Gabriela Krause
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Según la revista argentina de clínica neuropsiquiátrica, Alcmeon la “emoción violenta“ es una figura jurídica de difícil correlato médico legal. En el art. 81 inc. 1º del CP se contempla como un atenuante de la imputabilidad. Allí, se tiene en cuenta la emoción y las circunstancias que la acompañan en el momento de un hecho delictivo.
Sobre lo que acontece en la llamada “emoción violenta” explica:
“a) Una reacción vivencial anormal emotiva muy intensa pero que no alcanza un grado de alienación completa (estado de inconsciencia del art. 34 del CP). Algunos autores, como Dupré hablan de una “personalidad predispuesta de base” (personalidad hiperemotiva preexistente al hecho).
b)”Las circunstancias que la hicieron excusables“, la doctrina habla de un hecho de carácter ético disvalioso que provoca la representación mental súbita que conmueve la afectividad e inhibe las funciones intelectuales superiores por la marcada exaltación afectiva que produce.
c) La respuesta psicomotora (requisito cronológico) debe ser inmediata, aunque se describen formas tardías por ejemplo: en las personalidades esquizoides y hasta diferidas cuando el estímulo es iterativo en el tiempo.
d) Luego del hecho se reconoce un estado de dismnesia de lo ocurrido (amnesia parcial) por lo que se dice que es el estado de semi-alienación o incompleto y le corresponde una atenuación y no es eximente de pena.
e) en cuanto a la objetivación de “violenta” pasa a ser un juicio de valor exclusivamente jurídico al igual que “las circunstancias que lo hicieran excusables”.”
En el artículo Crimen pasional, emoción violenta e inimputabilidad: los escondites del femicida, Liliana Hendel, psicóloga, periodista y Coordinadora de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina, explica a Cosecha Roja que “no hay posibilidad de admitir la emoción violenta, es una figura que desampara a las víctimas y genera impunidad para los victimarios. Esto es un femicidio, el hecho más grave del terrorismo sexista”, y del mismo modo, agrega: “No es un enfermedad, es cultural, los violentos creen que tienen un título de propiedad sobre las mujeres a las que dicen amar. El momento más riesgoso para la mujer es cuando se quiere separar”.
Entendemos, entonces, que conceptualmente el “estado de emoción violenta” es muy similar al “crimen pasional” y que esto es una forma sutil, incuestionable, de subvertir la situación y cambiar los roles de víctima y victimario. El hombre que mata a una mujer por celos, por ejemplo, pasa a ser una víctima de la traición. El que empuña el arma, entonces, no es más que una consecuencia de la mala manera de la mujer de llevar una relación. O sea, “algo habrá hecho” para que la maten.
Crimen pasional
Estamos ahora frente a un concepto absolutamente fogoneado por los medios, que es menester desterrar y de cuya eliminación se encargan, hace años, las referentes de los movimientos de género interesadas en el tema.
Al hablar de que alguien cometió un “crimen pasional” o “mató por amor” se excusa de cierto modo el accionar de esa persona “en el dolor, la ira o la locura” que pudo haber sufrido. Pero “la infidelidad, la moral o el desacato”, no justifican la muerte de nadie“, señala la doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, Valeria Hasan. Pero los medios todavía no se enteraron de esta necesidad de divorciar de una vez por todas femicidios de crímenes pasionales. El concepto, más atinado para una revista del corazón que para hablar de criminalística y feminismo, sólo ayuda a nublar las verdaderas cuestiones que se esconden detrás de la mayor de las acciones que realiza el hombre amparado en la estructura social y judicial patriarcal: el asesinato de la mujer por ser mujer, por creerla propiedad y tomarla como tal.
Pasión, emoción y género ¿Por qué se mata a las mujeres?
