#CarolinaAbregú Callar es ser cómplice

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Victoria Fusco
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Victoria Fusco

Redactora at Corriendo La Voz
Periodista | Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social (UNLaM) | Apasionada por viajes, recitales y redes sociales | Contacto: [email protected]
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Carolina Abregú no se rinde a pesar de las adversidades. El silencio ya no tiene más lugar en su vida. Desde Corriendo La Voz compartimos el perfil de una mujer que acompaña a víctimas de violencia de género y lucha no sólo por su propia historia personal.

—¿Vos estás estudiando abogacía? —le preguntan sus compañeros en la sala de profesores. Ellos saben que Carolina Abregú está estudiando otra carrera y ni se imaginan cual.

—No, todavía no —les contesta ella.

—Porque hablás como una abogada —le comentan curiosos.

En este último tiempo, la vida de Carolina Abregú da un giro de 180°. Ella te tira la justa. Manifiesta la desidia del Estado en materia de violencia de género. Maneja términos legales y políticos con extrema fluidez. Se manifiesta en la calle y en los medios. Alza su voz y pone su cuerpo para defender a las mujeres agredidas. Sin embargo, admite que jamás imaginó estar en este lugar de denuncia social.

Los conceptos judiciales comenzaron a ser parte de su rutina, sin desearlo. Ella levantó de la cama a su hermana Karina Abregú, quien estaba entrando en un estado de depresión y salieron a golpear las puertas de los tribunales de Morón para pedir justicia. Su ex cuñado, Gustavo Albornoz, el 1 de enero de 2014 prendió fuego el 55 por ciento del cuerpo de su hermana, que sobrevivió y se transformó en un ejemplo de perseverancia y lucha. A pesar de la reciente condena a 11 años de prisión, el machismo de las instituciones no ayuda a que la familia Abregú pueda volver a tener una vida tranquila.

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Carolina es detallista al cien por cien. Nada se le escapa ante cada pregunta contestada. Responde con datos, nombres y lugares justos; con fechas exactas y sus respectivos horarios. Será porque es profesora de Lengua y Literatura o porque dio clases de Comunicación y Medios y está en el tema. También será porque desde abril es columnista de género en un programa radial de La Plata. Justifica, argumenta y explica los motivos de cualquier declaración que da.

Ella es portadora de una mirada seria, dura. La charla sigue su ritmo y de a poco se va soltando. La búsqueda de justicia y la pelea del día a día dan como resultado un cansancio, que se manifiesta en lo corporal y lo espiritual. Las pocas horas de sueño, la vigilia, las obligaciones laborales y domésticas, las interminables recorridas por el poder judicial, las movilizaciones y los escraches a los agresores ya son parte de sus actividades diarias. Pero el arte la conmueve y a través de las pinturas y las esculturas, canaliza el dolor.

Recuerda que en el momento que llevó a su hermana a vivir con ella, se sintió un poco egoísta. Mas no podía permitir que se muriera de tristeza y empezó el arduo camino de requerir ayuda por todos lados. En los comienzos de este largo recorrido, las mujeres del partido de Izquierda Socialista fueron las primeras que se “pusieron la camiseta” con respecto al caso y anduvieron a su lado por mucho tiempo.

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—El sector de mujer del municipio de Malvinas Argentinas, quiere que colabore con ellos, pero hay otra parte del municipio que no cambia su postura. Por supuesto que no voy a colaborar con ellos.

¿Cómo no se va a enojar al contarlo? Si luego del juicio de Karina, la custodia policial deja de prestar servicio y unos desconocidos apedrean la casa de la víctima. En simultáneo, toda la familia recibe amenazas telefónicas y virtuales, mientras que Carolina es intimidada por dos sujetos, cerca de su domicilio. Los municipios de Merlo, Morón y Malvinas Argentinas tendrían que ser los encargados de velar por su vida, pero prefieren mirar para otro lado. En esta es una pesadilla de nunca acabar, no les queda otra que salir a pedir, nuevamente, que las cuiden.

Sin embargo, las hermanas Abregú no van solas a reclamar. Ellas están acompañadas por la Defensoría de Género, una organización independiente de mujeres que acompaña a toda víctima de agresión, “si tocan a una respondemos todas” es su lema principal. Estos espacios, que no responden a ningún gobierno de turno, surgen debido a la falta de implementación de la Ley Nacional de Violencia contra la Mujer.

Entonces, Caro, como también la llaman, decide involucrarse en la Defensoría de Género de Malvinas Argentinas para brindar  una mano y lo hace porque le parece “terrible” que los organismos estatales no se hagan cargo de las personas que sufren, que no tengan dónde ir a vivir o que ni siquiera se puedan reinsertar laboralmente. Se indigna al conocer que tampoco reciben auxilio de tipo jurídico, psicológico o económico, como sucede en el caso de Karina.

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En el comedor de la Universidad Nacional de General Sarmiento se escucha cuarteto a todo volumen, pero esto no afecta en lo más mínimo la conversación. El encuentro se da antes de una charla de la Campaña por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito. A los 36 años, Carolina Abregú ya no se calla más si delante de sus ojos, verdes oscuros, ocurre una manifestación de violencia de género.

El silencio ya no es su idioma y cuenta que hace unos meses, en la hora pico del tren Belgrano Norte, un hombre mayor acosó verbalmente a una chica, que intentó esquivarlo mirando para el costado. Algunas señoras susurraron, pero nadie hizo nada. Carolina, que estaba al lado de su hermana, no aguantó más y empezó a discutir con el señor. Él la llamó “atrevida” y la insultó.

—Todo el mundo está viendo lo que está pasando y en vez de pegarle un grito, murmuran. Mientras esto siga siendo así, no vamos a tener Ni Una Menos —les advirtió Carolina a todos los pasajeros. Estos se quedaron atónitos, mientras que una madre agarró a su hija con temor.

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Según la ONG La Casa del Encuentro, entre las dos marchas del Ni Una Menos hubo 275 femicidios. Aproximadamente, cada 48 horas una mujer es asesinada por el solo hecho de serlo. Las estadísticas son escalofriantes. Hoy, Karina Abregú puede contar su historia, ya que fue sobreviviente de un “femicida en potencia”. 

No obstante, en el camino hay cosas opuestas. El arte y la lucha se complementan. Por un lado, Carolina Abregú, junto a su hermana Karina, planean una exposición sobre mujer y violencia, como también la escritura de su propio libro. Pero por otro lado, todavía tienen que salir a tocar puertas para pedir ayuda económica y asistencia con la medicación. Las instituciones brillan por su ausencia. Ante esta situación… ¿se volverá afirmativa la pregunta que le hicieron los compañeros de Caro en la sala de profesores?

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