Gabriela Krause
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No elegimos. No elegimos dónde nacer. No elegimos la ropita que nos ponen cuando todavía somos un cuerpo carente de consciencia o moral. No elegimos la cuna. No elegimos la educación que nos dan. Cuando un niño nace en una villa, no elige que el hambre apremie, que la cena sea escasa o nula, que la educación pase a un segundo plano, eclipsada por la necesidad de trabajar, que la sociedad lo margine: en la escuela, primero; buscando trabajo más adelante; intentando sobresalir en la rama en que crea o quiera destacarse; intentando alimentar a una familia que le exige, por necesidad, un ingreso al hogar. En un país donde la clase media cree fervientemente en la elección, termina dándose una cosa así, de estigmatización del pobre: son todos chorros; roban porque quieren; son vagos; no quieren trabajar o tienen hijos para cobrar planes. Habría que interpelar a esa clase media y llenarla de preguntas, decirle: ¿Vos elegiste nacer en una clínica privada?, decirle: ¿Elegiste, acaso, que tu barrio ya venga asfaltado y con agua, con luz, con gas? ¿Elegiste la escuela privada? ¿Los libros que nunca faltaban? ¿La comida variada? ¿La lección de moral? ¿Elegiste la billetera abultada de papá y de mamá? ¿El contacto poderoso que te ayudó a laburar? ¿La sociedad aceptándote como engranaje necesario y sin juzgarte o señalarte de más?
No elegimos. No elegí, cuando vine a este mundo, que mi mamá me críe con amor, con miedo a morir, con pasión de luchar. No elegí que se enferme, no elegí que se vaya, no elegí haber nacido con esta necesidad de volcar palabras en todo medio que las pueda albergar. No elegí. No elegí y me formé con lo que tuve a mano, que no es lo mismo con lo que se está formando cómodamente Antonia Macri, ni es lo mismo con lo que se forma un vecino de la villa con otras necesidades. Digo vecino porque es lo que son. La gente de las villas es como vos, es como yo. Son vecinos. Son hermanos. Son personas que, aunque algunos las apunten, desean progresar.
Hoy me desperté como todo domingo: un poco cansada; con y sin ganas de salir; irremediablemente despeinada; con hambre, mucha sed, muchas ganas de quedarme atada a la cama. Como siempre, puse el agua para el mate. Sorpresa: hay facturas. No son mis preferidas, pero qué lujo. Era el plan empezar el día cantando. Eso hicimos. Antes, abrí las redes sociales, me puse a chusmear, a boludear. Bajé el celular llorando. Cuando quise leer la noticia que explicaba que habían baleado nuevamente a la murga de la 1-11-14, esta vez con el resultado de dos muertos, no pude. En definitiva, logré leerla por completo y en voz alta, pero en el camino me trababa, me bloqueaba, me indignaba. Después canté, canté con bronca, con dolor. Escribí una canción horrible y no me animé a cantarla. Vomité bronca en las redes, al pedo, una vez más. Después seguí cantando y canté hasta dormirme. Y no pude dejar de pensar. ¿Cómo puede el pueblo vivir tan cómodamente en esta tibia ignorancia? ¿Cómo puede el pueblo considerar que la vida del murguero de una villa vale menos que las demás? ¿Cómo puede ser que todavía no nos hayamos alzado, frenado la mano de este poder que nos sigue oprimiendo y matando? ¿Por qué esa murga? ¿Por permitirse ser felices y contagiar esa alegría más allá de su lugar en la pirámide social? ¿Por haberse dado el lujo de denunciar al aparato policial que las reprimió? Nadie respondió y me enteré, al ratito, que esta vez no había habido tal ensayo. Tampoco murga. Se ve que, para los medios, cualquier villero baleado vale lo mismo y se llama igual: son números, engranajes de la sociedad y nada más. Seguí pensando: ¿Por qué en la villa? ¿Por qué dejarlos morir en el anonimato? ¿Por qué no darles una cara y un nombre? ¿Por qué condenarlos cuando pobres y re-condenarlos cuando muertos? ¿Por el sólo hecho de ser pobres? ¿De ser lo que el grueso de la gente llama “negros”? ¿Heredamos de nuestros tíos yankis hasta ese odio visceral por todo lo negro y por eso decimos que el pobre tiene la mente o el alma de ese color? ¿Vamos a seguir justificando atrocidades, siempre y cuando las avale Magnetto, nuestro otro tío adinerado?
Y después:
¿Quiénes eran esos encapuchados? ¿Puede ser casualidad que esa murga involucrada en las noticias sea la misma que la última vez, la que se animó a alzar su voz más allá de los pasillos que la albergan? ¿Es un aviso? ¿Es una confusión o quieren hacer creer que la murga fue aprehendida y pagó por algo? ¿Se puede ser tan insensible de matar a la alegría y después visitar su lecho de muerte para presionar bien la herida, alargar el duelo, inmortalizar la impunidad? ¿Quiénes eran, repito, esos encapuchados? ¿Policías camuflados? ¿Amigos de ella? ¿Asesinos contratados? ¿Por qué llegar y embestir a tiros sin mediar explicación? ¿Por qué jugar con la vida de tantos, de todos? ¿Por qué el doble crimen de matarlos y dejarlos desprovistos de identidad? ¿Por qué inventar un ensayo, si no lo hubo? ¿Por qué la doña no llora, en su hogar, esta tragedia? ¿Otra mamá queda sola en su casa y nadie de afuera la mira llorar? ¿Vale sólo para algunos pocos el Nunca Más?
Foto: La Izquierda Diario