A pesar de que la fiscal y la abogada querellante en la causa pidieron prisión perpetua, Brian Montenegro fue condenado a 22 años de cárcel por matar a puñaladas a su ex pareja, Débora Díaz, delante de sus hijos de 1, 7 y 12 años en febrero de 2016. Los jueces consideraron que actuó bajo “emoción violenta” y que no hubo “violencia de género”. Es decir, no calificaron el hecho como un femicidio. En la sentencia, que se conoció el martes pasado, los jueces Federico Ecke y Osvaldo Rossi –del Tribunal Criminal Oral N° 4 de San Isidro- adujeron, entre sus argumentos, que Montenegro estaba “profundamente enamorado” de la víctima y entendieron como un atenuante de la pena el hecho de que Díaz, embarazada, le había contado al asesino que estaba con otro hombre.
Montenegro ya había sido denunciado en varias ocasiones por Débora. Las denuncias fueron asentadas y el femicida tenía una orden perimetral que violaba constantemente para violentar, de forma sistemática, a su ex pareja. Los jueces saben esto y saben que el acusado, antes de cometer el hecho, había avisado a la hermana de la víctima lo que estaba por hacer. Así y todo, eligen atribuir el hecho a la emoción. Al parecer, si hay amor desde el hombre hacia la mujer, se da una especie de contrato no firmado de esclavitud. La mujer, propiedad, debe comportarse y sino, la emoción/amor puede llegar a sellar su final.
Los hechos dicen bastante: el joven logró ingresar por la fuerza en la casa, de la cual había sido excluido porque había golpeado a su ex pareja; la encerró en una de las habitaciones y tras discutir con ella porque estaba embarazada de otro hombre (un policía), le asestó seis puñaladas en el tórax y en la espalda delante de los niños.
En el fundamento del fallo, los jueces afirman: “el acusado, en su primer acto de defensa, al ser consultado sobre el motivo de su actuar, mencionó que sintió impotencia por lo que le contaba (su ex pareja), que se burlaba de él. Asimismo, se basan en que “estaba profundamente enamorado de la víctima, a pesar de sus escasos veinte años recientemente le había propuesto unirse en matrimonio. Estaba angustiado por la actitud expulsiva de su amada, intentó dialogar con la misma, pero la afirmación reseñada, en tales términos, mermó su capacidad reflexiva” y valoraron un testimonio en el que se calificaba a Montenegro como “un nene de mamá” y a la víctima como “una madre de tres hijos“, con ocho años de diferencia, lo cual, según aquellos que se sientan en el banquillo para impartir justicia, significa que “no tenía una relación de poder sobre la mujer”.
En cambio, por su parte, el juez San Martín (tercer juez, minoría y defensor de calificar el hecho como un femicidio) descartó esa situación e incluso recordó que Montenegro “ya sabía que su ex pareja tenía otra relación porque tres días antes Débora se lo había dicho a través de mensajes de texto que intercambiaron” y a lo que él le había dicho que estaba con otra mujer porque ella era “re fea”.
Lo que es necesario establecer es lo siguiente: cuando se alega emoción violenta, lo que se hace es culpabilizar a la mujer asesinada. Al igual que los justificadores de la violación en la infalible frase “tenía la pollera muy corta”, lo que se hace cuando se toman todos los elementos que los jueces están utilizando como válidos es una configuración siniestra en la que la mujer asesinada se “buscó” el final que terminó recibiendo porque el hombre, convertido ahora en víctima, no pudo contener los impulsos nacidos del desamor. Esta postura es un peligro y no hace más que reivindicar lo que busca el patriarcado en todo momento: la creencia de que la mujer es propiedad del hombre que la desea, sin importar qué es lo que ella quiere.
La lucha feminista no ha llegado a la justicia y a los medios
(sin mediar fronteras)
En lo que va del mes – siete días – se ha hablado en varios medios sobre emoción violenta y crimen pasional. Desde el primero de noviembre, se ven distintas notas al respecto, con distintos actores y reproducidas por medios que lo repiten o lo condenan. Hay, se ve, más de un actor social que ve como válidas estas justificaciones del asesinato. Desde las notas, hasta las decisiones judiciales, hasta quienes comentan barbaridades en los portales de noticias.
