Breve eternidad: un cumpleaños movido

Leprosorio de San Pablo, Junio 14 – (…) Al anochecer fuimos a una cena de cumpleaños que le ofreció la señora del director a Fúser. Luego salimos rumbo al comedor general donde se llevaría la fiesta en honor al Pelao.
En el trayecto, Ernesto me dijo:
– Mirá, Mial, yo no voy a bailar nada más que tangos, pero entre lo mal que lo toca esta gente y mi falta de oído, hay veces que no sé qué están tocando, así que cuando ejecuten un tango me das una patadita por debajo de la mesa para avisarme.

En eso llegamos al comedor. Sorpresivamente lo encontramos vacío. Nos sentamos. A los pocos segundos golpearon a la puerta, y la orquesta que estaba emboscada esperando nuestra llegada empezó a tocar en ritmo de vals: “Felicidades, Ernesto, en tu día…”. Diez o doce jóvenes, sobre todo enfermeras y muchachas del servicio, nos rodearon, y cada una de ellas le dio 24 tirones de oreja a Fúser, y algún que otro besito las más animosas. Así se rompió el fuego. Fueron llegando más festejantes; al poco rato tocaron un tango, le di a Fúser la patadita convenida y ahí salió con una linda indiecita al compás del dos por cuatro.

(…) En un momento se generalizó el baile, y como era tanta la gente que bailaba, la casa, colocada sobre pilotes de madera entraba en vibraciones; parecía una de esas casas de dibujos animados que llevan el compás de la música.

Fúser, por supuesto, estaba de moda, y varias muchachas pugnaban por bailar con él; entre ellas había una a quien Ernesto le tenía echado el ojo.

Seguíamos el plan prefijado. Cada vez que sonaba un tango, lo tocaba con el pie y todo andaba sobre rieles. De pronto, pasó algo que trastocó todo el plan. La orquesta, después de un descanso, empezó a tocar una melodía brasileña, una de las piezas musicales preferidas de Chichina, la novia de Ernesto. Al oírla, a la vez que le decía: ¿te acordás?, le toqué el pie con el mío.

Creyendo que le decía que lo que estaban tocando era un tango, Fúser salió como un bólido a sacar a bailar a la trigueña, que estaba en un rincón comiéndoselo con los ojos.

Antes de que pudiera reaccionar, vi al Pelao bailando al lento compás del tango en medio de la barahúnda formada por el resto de las parejas que bailaban a toda velocidad el choro brasileño. Fúser se dio cuenta de que algo no andaba bien y se fue acercando a la mesa donde yo, muerto de risa, trataba de hacerle ver por medio de señas (pues no podía hablar en mi hilaridad) que el resto de las parejas se movían a un ritmo mucho más veloz. No me entendió y siguió imperturbable su estilo de baile: 1, 2, 3, 4 y giro; 1, 2, 3, 4 y giro…

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