Amor en tiempos violentos – La voz de Lina

Alguien podría decir, que tras el paso del operativo sistemático de dictaduras militares en los años 70 y 80, Latinoamérica quedó renga, tambaleante… Fue parte de la perversión de un plan a largo plazo, no por inocente coincidencia, la sombra de aquel horror busca apagar futuras luces en el camino y callar el eco de los gritos de lucha, la defensa de una patria más grande que cualquier frontera.

Por Angela Gravano

Mas allá de eso… el amor, impulso y punta de lanza de quienes se alzaron contra un sistema corrupto y opresor, sigue vivo. Sigue tan vivo que convida a un extraño con unos mates y sirve galletitas a la mesa. Termina las frases de su compañero, rellena detalles olvidados y señala, de tanto en tanto, las fotos sonrientes de sus hijos, pegadas en la heladera o colgadas en la pared y muestra con orgullo el futuro que el amor supo construir.

Hace poco te contamos la historia de David Ricardo Mazal, un militante de los 70´, que privado de la libertad en esos años oscuros conoció al amor de su vida; hoy te traemos la misma historia de amor pero narrada desde los recuerdos de Lina.

¿Cómo era tu vida antes de que detuviera la última dictadura militar?

Nací en la provincia de San Luis, en la ciudad de San Luis. Ahí vivía con mis viejos y mis dos hermanas menores. Teníamos una casa grande, con un fondo con frutales, y teníamos una panadería a dos cuadras de la casa. Pero además teníamos una militancia.

Mis viejos eran militantes y sindicalistas. Mi vieja era maestra y estaba en el gremio. Me acuerdo siempre de las imágenes de los piquetes de huelga. Y mi viejo trabajaba en obra Sanitarias de la Nación (cuando no era Aguas Argentinas, ni nada de eso) Como era una empresa estatal, además de ser oficinista, era sindicalista. Era parte del gremio que en ese momento estaba como el segundo del Secretario General y era segundo en la obra social. Ambos tenían una historia de lucha sindical muy fuerte, y nosotros hemos mamado todo ese compromiso, no sólo político, sino también social.

Pero fuera de eso, mi vida se dividía entre los estudios en la facultad y trabajar en la panadería.

Y la militancia…

Pasa que la militancia es una forma de vida, entonces uno no la asocia separadamente. Mi casa tiene una historia muy grande de compromiso social y político. Era un refugio para compañeros perseguidos, guardábamos documentación, revistas. Era todo muy clandestino, pero muy natural. En mi casa, al contrario de la mayoría, el reproche era: “¿Y? ¿Cuándo vas a militar?”.

¿Cómo empieza tu militancia directa?

De mis hermanas, la más chica era muy chica como para militar: tenía ocho años. Pero con mi otra hermana, María, ya militábamos. Ella desde el secundario, donde habían formado una organización que se llamaba ESDI (Estudiantes Secundarios de Izquierda) y muchos de sus integrantes siguieron su militancia en la JP, que estaba ligada a Montoneros. Yo estudiaba bioquímica y en la facultad estaba la JUP (Juventud Universitaria Peronista) que me influyó mucho.

Además, yo estaba de novia con Pedro, mi compañero de ese momento y amigo de mi hermana, que hoy está desaparecido. Por todas esas cosas, yo me incorporo a militar dentro de la JP a fines de 1974, principios del 75.

¿Cómo fue la llegada del Golpe?

Recuerdo estar en la madrugada donde se anuncia el golpe, escuchando la radio. Siempre que comenzaba un golpe, se escuchaba la marcha militar y empezaban los “comunicado nº1, comunicado nº2…”, que era un cantito que había quedado guardado desde el golpe del 66, que ya recordaba.

Siempre, recordando esas épocas, hablamos con mi viejo que nunca habíamos tomado dimensión de la profundidad y de la violencia del golpe que se venía. Durante el golpe del 66 había habido presos políticos, la fuga del penal de Rawson, el Cordobazo… fue muy dura, pero no como lo que vino después. Nosotros no sabíamos que el enemigo había puesto todo sobre la mesa.

¿Cuándo empieza la represión fuerte en San Luis?

No llegó inmediatamente. En el 75 no había llegado porque todavía estaba Elías Adre, como gobernador de la provincia. El era bastante progresista dentro de los gobernadores del momento, así como Bidegain en Buenos Aires que fueron parte de una camada de políticos muy comprometidos, que frenaron un poco lo que ya se venía gestando.

¿Cuándo te detienen?

Primero lo detienen a mi compañero de aquel momento, Pedro. A él lo secuestran en la noche del 20 de Septiembre del 76, en la Toma, un pueblo que queda cerca de la ciudad de San Luis. Además de Pedro, desaparecen otros dos compañeros.
Esa misma noche, hubo un enfrentamiento entre dos de nuestros compañeros con la policía que los estaba buscaba. Uno de ellos muere en ese enfrentamiento y se llevan detenidos al resto. A los que días, viene la policía a buscarme a la panadería, me trasladan a mi casa, dónde revisaron mis cosas, mi ropa, mis libros y después me llevan detenida.