El 1° de noviembre en Diario Uno, una noticia contaba que “alegarán emoción violenta para el médico que apuñaló a su esposa”. Se trata de Fernando Fernández (39), que casi mata a su pareja en 2015 por haberse tatuado tres pajaritos. Según los peritos oficiales, la emoción violenta no está acreditada, porque el acusado ya había admitido la autoría del hecho. Sin embargo, hay una parva de profesionales intentando demostrar esta cuestión, desde sus distintas ramas.
El 6 de noviembre, el diario El Salvador tituló: “Exalumno mata a una adolescente a balazos en un colegio de Brasil”, una noticia en la que se cuenta que “la víctima recibió once impactos en la cara. Autoridades creen que se trata de un crimen “pasional”. Según la nota, la delegada policial decidió llamarlo así porque el femicida “odiaba” a la víctima. Supone que él la habría invitado a salir y ella lo habría rechazado, y que entonces él decidió que la mejor alternativa era matarla. La persona que supone esto es delegada. Mujer. Y ve pasión en un crimen violento.
Respecto del caso de Montenegro, tituló TN el 5 de noviembre “Mató a su ex pero le redujeron la pena porque estaba “profundamente enamorado” y ella tenía una nueva pareja”. Casi parece que si entro a leer el resto de la nota, me voy a encontrar con una crítica al sistema judicial.
Ilusa.
Dice TN entre un montón de otras cosas y después de contar que la víctima tenía tres hijos y estaba embarazada de otro que no era del asesino, que “ese habría sido el detonante para que la apuñalara seis veces, en el tórax y en la espalda, sin ser consciente de sus actos. La resolución tuvo en cuenta también el informe psicológico de Montenegro, según el cual determinaron que si bien no es inimputable, su capacidad de culpabilidad era reducida”.
O sea: tener un nuevo novio luego de salir de una relación violenta, conflictiva y en medio de una perimetral, es un “detonante” lógico para matar a puñaladas a una mujer. ¿No?
Y la gente…
Desgracia total para el hombre. Empatía, le dicen. Empatía de género, de macho. Entiende este señor que la mujer “si hizo lo que dijo y en esos términos” está donde tiene que estar. Muerta. Callada. En la absoluta oscuridad. Pobre hombre.
Según Jorge, ella es una puta y las putas no merecen, no merecemos, vivir. Según Jorge, matar a una mujer por estar con otra persona no es femicidio. ¿Qué tendrá que ver matar a una mujer por vivir libremente su sexualidad con matarla “por ser mujer”?
¿Siglo XXI, crisis económica, gobierno exclusivo, gente trabajando jornadas eternas para que todavía se nos pida fidelidad absoluta porque el hombre trabaja todo el día? ¿Las mujeres no trabajamos? ¿Las mujeres no sentimos placeres? ¿El hombre sí puede ser infiel, porque trae el pan? ¿Si nombramos femicidio al femicidio estamos avalando la conducta deshonesta de las mujeres? ¿En serio? ¿Siglo XXI?
La justicia burguesa
Esta nota, lejos de exigir aquello que algunas y algunos llaman “justicia”, busca explorar las cuestiones que se desprenden del tratamiento mediático y social, como así también, de las justificaciones que dan los jueces desde la comodidad de la oficina y la firma de papeles.
No hay aquí una reivindicación del sistema penal, sino un análisis de por qué las cosas se nombran como se nombran. No hay aquí un pedido de perpetua o de cárcel y penas duras, sino un pedido de conciencia general.
Si bien no prima en esta nota la creencia de que la cárcel sea la solución, es necesario destacar que más allá de la pena y de la condena, más allá de los motivos implícitos o no, nada justifica un asesinato. Y yendo más lejos, si el asesinato es hacia una mujer por, por ejemplo en este caso, estar saliendo con otra persona, la motivación sigue siendo la misma: el género.
No queremos que nos digan con quién ni cómo coger.
No queremos que nos maten por hacerlo como queremos.
Somos mujeres con tanta claridad de pensamiento como cualquiera de ustedes.
Matarnos por vivir en libertad no es pasión: es femicidio.
Basta. Ni una menos. Vivas nos queremos.