Gabriela Krause
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El sostenimiento de los estereotipos de perfección y de belleza lleva muchas veces, desde tiempos inmemorables, a que hombres y mujeres transiten vidas insalubres para ser, o mejor dicho, parecer aquello a lo que según les dicen está bien. Con el crecimiento de la publicidad y los medios de comunicación, estos modelos de perfección se encuentran cada vez más fijados en el imaginario popular. No dejaremos de lado el hecho obvio de que estas exigencias afectan tanto a hombres como mujeres, pero en esta nota nos interiorizaremos en aquellas exigencias que afectan al género femenino y en analizar cómo se causan y a dónde pueden llevarnos, basándonos en las historias audiovisuales de El Cisne Negro (2010) y El demonio de neón (2016).
Por qué enfocarnos en la mujer
Antes de comenzar el análisis, es justo aclararle al lector los motivos de volver una cuestión de género algo que tiene un alcance más global. Sabemos que al hombre se le exige muchísimo, también, desde la perpetuación misma de los roles de género. Pero la temática que nos atañe, que es la de los estándares de perfección sobre todo física, y sobre todo enfocada en las disciplinas exigentes y en el modelaje es una cuestión que sobre todo alcanza tanto a las mujeres. Esto no significa, como ya se aclaró, que en el mismo ámbito y en otros el hombre no tenga sus exigencias también. Basta pensar en el rol de género que cumplen por sólo ser hombres; basta ponerse en su lugar y entender qué carga implica vivir la vida bajo la consigna de que los hombres no lloran. Basta pensar en ese lugar de insensible, pensante y seductor que muchas veces se impone y que poco tiene que ver con el grueso de la población masculina, más bien con un estereotipo que conviene y que sirve para perpetuar el lugar inferior de la mujer, pero sin dejar de ser el hombre victimario y víctima a la vez. Se trata de reconocer que la mujer es doblemente oprimida (por el hombre y por los estereotipos del rol correspondiente). Es decir, todos somos víctimas de las exigencias perfeccionistas. Pero las mujeres, por dos.
Estándar de perfección. ¿Dónde y cómo nace?
Antes que nada, un breve repaso. Recordemos que El Cisne Negro (Darren Aronofsky, 2010) cuenta la historia de Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina de ballet obsesionada con alcanzar la perfección a través de la danza que se encuentra preparándose, con mucho éxito, para desempeñarse en la pieza El lago de los cisnes. Es la historia de una mujer sin chispa, sin pasión, casi frígida y sin talento natural, que intenta lograr la perfección en una pieza de ballet que necesita – y le exigen – que sea exquisita. Por otro lado, El Demonio de Neón (Nicolas Winding Refn, 2016), cuenta la historia de Jesse, una aspirante a modelo que se muda a Los Ángeles para triunfar en su carrera y es contratada por un magnate de la industria rápidamente. Su belleza y juventud la llevan a situaciones límite con otras mujeres de la misma esfera.
Podemos postular el nacimiento de la necesidad de perfección propia de la mujer como algo presente desde el comienzo. Las Barbies, por ejemplo, parte del inventario de juguetes de la mayor parte de las niñas con cierto ingreso económico, son una buena iniciación. El primer espejo imperfecto que nos llena de sed de perfección. La vemos: la Barbie es una mujer de juguete. Es decir, es a lo que nosotras debemos aspirar, porque un día seremos mujeres: las tetas perfectas, el culo, la cintura y el vientre planos y un pelazo rubio divino. La televisión y las películas, por otro lado, postulando personajes femeninos perfectos visualmente. Incluso podemos recordar, si miramos para atrás, que la mujer o niña que hacía de fea solía ser también mala, como en el caso de las hermanastras de la Cenicienta, Úrsula de La Sirenita, La Reina de Corazones en Alicia en el país de las Maravillas, Madam Mim en Merlín el encantador, Suzy Johnson en Phineas y Ferb, o incluso, alegando a lo negativo, el ejemplo reciente de Intensamente, que decide retratar a la tristeza como una mujer gorda y azul. Como las mujeres de Hollywood que actúan allí sin encajar en el estereotipo: terminan haciendo el diario de Bridget Jones, por ejemplo, y películas similares. No son mujeres propiamente dichas porque no se las ve altas, flacas y hermosas según el cannon. Entonces, las mostramos distintas: son rebeldes, toman alcohol, fuman, se drogan y no consiguen el amor verdadero. Porque esto es así, no lo olvidemos: lo malo es feo, y el amor verdadero sólo se consigue si sos una princesa que sabe callar.
Las madres son otra arista de lo mismo. No vamos aquí a ponernos en contra de las madres, no, que no es eso. Sí pasa que se ve mucho en las madres el intento de retomar frustraciones a través de la hija mujer. Los años pasan y las mujeres, cada vez más libres, a veces tenemos posibilidades de hacer cosas que nuestras madres no han podido por una cuestión coyuntural. Esto a veces nos lleva a querer cosas que no queremos. Incluso las lleva a ellas, madres, a exigir cosas que no quisieran exigir. Todo es parte del proceso de cambio que estamos viviendo, pero no por eso deja de ser una exigencia y una traba en el proceso de desempeñarse como mujer libre.
