, edad, poder adquisitivo. Nos siguen matando. En la calle, en la escuela, en la cárcel, en el hospital, en la casa. Nos siguen matando, aunque tengamos cuatro años. Nos siguen matando porque quieren. Nos siguen matando porque pueden. Nos siguen matando porque la sociedad se lo permite, aplaudiendo el magazine de las tres mientras un Daniel mata a una Abril, mientras la gente se pregunta qué es lo que hacían los padres, porque parece que el dolor no es suficiente: también nos alimentamos de la culpa. Y todo esto no debe olvidarse, aunque salgan de las casas todas las Nahir Galarza del mundo entero, porque ni así podrían enterarse todavía de lo triste que es desayunarse con una mujer muerta por día.