
Julieta Cantero
Periodista | Licenciada en Comunicación Social UNLaM

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Gabriela Krause. ¿Qué importan ya las definiciones exteriores que uno pueda dar sobre un otro? ¿Qué importa ya lo que yo pueda llegar a decir, cuando son sus palabras las que la definen? Cada una de sus comas, cada uno de sus puntos y sus acentos nos cuentan más de ella que cualquier presentación. Es en ese contar, en esa elección de una palabra y no otra, en esa imagen visual que crea, en ese transmitir tan poético es donde Gabriela se presenta detalladamente, a la perfección. La vi una vez. ¿Y cómo puedo creer que la conozco? Siento que recorro día a día un recoveco de su historia al sentarme del otro lado de la pantalla y leer sus escritos. Con cada piel de gallina mía descubro a la escritora atrás del teclado. Y eso me basta: leerla para descubrirla. Dice: “Llevo un cuaderno y una lapicera conmigo siempre. Escribo, y después lo comparto, para que las palabras no mueran de frío o soledad”.
Poeta, deambula.
Salí de mi casa un poco volado. Un poco asustado, también, ya sabrás. Me estaban buscando. Me estaban buscando hace un tiempo, che, pero esta vez. Esta vez parecía más seria la cosa. No sé, vos decime qué culpa tendré yo de haber nacido poeta y con estas ideas locas que no me dejan permitir que se venda mi país, que se viole a mi país. No. Yo no tengo la culpa. Yo, si querés echarme culpa alguna, esta vez pequé de confiado. Sabía que el susto era lo normal por estos días y no me frenó. No le presté atención al instinto de supervivencia. Soy poeta. Caminé un par de cuadras y empecé a paranoiquear. La calle medio despejada, un mediodía tan lindo. Las esquinas vacías, aunque en una o dos vi parada alguna que otra persona. Parada. Haciendo nada. En estos tiempos nadie se para en una esquina porque sí. Algo empezó a sentirse feo. Tuve miedo esta vez. No, no fue la primera. También temí cuando desapareció mi primer amigo. Y el segundo, y el tercero. Al cuarto, ya no. La mente humana es tan compleja, pero se acostumbra rápido a las cosas que debe. Yo me acostumbré, todos nos acostumbramos. Fijate: nos desaparecía gente querida a diario. Uno se vuelve más resistente, y no es que quiera. A mí me buscan por lo mismo que a todos: por permitirme pensar diferente. Pienso diferente y sé escribirlo con gracia, qué tragedia, qué crimen contra el orden social. Me buscan porque pueden, porque son impunes, porque son los dueños de las calles que piso a diario cuando salgo a caminar. Claro que salgo a caminar: que si ya me cortaron las alas, al menos me voy a quedar estos dos pies y los voy a usar, carajo, que me pertenecen. También milito. Toda la vida milité y toda la vida sufrí las consecuencias. Hay lugares donde no se permite que uno piense demasiado: la iglesia, por ejemplo. O la escuela. Imaginate todo eso pero en un país, mi país, el del nunca jamás. Por eso lucho, me entendés. Porque soy poeta e idealista y quiero que los poetas idealistas de futuras generaciones elijan qué pensar, qué vestir, por qué calles moverse, con quien quieran, a la hora que quieran, sin este miedo absurdo que nos come la cabeza todo el día, nos come la cabeza, nos la quema, nos la taladra, toc-toc-toc, nos llena de dudas que no debieran engendrarse en mentes tan jóvenes. Aprendí a usar un arma, yo, poeta contradictorio. Aprendí a ponerme de escudo de la gente que amo. Aprendí a camuflarme, a conseguir identidades falsas, a comer lo que inventamos con más amor que recursos. Aprendí a luchar, a sobrevivir. Poeta contradictorio, triste poeta. Y me voy por las ramas, qué querés. Es que son tantas las cosas que. O no. No son tantas: son una cosa, la cosa una máquina enorme que se activa y se reactiva y mueve sus engranajes y hace ruido y mata y aplasta y cambia a la gente. No es una cosa: es la cosa. La cosa. Esa que hace que un amigo traicione a otro, que un padre venda a un hijo, que un hombre viole un cuerpo muerto y mutilado que ya no respira, que ya no siente, que ya no grita. La cosa, la máquina. La que nos mató a todos nosotros, muertos muertos y muertos vivos, tan muertos ambos que ya no sabemos distinguir cuál es cuál. Salí de mi casa, sabés, asustado y preocupado. Las esquinas extrañamente vacías, el día hermoso, contradictorio con el humor gris de la ciudad contradictoria, un arcoiris invisible. Salí con ojeras porque ya no dormía bien, pero no estaba cansado: todavía quedaban muchas batallas que luchar. No estaba cansado: todavía quedaban muchos amigos que salvar. Si es que alguien se salvaba, claro está. Salí agitado. Con miedo y ansiedad, con ganas de llegar rápido a destino: debía pasar por la casa de un amigo a recoger una carta que me había mandado otro amigo, al que ya no podía visitar. A esas cosas me veía obligado. No llegué. No sé muy bien dónde fue que dejé de caminar. Estaba caminando, un poco absorto en mis pensamientos, imaginando que los alegres y las flores somos un poco lo mismo, y por eso a los alegres nos agrada tanto la primavera, nos florece. Caminaba y me miraba los pies, porque en las cuadras anteriores ver las esquinas me alteraba. Se ve que cometí un error. Mirarse los pies en tiempo de traición. No le vi la cara. No escuché si me habló. Sólo escuché un sonido tan fuerte. Y sentí la bala de mierda atravesarme justo el medio del corazón.
Y ahora conocemos un poco más sobre Gabriela, sobre su capacidad de abrir y explorar universos visuales. Su modo de lenguaje simple sabe llevar la historia para hacerte sentir partícipe, testigo. Sus descripciones te hacen entrar en el paso a paso de la historia, en un tiempo que desespera y angustia. El lector sabe de qué habla, y hasta tal vez sospecha como puede terminar. La lectura es un modo de ver la historia desde otra óptica: conocer los deseos del protagonista, sus ansias de un país mejor, de un país libre, y cómo debe ocultarse porque es contrario a lo que el poder pretende. Y el personaje no es cualquier ciudadano. Es un artista. Se ve la vigencia y la importancia de la figura del artista en todo momento histórico: él denuncia, él abre momentos de reflexión, él lucha, él no se calla, él tiene ideales y los persigue para lograr vivir en libertad. Gachi también es poeta y lucha por que la cosa no nos aplaste y nos deje florecer.