Ahí me interrogaron. Me preguntaban dónde estaba Pedro y me inventaban que él había escapado, que necesitaban saber a dónde podía haber ido. Yo no tenía la menor idea. No me golpearon esa vuelta, pero si me mantuvieron esposada, con los ojos vendados y simulaban sesiones de tortura al lado mío para quebrarme.

A los 5 días de estar detenida, me sueltan. Inmediatamente me fui para la casa de mi novio, a hablar con sus padres, que me contaron que lo habían hecho desaparecer. La policía le había dicho a mi ex suegro que fuera a la comisaría a buscarlo que lo iban a dejar en libertad. El padre fue con un amigo pero le dijeron que volviera solo; fue solo pero cuando se lo llevaba de ahi a Pedro, a las dos cuadras de alejarse caminando, lo secuestran. Desde ese momento, él está desaparecido.

En el 2009, fui testigo de ese secuestro, que se trató dentro del primer juicio en San Luis. Fue tanto por Pedro como por la gente que cayó en el enfrentamiento de La Toma. Sentenciaron a cadena perpetua al Capitán Pla, que era el militar grandote y con cara de alemán que estaba a cargo de todos los operativos. También para Fernández Ges, que era el militar a cargo del primer cuerpo del ejército en San Luis, y a otros dos policías implicados. Pronto se va a hacer el segundo juicio a los policías que participaban en las sesiones de tortura que mi familia, amigos, compañeros y yo, denunciamos.

Cuando  me sueltan después de esos cinco días, mi viejo nos decía a mí y a mi hermana que nos fuéramos, que nos exiliáramos. Pero no teníamos conciencia de la magnitud de lo que nos podía llegar a pasar. Un mes después, en un operativo enorme, a cargo también del Capitán Pla, vinieron y nos llevaron a todos: a mi papá, a mi mamá, a mi hermana y a mí. Por suerte, a la más chica de mis hermanas la dejan con una tía.

Mi  hermana y yo estuvimos mucho tiempo detenidas en la central de policía en pleno centro de San Luis y allí nos tuvieron durante un tiempo, bajo tortura. Te metían la cabeza bajo el agua o te vendaban y torturaban a alguien al lado tuyo, para que escucharas… A mi viejo lo apretaban por el lado de que si no hablaba nos iban a matar a mí o a mi mamá y mi hermana. A mi vieja, dos años después la sobreseen y ahí ella puede reconstruir tanto la casa como la panadería que había sido destruido en el operativo en el que nos secuestran.

¿Dónde los mantienen detenidos?

Y a mi hermana, a mi viejo y a mí, que estuvimos detenidos hasta el 83, nos pasearon por todas las cárceles del país. Era muy común. Mi hermana y yo pasamos primero a Mendoza y en el 78 nos pasaron a Devoto, porque en Devoto era donde concentraban a todas las presas políticas mujeres.

Mi viejo siguió otro camino: desde Mendoza, pasando por La Plata, Sierra Chica, Devoto, Rawson. Los traslados, además, siempre implicaban golpes, insultos… Era parte de la política. Incluso estando en la misma cárcel, nos movían constantemente de piso, para que no arraigáramos vínculos. Su idea era generar una sensación de inestabilidad.

Adentro era una política de destrucción constante. Si estabas durmiendo prendían y apagaban las luces para molestar o no podías hacer gimnasia, ni mirar por la ventana. Teóricamente ni siquiera podías hablar. Los libros que entraban eran los que ellos permitían entrar, y estaban censurados. Y podíamos escribir, pero sólo a familiares directos, y las cartas eran censuradas.

Las visitas eran a través de locutorio. Recién a partir del 79 comienzan las visitas de contacto. Las primeras eran horribles, no podías abrazarlos, sólo podías hablar 15 minutos y te decían ‘se terminó’. Era una desesperación muy grande. Era un plan sistemático para destruirnos. Hubo compañeras que llegaron a la locura. Hubo suicidios… En la cárcel de varones hubo más casos. Porque no sólo es el encierro sino los afectos que uno tiene. La cárcel agudiza todo.

Pero hacíamos cosas para subsistir, para sentirnos bien. A escondidas, pero lo hacíamos, porque sentíamos que algún día íbamos a salir.

¿Podían recibir información desde afuera durante las visitas o cartas?

Estaba todo censurado y teníamos muy pocas posibilidades de enterarnos de lo que pasaba afuera. Estábamos en manos de los enemigos y todo lo que pasaba adetro era reflejo de lo que pasaba afuera.

Durante las visitas de la familia, nos hablábamos en clave o, en las visitas de contacto, en un papelito abollado y escondido en la boca, nos escribían noticias de lo que estaba pasando afuera. Ese era un método que también usábamos adentro mismo de los penales. Era nuestra cadena de información.

¿Cuándo y cómo es que ‘conocés’ a David?

