La expansión del capo de lo posible

En este mes en el que se conmemora un nuevo aniversario del “Mayo Frances” nos pareció oportuno compartir esta “entrevista inoldible” de Jean Paul Sartre. “Hay algo que ha surgido de ustedes que asombra, que transforma, que reniega de todo lo que ha hecho de nuestra sociedad lo que ella es. Se trata de lo que yo llamaría “La expansión del campo de lo posible”. No renuncien a eso”

Un diálogo entre Jean Paul Sartre y Daniel Cohn-Bendit publicada por Le Nouvel Observateur el 20 de Mayo de 1968

S. Lafaurie. – Esta semana los conservadores triunfan: casi todos los huelguistas han retomado el trabajo, la Sorbona , símbolo de la “anarquía estudiantil”, es ocupada por la policía, y los franceses acaban de votar en la primera vuelta, en calma, más o menos por los mismos hombres. Aparte de las ventajas materiales, no desdeñables pero sin duda efímeras, obtenidas por los obreros, parece no quedar gran cosa del gran movimiento que ha sacudido a Francia durante un mes. ¿Es verdad esto?.

Jean Paul Sartre. – En cierta manera, efectivamente, el movimiento ha fracasado. Pero ha fracasado solamente para los que han creído que la revolución estaba al alcance de la mano, que los obreros seguirían a los estudiantes hasta el fin, que la acción desencadenada en Nanterre y en la Sorbona desembocaría en un apocalipsis social y económico que provocaría no solamente la caída del régimen sino también la desintegración del sistema capitalista. Era un sueño y Cohn-Bendit, por ejemplo, no penso nunca en eso. No hemos dado más que un primer paso. Daremos otros.” Mucha gente joven lo comprende. Los jóvenes saben que no se hace caer un régimen con 100.000 estudiantes, por más valientes que ellos sean; han sido el detonador de un gran’ movimiento, lo serán quizá en el futuro, pero ahora se trata de continuar la lucha bajo otras formas. Participe el otro día en la Ciudad Universitaria en un debate entre estudiantes sobre la transformación posible de la Universidad , la discusión era apasionante, porque ella se refería a los medios de dar a la revuelta una prolongación permanente. Se manifestaron dos puntos de vista. Unos decían: “Hay que luchar para establecer una universidad crítica, autogestiva, en la cual el vínculo docente-estudiante y el vínculo de todos con la cultura sean fundamentalmente implementados”. En el caso de estudios de medicina, por ejemplo, algunos grupos de estudiantes preparan ya proyectos precisos; no se tratará solamente de asimilar un cierto número de conocimientos, sino de plantear al mismo tiempo el problema de la relación médico-enfermo, de los vínculos entre los médicos entre sí y, finalmente, del papel de la medicina en la sociedad; los estudiantes serán llevados a redefinir ellos mismos la profesión que han elegido, a decidir si el médico debe ser un técnico que trabaja al servicio de una clase o un hombre que pertenece a la masa y ha sido llamado por ella para atender su salud. Se sobreentiende que la forma de la enseñanza y el contenido del saber serán modificados por un cambio de definición y que no seguirán siendo médicos despersonalizados, como los de hoy, quienes egresen al final de sus estudios. Lo mismo en las otras disciplinas: la adquisición del saber correrá siempre a la par con una reflexión crítica sobre la utilidad social de ese saber, tanto que la universidad ya no fabricará hombres “unidimensionales”, empleados administrativos dóciles, alienados del sistema capitalista, sino hombres que habrán recobrado las dos dimensiones de la libertad: la inserción en la sociedad y la impugnación simultánea de esa sociedad.

A los que proponen este ideal universitario, otros les responden: ” La Universidad crítica no es realizable. Vean la de Berlín; ha quedado al margen, aislada como un quiste en la sociedad alemana. ¿Y qué Estado capitalista aceptará financiar una universidad cuyo fin confesado sería demostrar que la cultura es anticapitalista? Más que la Universidad crítica, hagamos la crítica de la Universidad. Esta Universidad nos la van a rehacer más o menos tal como era. No la abandonemos, continuemos en ella haciendo una crítica vigorosa del saber que allí se dispensa y de los métodos de enseñanza”.

Las dos actitudes, en mi opinión, no son inconciliables. Me parece que podría haber, en la universidad, “sectores críticos”. No se podrá impedir que los estudiantes de medicina, si están resueltos, hagan un trabajo a profundidad sobre lo que podría ser una verdadera medicina social: ellos pueden obtener para eso salas y un ordenamiento de horarios de estudio. No será una “facultad de medicina crítica” pero habrá, en su seno, una avanzada donde podrá hacerse una investigación alternativa.