En el film de Aronofsky, la madre está presente todo el tiempo y esto está muy bien ejemplificado. Es una ex bailarina retirada que quiere ver a su hija triunfar por vivir a través de esa imagen de triunfo. No le perdona el haber dejado la carrera por criarla. Quiere ser ella, ser parte, simplemente ser. Como ya no baila, exige. Y esta exigencia es el nacimiento de un desdoblamiento obsesivo de la personalidad por parte de la protagonista que ya no puede con tanta exigencia: la madre, la carrera, el ballet, ella misma. Su madre es sobreprotectora. Prácticamente no tiene privacidad, hasta que se deja llevar por Lilly (Mila Kunis), su alter ego rebelde que libera un poco el costado negro del cisne, digamos, y la aleja de las exigencias maternales, no sin desencadenar una lucha imposible entre ella y ella, es decir, Nina y Lilly, blanco y negro.
“Yo sólo quiero ser perfecta”
Esta frase, pronunciada por Natalie Portman en el film sobre ballet y reproducida por un montón de mujeres, reales y ficticias, es lo que mejor podría englobar la problemática de los dos productos audiovisuales. Ella, en su afán de alcanzar la perfección, vuelve real su desdoblamiento en la escena musical y se convierte en un cuerpo que esconde dos mitades completamente opuestas. Su imagen se deteriora al mismo tiempo que su mente y cada vez más entiende que la perfección es inalcanzable, por lo que comienza a tener conductas no sólo autodestructivas, sino suicidas aunque sin notarlo, porque son conductas que suceden en un plano tal vez irreal. Por otro lado, Jesse, interpretada por Elle Fanning en la película de modelos, es una mujer que va, de a poco, perdiendo la ingenuidad de cualquier adolescente, no al desear la perfección, sino al notar que ella ya es perfecta para la industria a la que está aspirando. Así, entendemos que no sólo la imposición de ser bella es fuerte: también es la imposición de parecer natural todo el tiempo. A Jesse no se le perdona ser linda, joven y natural. No se lo perdona la maquilladora de la morgue, a quien la considera su amiga pero que tampoco la puede ver. No se lo perdonan los hombres, porque esperan de ella todo el tiempo una conducta sexual. No se lo perdonan las modelos “viejas”, mujeres de treinta o incluso menos que están operadas y teñidas, que no cumplen con este standard de naturalidad.
La belleza perfecta debe ser natural
En las dos películas se toca el tema de la perfección natural, aquella que viene prefabricada. No sólo a la mujer se le exige que sea linda, “femenina”, perfecta y educada. También tiene que ser natural. Es habitual, por ejemplo, ver hombres que ante una mujer con demasiado maquillaje pronuncian “sos más linda al natural”. Como si alguien le hubiera preguntado, primero, pero por otro lado… ¿qué significa ser natural?
A la mujer, aparte de linda, se le exige ser flaca y depilarse. Ese peso, que cuesta mantener sin privarse de gustos, ¿es natural? La cera caliente sobre la piel, el golpe que supone arrancarla cuando se enfría, el abrirse de piernas frente a una depiladora para no dejar rastros de pelo en ningún lado, ¿es natural? ¿Es natural no quererse? ¿Es natural exigirse? ¿Es natural lastimarse?
Son variados y muchos los análisis que hay al respecto de lo que es la normalidad y la naturalidad por otro lado. Las conductas que tenemos naturalizadas y que nos vuelven algo que no somos no son naturales. Son normales. Son normales, es decir: son la norma. Son aquello que vemos en todos lados, que llegamos a mamar tanto que se vuelve parte de una. Pero no son naturales. Natural es que comamos, que vayamos al baño, que tomemos líquido. Normal es todo lo demás: la cantidad de comidas diarias, por ejemplo, o que exista ese baño como un lugar habitual en cualquier casa. Lo natural es poco. No maquillarse ciertamente no lo es. Simplemente es una elección tomada entre un conjunto de elecciones posibles y aceptadas socialmente por el resto de la gente.
Pero ¿por qué las mujeres sufren tanto en la película del demonio de neón? Esa pieza, que es una joya estética en si misma, está todo el tiempo buscando aquella casi imposible perfección. Las mujeres, que se muestran frívolas y banales, sufren el flagelo de estar pagando operaciones, pasando hambre, haciendo quién sabe qué cosas para que una adolescente venga y les recuerde que la belleza puede ser “natural”. Ellas ven en la figura de Elle Fanning todas sus frustraciones. Todo lo que ellas sólo pueden ser accediendo al quirófano. O al menos eso creen. O eso cree la sociedad, que les exige ser lo que no son, porque compra sólo lo que viene puesto en algo que no puede ser. Rebuscado, ¿no? pero real.
La modelo, ¿víctima y victimaria?
En la segunda película queda más que claro que las mujeres en la industria de la moda y el modelaje son víctimas. Son víctimas de la estética, de la industria, de los estereotipos cada vez más exigentes que se les aplican. Pero las modelos, una vez lograda su perfecta figura, sirven para reproducir estos conceptos: son ellas a quienes vemos en las marquesinas, en las fotos de las marcas de ropa que nos gustan, en toda la publicidad convencional. Las modelos, que no tienen nada que ver con lo que somos nosotras, mujeres reales, nos someten desde la imagen misma.
Son víctimas. Ellas también compraron la imagen de otras modelos a las que buscaron imitar y cayeron en el inevitable círculo vicioso del querer ser y parecer. Lo entendemos con el film, donde vemos a las mujeres cada vez más desesperadas porque su perfección se tambalea cuando aparece otra más perfecta. Al final, nos usan a las mujeres para presionar a otras mujeres a ser – no lo van a poder creer – lo que los hombres esperan ver en nosotras.