Ese maldito Bukowski

A 19 años de la partida del emblemático escritor, recordamos al tipo que supo usar la palabra mierda en un poema sin perder la lírica.

Por Sabrina Campos

“A veces me miro mis manos y me doy cuenta que podría haber sido un gran pianista o algo así. Pero, ¿Qué han hecho mis manos?. Rascarme las pelotas, firmar cheques, atar zapatos, tirar de la cadena de los inodoros, etc., etc. He desaprovechado mis manos. Y mi mente”.

Suena rarísimo escuchar semejante frase en la boca de alguien que durante sus años de vida publicó más más de cincuenta libros, incontables relatos cortos y multitud de poemas; además de haber sido fuente de inspiración para varias películas (Factotum 2005, Barfly 1987). Todo esto, sin contar la incansable horda de escritores –amateurs y no tanto- que han intentado reproducir su estilo sin demasiado éxito.

Irreverente y sórdido, consiguió con su literatura una combinación impecable de obscenidad y sentimientos que se lleva puesto al lector en las primeras líneas de cualquier de sus escritos.

Nacido en Alemania en 1920, se mudó a los Estados Unidos a los dos años, y lejos de comerse la historieta de cajitas Mc Felices que supieron vendernos por siglos, Bukowski se encargó, historia a historia, de denostar el famoso sueño americano a través de su alter ego Henry Chinaski que protagoniza gran parte de sus obras.

Su historia de niño es la típica historia que podemos encontrar en algún cuento o serie dedicada a los eternos perdedores rezagados que para evitar la confrontación y violencia familiar que lo rodea, se zambulle en la lectura desde pequeño. Claro que la de Bukowski no es una historia de Disney y por tanto, difícilmente encontremos coreografías, canciones tiernas, y menos aún, finales felices.

El pibe empieza entonces a consumir: se fuma a Hemingway o Henry Miller para salir del asunto, además de caer irremediablemente en un alcoholismo temprano, prácticas de boxeo, apuestas, y bueno, de placer también muere el hombre, se convierte en apasionado de las orgías sexuales. ¿Quién puede culparlo? El sólo puso dos pesos y agrandó su combo.

Dicen por ahí que uno tiene que escribir de lo que sabe, de lo que vive. En 1956 empezó a trabajar en el correo estadounidense, experiencia que le serviría para su primera novela llamada, por supuesto, “El Cartero”. Es aquí donde Henry Chinaski sale a la luz y empieza a recorrer los truculentos caminos literarios de su alter consumándose (dije consumándose y no consumiéndose, a no confundir) como un rey de los anti héroes que, luciendo una invisible coronita de payasezca de cartón, protagoniza La senda del perdedor, Factotum, Mujeres y muchos de los relatos que Bukowski escribiría del otro lado del espejo de las mil grietas.

Si seguimos en el sendero de las Mc analogías, podemos decir que abrir una obra de este autor es casi como entrar a la cocina de tu Mc Dowels amigo, salirnos de la zona de confort de los sillones coloridos, alejarnos un poco de las fotos de menús en las que ya nadie cree, y decidirnos a empaparnos un poco de esa grasa acumulada que pocas veces elegimos ver. Enfrentarnos a la marginalidad de personajes estrafalarios de esos que esperan en las afueras del local para hacerse de una hamburguesita ya fría. Los personajes de Bukowski son los que consumen eso que bromatología no te deja vender. Son esos que tu mamá mira con desconfianza cuando llega tarde a casa y que tu viejo evita al sacar el auto.

Pero son ricos. Riquísimos. Prostitutas deliciosas como las grasas trans en una noche de bajón, alcoholicos y vagos busca vidas burbujeantes como la gaseosa recién servida, jugadores arruinados como las últimas papas de la caja. Violentos como el primer golpe de atracón de helado en el paladar, pero con una pátina dulce digna de la última galletita del paquete que nadie quiso comer.

A Bukowski le gustaba llenarse la boca contándole al mundo que había escrito su primer poema a la tierna edad de 35 años. A partir de ahí se convertiría en una pluma prolífica e identificativa, descarnada y soez, sin perder la lírica, personalísimo y cargado de un humor ácido como el peor de los corrosivos. Es el tipo que puede decir cosas como que una relación sexual es darle patadas en el culo a la muerte mientras cantas. ¿En qué se diferencia entonces, de ese Ernest Hemingway que Woody Allen plasma en Medianoche en Paris? Apasionado y romántico, el tipo que cualquier mujer desearía tener a su lado cuando habla de que hacerle el amor a la mujer amada es como perderle el miedo a la muerte por unos minutos. ¿En qué se diferencia ese Hemingway de este Bukoswki? En el cómo.

A Henry Chinaski no le importa cómo caiga lo que dice, no es relevante aquel que no lo comprenda. O acaso la foto del Big Mac no es más que una anécdota cuando todos sabemos que lo que obtendremos no es más que una hamburguesa pequeñita preparada por un post-adolescente que quiere rajarse a la casa para jugar un poco a la play o estudiar para la carrera que apenas se puede Mc Pagar?

Bukowski sabe. Experimenta, sufre, coge, toma, vive. Y consecuentemente, escribe.

“El intelectual es un hombre que dice una cosa simple de un modo complicado, un artista es un hombre que dice una cosa complicada de un modo simple”, aseveraba, consecuente a su estilo.

Fue traducido a más de una docena de idiomas, es el gran ícono de la decadencia del American Dream y usualmente se lo confunde con la generación beat por su nihilismo abrumador. Bukowski es la productividad de la dejadez –el mismo diría que su ambicion estaba limitada por su pereza- que lo llevó a escribir 27 libros de poemas, varios volúmenes de cuentos entre los que encontramos Erecciones, Eyaculaciones, Exhibiciones (uno de los más famosos), además de sus novelas.

Faltaba poco para cerrar el local, y antes de bajar la persiana Bukowski escribió su poema confesión, una extremaunción literaria maravillosa en la que relata la espera de la parca, inquietado más por el futuro y pesares de su mujer que por su propia muerte.
Corría marzo de 1994 y Bukowski –su cuerpo mas no la obra, claro- se va producto de la leucemia en su casa de Hollywood a los 73 años de edad, rodeado de una mujer a la que el imaginario colectivo y los biógrafos –grandes autores de imaginarios colectivos si los hay- describen como hermosa, además de sus incontables gatos (ojo, mascotas).

Dijo alguna vez Bukowski, que todos somos mostruosidades, que si pudiéramos vernos, podríamos amarnos y darnos cuenta de lo ridículo que somos. Co nuestros intestinos retorcidos por los que se desliza lentamente la mierda, nos miramos a los ojos y decimos “Te amo”. Nos carbonizamos y producimos mierda, pero no nos tiramos pedos cerca del otro. Todo tiene un filo cómico. Y esta demás decir, que la pluma de Charles Bukoswki, ácida y extremadamente filosa, difícilmente se oxide.

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