La posición que consiste en decir: “El gobierno es un interlocutor no válido, estamos decididos a negarnos a todo lo que él proponga”, me parece peligrosa, porque el gobierno puede decir entonces: “En esas condiciones, hago lo que quiero”. Vale más batirse para establecer programas que pongan en cuestión la enseñanza y las forma de intervención de la universidad al servicio del Capital y servirse luego de eso como de un trampolín para alcanzar otros objetivos. Es la teoría del “reformismo revolucionario” de Gorz, que permite mantener una evolución constante radicalizando cada vez más las reivindicaciones.

Soy optimista en cuanto a la transformación de la Universidad , tengo confianza en lo que pueden hacer y harán el conjunto de los estudiantes y el cuerpo docente. Creo que un gran número de profesores son capaces de aceptarlo. Después de todo, la otra tarde, yo estaba con los estudiantes y propuse una discusión sobre la “Universidad crítica”. Formulé preguntas, me las respondieron, respondí a mi vez, otros impugnaron lo que yo había dicho, y todo eso en silencio, con un orden perfecto. Les aseguro que si eso hubiera sido una clase de la cual yo fuera el profesor, habría estado encantado. Yo no tenía ningún poder, por supuesto, salvo aquel que ellos me acordaban. Si me hubieran dicho: “Salga”, no hubiera tenido más remedio que irme, mientras que en la antigua Universidad era yo quien hubiera podido hacer salir a los estudiantes. Pero por otra parte el poder “otorgado” del que yo disponía -el de un mediador que debe tomarse el trabajo de imponerse interesando a aquellos a quienes habla, haciéndose comprender por ellos-, era infinitamente más satisfactorio que no importa qué poder “de derecho”. Me sentía mucho más “soberano” cuando obtenía el silencio, que si hubiera pronunciado un discurso de distribución de premios con el prefecto a mi izquierda y el director a mi derecha frente a los estudiantes petrificados. Si a usted lo impugnan pero también lo escuchan, usted está mucho más contento no sólo de sí mismo sino de sus estudiantes, que si éstos lo escucharan en un respeto obligatorio. Es mucho más estimulante.

Contrariamente a lo que se quiere hacer creer, los estudiantes no se reusan a que se les enseñe algo; piden simplemente el derecho de discutir lo que se les enseña, de verificar que eso se mantenga en pie, de asegurarse de que no se les hace perder su tiempo. Ustedes no se imaginan la gran cantidad de tonterías que se enseñaban cuando yo era estudiante.

S. Lafaurie.- El principal problema, para los estudiantes, si no quieren que los logros de su movimiento queden limitados a la Universidad , es establecer un contacto directo con los trabajadores. En el mes de mayo, ese contacto ha sido muy difícil. ¿Puede ser más fructifero en las “universidades de verano?

Jean Paul Sartre.- Se ha hablado mucho sobre ese punto la otra tarde. Unos decían: “Los estudiantes van a ponerse al servicio de los trabajadores para enseñarles los conocimientos que les permitirán reactualizarse o acceder a una calificación profesional superior”. Otros: “Los estudiantes no tienen nada que enseñar a los trabajadores, tienen todo que aprender de ellos”. En los hechos es un error formular un esquema previo y decidir quién enseñará qué a quién. Como siempre, todo el mundo tiene cosas que aprender de todo el mundo. Lo más importante, en mi opinión, en esas universidades de verano, será aprender a conocerse. Porque si los estudiantes no saben casi nada de la vida de los obreros, la recíproca no es menos verdadera. El obrero cree todavía que el estudiante es un tipo que tiene el “humanismo” a su disposición, que comprende mejor ciertas cosas porque se le han explicado mejor y porque tiene tiempo para aprender. Eso era verdad en mis tiempos: ya no lo es. El estudiante de hoy es alguien a quien se ceba, como se ceba a los gansos, con un saber bien orientado que debe darles capacidades bien determinadas. Y esta falsa cultura ni siquiera la recibe en el lujo y el ocio muchos estudiantes llevan una vida muy difícil- viven en la angustia porque nunca saben si serán implacablemente eliminados, al cabo de algunos años, por un proceso de selección destinado a no desprender de la masa nada más que una pequeña elite de ejecutivos. Cuando un obrero trata a un estudiante de “hijo de rico”, la mayor parte de las veces es porque no lo comprende, porque no sabe nada de la manera en que él vive. Inversamente, los estudiantes ignoran todo del trabajo manual y quizá no sería malo que este verano hubiera, al mismo tiempo que “cursos para obreros” en las universidades si los obreros lo desean-, estancias de los estudiantes en fábricas. Eso existe ya en países como China y Cuba.

