Florencia Slucki
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Distintos casos de bullying en distintas épocas. Distintas tecnologías, distintas personalidades. Distintos tipos de humillación insensible. ¿A qué contribuimos cuando compartimos sin pensar el contenido viralizado?
Antes de la sobreexposición
Miércoles a la noche. 2007. Pleno auge del Fotolog. Una mini-yo de 11 o 12 años ve el noticiero junto a sus padres, en el cual transmiten una campaña (estadounidense, asumo) para promover el uso responsable de la privacidad en las redes que usan las y los adolescentes.
Era un corto sobre una chica, Sarah, que recibía, en persona, comentarios de gente desconocida sobre las fotos que posteaba en vaya a saber uno qué red social del momento. Todavía veo la desesperación en la cara de Sarah al descubrir una foto suya, en ropa interior, en la cartelera de la escuela. Intentaba sacarla de ahí una y otra vez, pero tan pronto como la quitaba, volvía a aparecer, como metáfora de lo que ahora son esas fotos que quedarían fuera de su control y podrían haber estado dispersándose por todo internet.
Por supuesto, no es que nadie pueda hacer libre uso de su cuerpo en las redes sociales, pero estamos hablando de una menor de edad que no quería que cualquiera tuviera esas fotos al alcance de sus manos. Entonces, lección aprendida para mi yo del pasado: no debía compartir contenido que no quisiera que se disperse por todo el mundo (u, opción que apareció unos años más tarde, debía regular la privacidad para la gente que yo deseara).

Mil punto cero: cuando mostrarse mucho es la media
Otro miércoles a la noche. Pero en 2017. Veo mi inicio de Facebook lleno de usuarias y usuarios y fanpages burlándose del video de una chica que, me juego la vida, no tenía ganas de que se burlaran de ella. Reproducciones, parodias, memes durante días, de una chica que tal vez no cumplía con los estereotipos de lo que se considera una mujer sensual pero sabía disfrutar de un día de calor en su pelopincho y quiso mostrárselo al mundo.
Hoy en día, las formas de reproducción y viralización de un contenido ya no son a través de cadenas de mails. Ahora son mucho más masivas e inmediatas. Las redes sociales se multiplicaron (ya no existen Fotolog o MySpace pero existen Twitter, Youtube, Facebook, Snapchat, Instagram). Los usuarios de esas redes también se multiplicaron, y los dispositivos donde utilizar esas redes también: a las pc y netbooks/notebooks se sumaron los smartphones y las tablets, es decir, dispositivos portátiles desde los que se puede acceder a las redes sociales en casi cualquier lugar o momento.
Esta masificación de la viralización abre un nuevo interrogante. Las desdichas de esta chica, que según tantas y tantos “se quemó sola”, ¿son realmente responsabilidad de ella? ¿Quiénes son las y los que se burlaron de ella? ¿Quiénes permitieron que el contenido llegara a más personas? Su problema ya no es el mismo que el de Sarah; los casos se diferencian en algunos puntos. Por un lado está el intenso tema de la exposición corporal de Sarah (tema interesante pero para otro momento), en oposición a la exposición de humillación de esta otra muchacha. Pero el problema también es distinto a nivel de la forma de viralización.
El problema de Sarah era que no sabía quiénes accedían, para siempre, a sus fotos, guardándolas para sí. En cambio, en el caso actual, el problema es que hay una saturación de conexiones entre usuarios que no se guardan el contenido, sino que lo comparten. Son acciones opuestas. No digo que un caso sea menos alarmante que el otro, sólo señalo las diferencias en cuanto a los avances tecnológicos de una década a otra.
El hecho de estar detrás de una pantalla a veces hace que el humano ignore que del otro lado hay más humanos. El anonimato y la distancia habilitan la crueldad y hasta la violencia de quienes se olvidan de la empatía, o incluso del respeto por el otro. Este fenómeno se ve de forma muy clara en los comentarios de los portales web de los diarios donde los usuarios y usuarias insultan a los sujetos de las noticias o se insultan entre ellos. Pero hay que empezar a ver otras formas de reproducción de la violencia que pasan desapercibidas. Compartir o likear un video con la intención de burlarse de alguien, es reproducir -consciente o inconscientemente- un daño a una persona (una persona real, de carne y hueso), que nunca quiso que sus fotos o videos terminaran siendo objeto de burla.
Puede ser por dos motivos. O bien porque ese video era privado y se filtró, o bien porque la persona estaba ejerciendo la mera libertad de ser quien es y a alguien le pareció anormal, motivo de humillación. Qué lindo sería que todas y todos pudiésemos ser quienes somos, ¿no? Cómo se castiga la valentía de quienes son libres de verdad. Libres de prejuicios, de miradas, de estereotipos, de miedos. Burlarse de quien rompe con aquello que está bien visto no es solamente humillar a esa persona sino que además reproduce el status quo instalado.
¿Se puede condenar el humor?
Pero cuidado, esto no es un escrito acerca de la moral del humor. Porque no estamos hablando del humor, sino del respeto. Nuestro humor, es decir, el humor de cada persona, es la confluencia de un sinfín de factores. Factores de crianza, de educación, de religión, factores culturales, y hasta los gustos de consumo de entretenimiento, por nombrar sólo algunos. La mente de cada grupo socio-cultural se va configurando de manera compleja y, como consecuencia, no elegimos qué nos causa risa. Lo que nos causa gracia no puede ser premeditado. Sin ir más lejos, cuántas veces nos tentamos en momentos inapropiados o no nos salió ni una sonrisa falsa ante el chiste de una persona con la que queríamos quedar bien.
No elegimos qué nos causa risa, pero sí elegimos qué socializamos y qué no. Tampoco es cosa de sentirnos eternamente culpables si nos reímos por un video que nos llega por whatsapp. Pero de nuevo, una cosa es reírse y otra cosa es realizar una acción consciente y voluntaria de seguir viralizando ese contenido que lo único que logra es mantener el status quo de lo que está bien o mal visto, y que esa persona siga sintiéndose humillada, por más insignificante que sea nuestra acción en el medio de la masa de miles de usuarios de las redes sociales.
Queridas y queridos usuarios de internet: piensen, luego compartan. Podemos tomarnos dos segundos antes de compartir el video de alguien que actúa “distinto” para pensar si lo que estamos haciendo está bien o es cruel. Aporten su grano de arena para que todos los miembros de la sociedad seamos libres, de una buena vez y para siempre.