En el 79, después de que viniera la Cruz Roja y la Sociedad Interamericana de Derechos Humanos es que nos permiten escribirnos, en la cárcel, entre parientes. Ahí es cuando mi hermana y yo nos empezamos a escribir con mi viejo. A través de mi viejo es que empiezan a meter saludos los compañeros para las compañeras. Era un poco como para generar relación con alguien más. Era un respiro.

David empieza a escribir a través de la carta de mi viejo. Entonces, no sé porqué se nos ocurrió, si poníamos ‘Mariposa’, todo lo que se escribiera después, era lo que me escribía David. Pero tenía que mantener cierta coherencia. Pero David tenía una letra horrible no se le entendía nada. Todavía lo carga mi viejo con eso y mira la paciencia que le tuvo para traducirle todo lo que decía David. Porque él escribe apurado así como habla. Escribe, escribe, escribe!

Y empezamos a contarnos de nuestra vida: qué habíamos hecho, qué queríamos hacer, la sensación de qué cosas hacer cuando saliéramos. Eso hace que uno se contenga con el otro. Con él especialmente porque hubo algo en común, como no fue con cualquier otro. Tuvimos tiempos donde pudimos escribirnos mucho y otros donde por los traslados, como lo separaban de mi viejo, no podíamos.

Hasta que en el 82 u 83, levantan la cárcel de La Plata y a parte de los compañeros que estaban ahí, los trasladan a Devoto, dónde yo estaba, porque parecía que los iban a sacar antes, por todo lo que estaba pasando afuera. Ahí es donde yo lo veo por primera vez, en una ventana del piso de arriba o de abajo… no me acuerdo bien (se ríe). Él dice que no me vió bien, porque es muy corto de vista. Sólo pudo verme el pelo, pero yo sí lo vi a él.

¿Cuándo es que empiezan a poder comunicarse directamente entre ustedes?

En el 82 u 83, cuando yo estaba en Ezeiza, nos comunican que iban a autorizar que pudiéramos escribirnos con otros compañeros y amigos presos. Todo eso se permitió porque el gobierno militar estaba cayendo.

¿Cómo es que descubren que pueden hablarse por las cañerías?

Ya en Devoto, con las chicas habíamos notado que las letrinas están todas conectadas por las mismas tuberías. Entonces empezamos a mandarnos mensajes por ahí, de piso a piso. Otros compañeros lo hacían por las ventanas, nosotras tirábamos un gancho, junto con un poco de agua, para que se fuera para algún otro lado, y mandábamos información con ese ganchito.

Entonces también nos dimos cuenta que a través de la letrina se podía hablar, porque las letrinas estaban en las celdas, al lado de las camas marineras donde dormíamos.

El sistema era que, mientras alguien hacía de campana, limpiábamos un poco la letrina y hablábamos por ahí. Ahí conocí la voz de David, que me sorprendió mucho, porque tiene la voz grave y gruesa. Como él es chiquitito, no me lo esperaba… Así pudimos hablarnos varias veces.

¿Cuándo salen en libertad?

Primero los trasladaron a ellos (a David y a sus compañeros) de Ezeiza a Rawson. Ellos dependían del poder ejecutivo, sin tener ya condenas ni nada, entonces quedaban en libertad sin mucho más. Por otro lado, mi hermana, mi viejo, otros compañeros y yo, teníamos consejo de guerra, es decir, teníamos condenas por consejo de guerra. Logramos salir en la última lista de conmutación de penas, justo antes del 10 de diciembre, cuando asume Alfonsín. ¿Por qué? Porque Alfonsín declaró que no podía asumir un gobierno democrático teniendo gente con consejo de guerra. Eran una contradicción. Cuando sale esa última lista de conmutación de las penas, nos liberan: a nosotras en Ezeiza y a ellos en Rawson.

Cuando quedamos libres, con mi hermana nos vinimos para la casa de mi (en ese momento futura) suegra aquí en Capital, que había generado vínculo con mi madre y mi otra hermana, en las filas para las visitas en la cárcel. Una vez que nos reencontramos con mi vieja, fuimos a buscarlos a los 39 compañeros que venían de Rawson para Retiro, entre los que estaban mi viejo y David. Ahí nos encontramos por primera vez y nos besamos por primera vez.

Estuvimos en Buenos Aires unos días y después tuve que volverme a San Luis. David vino a visitarme al tiempo y a los meses de salir, por febrero, tomamos la decisión de venir a vivir juntos a Buenos Aires. Y estamos juntos desde entonces.

La charla sigue, tan cálida y extrañamente familiar como en el comienzo y a la mesa se suman las fotos, las cartas y los retratos, testigos de este relato. Todo continúa siendo familiar, pero algo cambió: escuchar una de las más bellas historias de lucha social y de la construcción de un amor así, se caló en los huesos de quién escribe y espera que no se vaya jamás.

No tengo palabras para expresar la emoción que generó esta historia en quién narra y agradezco haber tenido la oportunidad de escucharla de primera mano. La historia se sigue escribiendo, como siempre y todavía falta que te contemos la historia que David y Lina siguen escribiendo juntos.

“…tengo un pacto de amor con la hermosura:
tengo un pacto de sangre con mi pueblo.”

Pablo Neruda.

 

 

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