De todas maneras las personas, salvo que sean del mismo ambiente o que coman juntas, nunca tienen nada que decirse. Sólo pueden hacer cosas juntas. Cuando estuve prisionero, durante la última guerra, me entendía admirablemente con los obreros y campesinos que estaban conmigo. Si hubiera ido a hablarles a sus fábricas o a sus granjas, con mi lenguaje demasiado abstracto de intelectual, me hubieran vuelto la espalda. Pero en el campo hablábamos el mismo lenguaje porque teníamos que hacer las mismas cosas, porque reaccionábamos juntos -no siempre de la misma manera claro- ante los mismos acontecimientos. Creo que no habrá verdaderos vínculos entre los estudiantes y los obreros mientras no trabajen juntos en las universidades y en las fábricas.

S. Lafaurie.- Muchos comunistas continúan pensando que los obreros tienen razón al desconfiar de los estudiantes cuyas reivindicaciones, dicen, no tienen nada que ver con las suyas.

Jean-Paul Sartre.- El otro día, en efecto, en la Ciudad Universitaria , un comunista vino a decir: “El movimiento estudiantil no es revolucionario porque: primero, no tiene ideología revolucionaria; segundo, ni siquiera ha sacudido al régimen; tercero, es de carácter anárquico porque cuando la burguesía se rebela siempre da como resultado la anarquía; cuarto, sólo los obreros pueden hacer la revolución porque ellos son los productores”. .

Todo eso fue recibido con abucheos. El desgraciado apenas podía hacerse oír, pero había que responderle. Dije lo siguiente: si es necesario tener una ideología revolucionaria para hacer la revolución, entonces sólo el partido comunista cubano podía hacerlo y Castro no podía. Ahora bien, no sólo el P.C. cubano no ha hecho la revolución sino que se negó a unirse a la huelga general desatada en su momento por los estudiantes y los miembros de la resistencia de las ciudades. Lo que hay de admirable en el caso de Castro es que la teoría nació de la experiencia en lugar de precederla. Relean el discurso de ” La Historia me absolverá”, pronunciado por Castro ante el tribunal que lo juzgaba después del ataque frustrado al Cuartel Moncada, allí se expresa la voluntad democrática de abatir a Batista porque ser un dictador e ideas de reformas sociales aún bastante vagas y sin ninguna “estructura ideológica”. Es en la guerra, en el contacto con los campesinos, donde se forma la doctrina revolucionaria de Castro. Más tarde, sintiendo quizá que a su movimiento le faltaban bases teóricas, él se acercó a los comunistas. Pero cuando vio los dogmas cerrados que ellos querían imponerle, los errores que le hacían cometer, retomo su independencia y, de pronto, su ideología se profundizó. Transpongamos: nada indica que la gente que comience una revolución en Francia deba tener, para triunfar, una doctrina ya hecha. Al contrario, si los estudiantes no fueron más allá se debió en parte a que el P.C. francés, con su concepción cerrada del marxismo y sus respuestas a todo sacadas de tal o cual texto de Lenin, ha frenado su movimiento.

No es que los jóvenes no tengan ideas, incluso tienen muchas y bien diferentes aunque todas se proclamen más o menos surgidas del marxismo, lo que sucede es que deciden someterlas a la prueba de la acción. Y todos se unen, al parecer, en la idea muy importante del “doble poder” que Cohn Bendit ha lanzado diciendo: “No podremos ganar si no se crea un segundo poder frente a de Gaulle, y ese poder sólo podrá fundarse en una unión de obreros y estudiantes”. ¿Qué no funcionó esta vez? es cierto, pero no es a los estudiantes a quienes hay que reprochárselo.

Tercer punto de la argumentación comunista: el movimiento estudiantil es anarquista porque representa una rebelión burguesa. ¡Muy bien! ¿Cómo explicar entonces la revuelta de los estudiantes checoslovacos y eslavos, que han nacido en un régimen socialista y de los cuales la mitad son hijos de obreros y campesinos? ¿Qué reclaman esos hijos de trabajadores? Lo mismo, en general, que los estudiantes franceses, es decir la libertad de crítica y de autodeterminación. Calificar de “anarquistas” a personas que reclaman, contra los burócratas stalinistas y los tecnócratas de la sociedad de consumo, que los hombres dejen de ser productos u objetos para transformarse verdaderamente en dueños de sus destinos, es pegar una etiqueta envenenada a un movimiento al cual se quiere perjudicar porque es nuevo, porque es auténticamente revolucionario, porque amenaza a los viejos mecanismos. Lo que reclaman los jóvenes revolucionarios, burgueses o no, no es la anarquía sino muy exactamente la democracia, una verdadera democracia socialista que aún no se ha logrado en ninguna parte.

