Facundo Garcia Tarsia
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Posiblemente, si le preguntásemos a un cubano quién es Roberto Rodríguez Fernández, nos miraría desorientado y seguiría su camino sin más. En cambio, si le consultásemos por “El Vaquerito”, una sonrisa cómplice se le delinearía en la cara y la charla comenzaría al instante.
Infancia y juventud.
Nació el 7 de junio de 1935, en la provincia de Sancti Spíritus, en la zona de Bellamota. Como la mayoría de los hijos de los campesinos cubanos, Roberto Rodríguez Fernández nació y se crió en una familia humilde. Desde pequeño sufrió las injusticias de un sistema que condenaba –y condena- a los trabajadores y a sus familias a la miseria.
La situación era tan desesperante, que a los nueve años edad se vio obligado a trabajar. Durante su infancia y juventud, realizó todo tipo de trabajos. Se desempeño en diversas labores agrícolas, repartió leche desde alba, fue estibador, trabajo en una imprenta y cumplió funciones en un bar, entre otras actividades mediante las cuales se ganó la vida.
Ya en su juventud, las fuerzas represivas de la Dictadura de Batista lo detienen sin motivo. A la detención le siguió una fuerte golpiza y posteriormente una cruel tortura. A partir de este hecho, crece con fuerza la idea de unirse a las fuerzas rebeldes, para combatir al tirano que tanto oprimía al pueblo.
El origen de su apodo.
Corría el año 1957 y el proceso revolucionario estaba más vivo que nunca. Los guerrilleros, organizados en Sierra Maestra, combatían incesantemente contra las tropas del dictador Fulgencio Batista. La muerte era una posibilidad cercana, pero la voluntad y el arrojo de los revolucionarios cubanos eran a prueba de todo.
Es en abril de ese año que este joven de baja estatura, llega con su compañero a Sierra Maestra. Llegaron exhaustos, con hambre, mal dormidos y descalzos; pero decididos a unirse al ejército rebelde. Al verlos, Celia Sánchez les busca calzado y lo único que encuentra para Roberto son unas botas viejas. Éstas, sumadas a un gran sombrero de guarijo, hacían que parezca un vaquero mexicano, motivo por el cual los demás combatientes lo apodaron “El Vaquerito”.
Pícaro y mentiroso.
En un principio, Fidel no quería aceptar al “Vaquerito” como combatiente. Sin embargo, el entusiasmo que mostró ese joven de poco más de veinte años, y la defensa que hizo de sí mismo, causó tal impresión en el mayor de los hermanos Castro, que finalmente aceptó que se quedara.
Por su personalidad cálida y jocosa, “El Vaquerito” se ganó rápidamente el cariño de los rebeldes. Contaba historias constantemente, algunas de dudosa credibilidad, pero por su forma de narrarlas, este particular personaje entretenía a todos.
Una noche, comenzó a contarle al “Che” Guevara sus vivencias personales, sus anécdotas y su recorrido en la vida. El “Che” escuchaba atento y anotaba en un cuadernito. “El vaquerito” narraba mientras Guevara atendía y escribía. La verba picante del Vaquerito causaba un cierto magnetismo, por lo que rápidamente más y más rebeldes se acercaban a oír sus relatos. Finalmente, cuando terminó de narrar sus vivencias, el “Che” hizo unas cuentas y el resultado fue sorprendente: “El Vaquerito” había empezado a trabajar cinco años antes de haber nacido.
Así era él; fabulador, mentiroso. Solía exagerar los detalles para hacer las historias más interesantes, pero tenía un gran corazón, y evidentemente, una gran imaginación.
Un revolucionario valiente y osado.
“El Vaquerito” fue una figura muy importante en la revolución cubana. Su valentía no sabía de límites. A lo largo del proceso revolucionario desempeñó diferentes funciones, siempre con absoluta responsabilidad. Fue mensajero de la guerrilla y se destacó. Después fue soldado y su desempeño fue excelente, motivo por el cual Guevara confió en él, y le otorgó la jefatura del “Pelotón Suicida”.
A este mítico pelotón siempre se le encargaban las misiones más peligrosas. Era una unidad compuesta por hombres con demostrado coraje y con grandes habilidades para el combate.
Durante las tomas de los municipios de Fomento, Placetas y Remedios, la actuación del “Vaquerito” fue memorable. Sus agallas a la hora de enfrentar al peligro lo convertían en un referente entre los combatientes. Ningún amenaza lo paralizaba, nunca se rehusó a participar en una misión. Los peligros no lo frenaban, lo arriesgaba todo por el triunfo de la revolución.
Valía por cien hombres.
Lamentablemente, el protagonista de esta nota, no pudo ver el triunfo de la revolución. Quizá por un capricho del destino o quizá porque la historia quería preservar a su figura de los futuros errores de los líderes de la revolución. Por la razón que fuese, “El Vaquerito” no llegó con vida al primero de enero de 1959.
Solo dos días antes del triunfo revolucionario, ese hombre gigante de pequeña estatura, fue asesinado. El 30 de diciembre de 1958, en medio de la batalla de Santa Clara, recibe un balazo en la cabeza, que horas después, acabaría con su vida. Ese valiente joven de 23 años, murió en combate. La muerte, a la que tantas veces le había ganado la partida, aquel día lo alcanzó, y lo convirtió en leyenda.
Al conocer la noticia de su muerte, el “Che” Guevara expresó: “me han matado a cien hombres, ¡Y que cien hombres!”.