Ultimo argumento, en fin: sólo los obreros pueden hacer la revolución. Respondo que no hay un sólo estudiante politizado que haya dicho otra cosa. Marx explicó cómo los teóricos salidos de la burguesía podían transformarse en aliados de clase de los obreros, porque sus problemas en cuanto hombres de cultura, sabios, miembros de profesiones liberales, eran igualmente problemas de alienación. Eso ya era cierto en la época de Marx. Y lo es más actualmente; cuando los estudiantes descubren que son tratados como objetos durante sus años de estudio y cuando se transforman en ejecutivos, comprenden entonces que se les roba su trabajo como se les roba el de los obreros, por más que eso suceda de otra manera. Es por eso que los estudiantes y los obreros están hoy mucho más cerca unos de otros que sus padres.

S. Lafaurie.- Ha habido algo muy nuevo en la crisis del mes de mayo; el movimiento no nació, como siempre había sucedido en el pasado, de una crisis económica, social o política grave, sino de una reivindicación profunda de carácter “libertario”, sobre la cual sólo se injertaron luego las reivindicaciones materiales .

Jean Paul Sartre.- Al viejo motor de las revoluciones, que era la necesidad desnuda, viene en efecto a suceder una exigencia nueva que es la de la libertad. Hubo una época en la que el problema era ante todo el de la apropiación colectiva de los medios de producción, porque la propiedad y la dirección de la empresa se confundían. Es el período que va desde el nacimiento del capitalismo familiar a la aparición de sociedades anónimas y de monopolios. En ese momento se construyen las grandes doctrinas socialistas. Descansaban todas en la necesidad de poseer para poder dirigir. Hoy la clase media se ha transformado desde que puede dirigir sin poseer. Es el reino de la tecnocracia: los propietarios, a condición de cobrar dividendos, delegan a especialistas, a administradores competentes, el cuidado de dirigir las empresas. La reivindicación ha cambiado de carácter; ya no es él problema de la propiedad el que está en primer plano (se lo encontrará más tarde, naturalmente, pues’ continúa siendo fundamental) sino el del poder. En la sociedad de consumo no se pide ya en primer término poseer, sino participar en las decisiones y controlar.

Lo que reprocho a todos aquellos que han insultado a los estudiantes, es no haber visto que ellos expresaban una reivindicación nueva: la de la soberanía. En la democracia todos los hombres deben ser soberanos, es decir poder decidir, no solo y cada uno en su rincón sino juntos, sobre lo que hacen. En los países occidentales esta soberanía existe en los papeles; todos los norteamericanos, comprendidos los negros, son soberanos puesto que tienen derecho a votar. Pero la soberanía es negada en los hechos y es por eso que aparece la reivindicación del poder -poder negro, poder estudiantil, poder obrero.

Lo mismo sucede en muchos países socialistas donde los individuos permanecen sometidos a las necesidades de la producción. Recuerdo un cartel de propaganda que se veía por todos lados en Polonia, después del retorno de Gomulka al poder en 1956, que proclamaba: “La tuberculosis frena la producción”. Eso partía de un buen sentimiento puesto que quería decir: “Cúrese”. Pero la formulación era reveladora. No era cuestión sino de un objeto -la tuberculosis- y de la producción de objetos. Entre ambos, el tuberculoso y el productor, no existían más. Es contra esta deshumanización que los estudiantes y los jóvenes obreros polacos, checos, yugoslavos, franceses, alemanes -que viven bajo regímenes muy diferentes- se rebelan. Ya no quieren que su existencia dependa del objeto que producen o de la función que llenan, sino decidir ellos mismos qué es lo que van a producir, qué utilización se hará de lo producido y qué papel van a desempeñar en la sociedad. Son los estudiantes quienes sintieron y formularon eso primero, pero tuvieron suficientes contactos con jóvenes obreros como para que éstos se dijeran: “¿Por qué no nosotros? Si esos tipos rechazan la vida que se les da hecha: ¿Por que no rechazaríamos la nuestra?”. Tengo el acendrado sentimiento de que ese rechazo de la condición proletaria por los jóvenes, ha sido la novedad más importante de todo lo que pasó en mayo.

Tanto si él se va como si no se va, la importante es preservar todo lo posible el ser del gran movimiento de mayo. El “Che” Guevara ha dicho: “Cuando en la calle pasan cosas extraordinarias, es la revolución”. Nosotros no tuvimos la revolución, pero pasaron cosas extraordinarias que debemos tratar de defender. Hay que impedir el aplastamiento previsto por el poder de todo lo que ha comenzado en el mes de mayo. La represión será a la vez astuta y dura; se buscará aislar, romper, eliminar a los que estuvieron en el origen de la revuelta, en particular a los estudiantes. Es esencial que no se sientan solos y que estemos todos decididos a participar y defender.

 

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